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Pensamiento Masonico

Opinion

Si yo fuera Bush... o por lo menos Uribe

Daniel Samper Pizano. Columnista de EL TIEMPO.

Según la prensa, durante su visita efímera a Bogota, el presidente estadounidense George W. Bush habló con el presidente Álvaro Uribe acerca de asuntos de interés para los dos países. Lógico. Si yo fuera el presidente de Estados Unidos, habría hecho exactamente lo mismo, porque, ¿qué sentido tendría una extensa charla sobre las Guerras Púnicas o la angustia del tiempo en Shakesapeare?

Algunos de esos temas -agrega la prensa-- fueron el narcotráfico, el TLC y el proceso a los paramilitares. También lo entiendo. Son los temas que, si yo fuera presidente de Estados Unidos, le habría planteado al de Colombia, pues todos resultan de interés para Washington. Sin embargo, no he podido saber qué temas, aparte de los anteriores, propuso el presidente de Colombia al de Estados Unidos. Se me ocurre una larga lista de asuntos inquietantes que, si yo fuera el presidente de Colombia, habría sugerido al visitante.

Por ejemplo, ya que Colombia es el único país suramericano que apoyó la guerra ilegal de Irak, le habría pedido explicaciones sobre las torturas, violación de derechos e imparable violencia que ha desatado la invasión. Bush opinó sobre el proceso a los paramilitares. Muy bien. En reciprocidad, ¿se quejó Uribe por el campo de concentración de Guantánamo o el traslado secreto de presos a países que practican la tortura?

Si yo fuera Uribe, le habría preguntado a Bush cómo detendrá la destrucción del medio ambiente que promueven, entre otras, muchas empresas norteamericanas. Le habría dicho que el dióxido de carbono es causa primaria del aumento de temperaturas que deshiela nuestros nevados y le habría recordado que Estados Unidos emitió en el 2004 más de 7 mil millones de toneladas, cifra superior a la de los siete países más contaminadores. De ñapa, le habría pedido que firmara el Tratado de Kioto, como condición previa para nuestra aprobación del TLC.

En el capítulo de drogas, si yo fuera el presidente de Colombia, habría solicitado a mi colega que exhibiera las cifras de captura de armas y productos químicos destinados a exportación clandestina a Colombia. Es justo que Bush quiera saber qué hacemos contra los narcotraficantes. Pero habría sido interesante conocer qué hace él para impedir que salgan de Estados Unidos las sustancias que se emplean para procesar la coca y las armas que se utilizan para atacar a nuestros soldados, policías, jueces, políticos y periodistas. Sobre esta misma materia, habría averiguado cuántos capos de la droga agarraron el año pasado allá, porque aquí no supimos de ninguno.

Acerca del TLC tendría tantas preguntas que habría sido preciso llevar a Bush de veraneo al Ubérrimo para que las respondiera. ¿Por qué el TLC obliga a Colombia a conceder a Estados Unidos el mismo trato que otorgue a otro país, pero no ocurre igual a Colombia en los intercambios de Estados Unidos? ¿Por qué nos obligan a firmar o ratificar diez tratados internacionales sobre derechos de propiedad como "prueba de amor" para firmar el TLC, mientras que Colombia no puede exigir a Washington que acoja los de medio ambiente y tribunales internacionales que rehúsa suscribir? ¿Por qué, si es un tratado recíproco, Colombia reducirá sus aranceles en promedio cuatro veces más que Estados Unidos? ¿Por qué mantiene los subsidios a ciertas exportaciones que nos están arruinando el campo? ¿No cree que es un despojo patentar recetas indígenas milenarias? ¿Por qué habla de negociación si su delegado advirtió desde un principio: "se hace el acuerdo, pero nosotros ponemos las condiciones"?

Finalmente, al agotarse el tiempo de visita, le habría pedido el buzón electrónico para preguntarle por correo todo lo que se quedó pendiente por andar pendejeando con artesanías.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/danielsamperpizano/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3473702.html

LA MUSA DE LA HISTORIA

LA MUSA DE LA HISTORIA

William Ospina

Hay un momento del Ulises, de Joyce, en que un personaje oye hablar de la  historia y responde con desaliento: "La historia es una pesadilla de la  que estoy tratando de despertar".

Existe la desesperación de la realidad, y es uno de los sabores del mundo  contemporáneo. Esta civilización del ruido incontrolable, donde a  medianoche las alarmas sin nadie en parqueaderos lejanos abren los grifos  de la pesadilla; de las grandes manchas de luz sobre el globo, que  destierran la noche y sus fábulas; del consumo febril de cosas inútiles;  de las pantallas omnipresentes que quieren sembrar sobre el mundo una  cotidianidad trivial y homogénea; de los organismos cada vez más  subordinados a los mecanismos; de la comunicación cada vez más  insustancial y más histérica; del aire saturado de gases; de extensas  muchedumbres de solitarios; de los desechos sintéticos y radiactivos que  son la única basura verdadera, la que no se diluye ni se disgrega sino que  se envilece, se degrada y contagia lo que toca; de la invasión de la vida  privada por los gobiernos y por los medios; de la docilidad de los  individuos ante grandes codicias que se enmascaran de refinamiento y  belleza; esta civilización que se alimenta de la fuerza vital de los  millones de seres humanos a los que les corta las alas y les atrofia el  cerebro, despierta en algunos seres la conciencia cabal del horror y  ansias de fuga "hacia otros cielos y otros amores", como diría Baudelaire.

Los grandes poetas de la modernidad han sido fustigadores de ese vasto  desorden, empezando por Hölderlin, quien parecía estar presintiendo sólo  el nazismo y el comunismo cuando dijo que "siempre que el hombre ha  querido hacer del Estado su cielo se ha construido su infierno", pero que  estaba anticipando también las mecánicas infernales de los estados  modernos que se pretenden democráticos, pero cuyos ejércitos permanentes  requieren inmensos caudales y a veces incluso alimentan la violencia  social para hacerse sentir necesarios.

Cuando acabamos de derrotar al enemigo, comprendemos de pronto que nos  hemos convertido ya en ese enemigo al que creíamos odiar. ¿Qué empiezan a  ser los Estados Unidos sino el abominado fascismo contra el que luchaban  hace cincuenta años? "Hitler, horrendo de visibles ejércitos y de secretos  espías", decía Borges en 1940. Eso es hoy el país de George Bush, y tal  vez la única diferencia radica en que Hitler tenía conciencia del mal que  obraba, y trataba de esconder sus crímenes, en tanto que Bush los exhibe  ante sus críticos diciendo: "Simplemente no comprenden la naturaleza del  mundo en que vivimos". Combate la inmigración, el manantial sagrado de su  país, sólo porque es ya latinoamericana y no europea como otrora, con un  muro de miles de kilómetros en la frontera con México. Quiere imponer la  paz por medio de guerras infames. Impulsa una ley que permita al Estado  escuchar todo lo que hablan los particulares. Su paradójico instrumento  para prevenir la violencia es la guerra preventiva. Llama seguridad a  impedir que otros tengan una mínima fracción del inmenso arsenal nuclear  sobre el que se revuelca como la serpiente del mito, y que es su  instrumento para intimidar al mundo. Ya practica sin antifaz el secuestro  y la tortura, y los predica como instrumentos lícitos contra lo que  ocurre, peor todavía, contra lo que aún no ha ocurrido. Ya propaga un  nuevo modelo de campos de concentración. Todo a la vista, todo ostentoso y  obsceno.

La Santa Inquisición, que ejecutaba a sus víctimas públicamente, al menos  se escondía para torturarlas: alguna vergüenza sentía del horror que iba  administrando. Los soldados gringos toman fotografías de sus propias  infamias, como esos oficiales nazis que llevaban de regreso fotos con las  cabezas de sus víctimas, o como esos oficiales británicos que llevaban en  su retorno a Inglaterra las cabezas de los moros que habían cercenado bajo  las lunas de África.

Decía yo en estos días en la Casa de América de Madrid, a donde nos  invitaron a hablar "de la historia y las historias", que aún peor que la  desesperación de la historia puede ser la desesperación de la  historiografía. El sueño de encontrar un relato satisfactorio, objetivo,  coherente, de las incoherencias de la realidad. Y me animé a decir que tal  vez tenían razón los que, como Toynbee o como Curtius, sostienen que a la  larga será tan difícil abarcar los hechos de la realidad, que no habrá  otro instrumento que la ficción para cifrar lo que ocurre en el mundo.

Dije además que ya es difícil reconstruir a cabalidad un acontecimiento,  decir cómo ocurrió ayer tal o cual circunstancia, para pretender que se  puede acceder a la verdad de unos hechos remotos. Añadí que cuando  desaparece la ilusión de "la historia", podemos empezar a deleitarnos en  la diversidad de "las historias". Y lo dije en España, donde bajo la  apariencia de debates sobre asuntos prácticos como la negociación política  con ETA o la afirmación de los propósitos de la República, vuelven a  surgir versiones encontradas de lo que ocurrió hace siete décadas, y cada  quien cree encontrar la causa de los males en la República o en la  dictadura ulterior que la aplastó contra el polvo. Entonces alguien se  alzó entre el público, e identificándose como historiador acusó a los que  hablábamos de ser enemigos de las disciplinas históricas.

Yo soy un agradecido lector de Voltaire y de Gibbon, de Prescott y de  Hobsbawm, de Hugh Thomas y de Henry Kamen, pero estoy lejos de pensar que  la historiografía sea una ciencia exacta. Más bien le creo a un profesor  que hace poco me dijo que en esa pretensión de total objetividad suelen  atrincherarse los fanatismos y los dogmas políticos. Y creo entender por  qué los griegos pensaban que había una musa de la historia: la historia no  es enemiga sino hermana, o madre, o hija, de la novela y de la poesía;  situarla tan arrogantemente del lado de las matemáticas y de la física  puede atentar contra su esencia, ya que su materia es el tiempo, tan  evanescente como indefinible, pozo que puede sondearse pero en el que  nadie alcanzará a verlo todo, en el que el tesoro mayor puede resultar  inaccesible.

El hombre aquel, con poca sutileza, pretendió que "la inquina con la  historia" que estábamos evidenciando era un mal colombiano, una suerte de  lepra local, y convirtió una pregunta filosófica en una censura moral. Si  la historia la padecen todas las naciones, si sus horrores son pasto común  de la humanidad, declaró, nadie puede arrogarse el derecho a sentir que  sólo le ocurren a él. En suma, la historia es un conjunto objetivo de  hechos para teorizar, no algo para vivir desde los sentimientos. Cuánto  envidio a los que pueden pensar así. Ante todo lo que ocurre en el mundo,  yo me conmuevo, me indigno, me insubordino, me devano los sesos. Pienso  que hay que interrogar, explicar, argumentar, pero también reaccionar,  discutir, escoger.

La historia no está escrita ni siquiera cuando está escrita. Hasta el  pasado nos lo cambian, hasta la infancia nos la borran. Y no es cierto que  la historia ya le haya ocurrido a la humanidad, ocurre por primera vez  cuando nos ocurre a nosotros, y tenemos que reaccionar como si no hubiera  ocurrido nunca antes. Eso es también la poesía: la luna sale por primera  vez, nos llegan por primera vez el mar y las estrellas, la zozobra del  amor, la extrañeza del sueño. Eso es lo que no saben ciertos  historiadores: que la historia necesita una musa, que no conviene  interrogarla desde la frialdad de la mera razón, porque es un pájaro  desconocido, al que también hay que nombrar con música.

Revista CROMOS

DISCURSO del Gran Maestro Jean-Michel QUILLARDET en AUSCHWITZ

DISCURSO del Gran Maestro Jean-Michel QUILLARDET en AUSCHWITZ

18 de Febrero de 2007

Horror e innominable.
Noche y niebla. Memoria y vigilancia.
Comprometerse, resistir, combatir.
Gimamos y esperemos.

Sobre esta tierra, en lo sucesivo portadora del grito universal, del mártir incomparable, del trágico inmemorial, pienso primero en estas mujeres, estos niños, estos hombres arrancados de su destino, de su dignidad, de su humanidad, y tan quebrantados, rotos, torturados, violados, flameados, por otros hombres.

Este grito, esta herida y esta falta de humanidad son los nuestros. Sus lágrimas son las nuestras. Sus muertos son los nuestros. Su coraje es en lo sucesivo nuestro ejemplo.

Cómo olvidar la cara de este niño amedrentado y aislado, separado de su padre y su madre, esta mirada que implora ternura, caricias y besos y que recibe sólo golpes, equivocados y muertos y de quien la luz viva chispeante de estos jóvenes ojos entonces es recubierto con inmundicias del oscurantismo bestial.

Todos estos niños son los nuestros y a los que ellos lloran, lloro también la parte de humanidad que tantos hombres enterraron y sepultaron bajo su inmensa cobardía.

Pienso en estas mujeres, en marcha, en marcha todavía bajo los ladridos de los perros, los cadáveres ya, en por muy bellas sin embargo. Estos cuerpos hundidos, esta feminidad magullada, estas almas manchadas. Soy esta mujer, y su memoria se imprimirá, para la eternidad, en el fondo de mi corazón.

Pienso en estos hombres, metidos en rediles como bestias, humillados, asesinados, en la figura terrible de estos huesos demacrados que se adelantan hacia la muerte, dignos, estos hombres, estas mujeres, estos niños, las víctimas del crimen más grande contra la humanidad jamás cometido.

Estos hombres, estas mujeres, estos niños, pequeñas figuras debilitadas y deshumanizadas y sin embargo hoy, testigos de su propia grandeza, reenviándonos nuestras memorias de tan noble y resplandeciente humanidad.

Pienso también en todos aquellos que por espíritu de sistema, por voluntad, por falta de coraje, por costumbre permitieron que ocurriera. Sí, todos estos Prefectos de Francia que firmaron Decretos de redada o de Deportación, como si firman Órdenes de vertedero, algunas aumentadas, sin que se les pida nada, "con los niños".

Sí, todos estos franceses valientes, policías o gendarmes, que no vacilaron sin estado de alma que ejecutaron las órdenes porque eran las órdenes. Sí, todos estos franceses que miraban pasar los convoys y los trenes sin decir nada.

Sí, a estos Oficiales nazis y refinados del ejército, sin duda, que después inmoralmente podían sin estremecerse jugar a ser Mozart sobre su piano con mujeres y niños.

Terrible Lección: sí los hombres fueron capaces de esto. Sí los hombres fueron capaces de lo peor.

Es el espejo de nuestra iniciación: miremos nuestras caras, el peor enemigo del hombre es el mismo, el peor enemigo de la humanidad, es la humanidad misma.

Estamos aquí para acordarnos de que aqui perecieron hombres, mujeres, niños judíos, y que perecieron con sufrimientos atroces. Estamos aquí para recordar al torturado, al ajusticiado.

Será lo sucesivo para siempre, cualesquiera que sean nuestras identidades, nuestras creencias, nuestras singularidades, nuestra mirada, nuestra memoria, nuestra Historia.

La inmensidad del crimen, del inconcebible verdugo, hacen, evidentemente, irrisorio, parcial y parcelario nuestro deber de decir, de gritar, de denunciar.

Por eso hay que unir nuestras fuerzas, nuestras diferencias para abrir los ojos del mundo y terminar el tiempo de los criados de la muerte, los enamorados del odio, los necrófagos de la esperanza.

Sin duda la historia conoció antes de Auschwitz tantas atrocidades y crímenes en masa, y pienso aquí en la trata de esclavos negros así como en el genocidio Armenio.

Pero el shoah sobrepasó todo lo que el mundo había conocido de barbarie. El descubrimiento del universo de los campos de concentración, la puesta en ejecución del exterminio industrial, planificado, organizado al servicio de una ideología puramente antisemita, racista y xenófoba, demostró una extensión impensable del crimen.

La barbarie Nazi tiene esto de ejemplar respecto a la Historia, que quería negar, descalificar, erradicar al judío de la Humanidad, y después el gitano, el homosexual, el miembro de la Resistencia, el diferente… Primo Levi lo había comprendido bien, no pudo sobrevivir, de una parte, al hecho de que el hombre sea capaz de tanto odio pero también a la memoria de los y las que perecieron, oliendo que era imposible para él continuar viviendo mientras que había sobrevivido.

Su gesto expresa entonces la victoria brillante de la emoción incomparable de la división del humano tan echado en cara a los verdugos sanguinarios. Escuchemos a Primo Levi responder la cuestión: ¿cómo explica el odio antisemita?: "Posiblemente que lo que pasó no puede ser comprendido, y hasta no debe ser comprendido en la medida en que comprender, casi es justificar. Ningún hombre normal jamás podrá identificarse con Hitler, con Himmler, con Goebbels, con Eichmann, con tantos otros todavía. Esto nos desvía y nos reconforta al mismo tiempo porque es posiblemente deseable que lo que dijeron - y también, por desgracia, lo que hicieron - no nos sea comprensible jamás. Son palabras y acciones no humanas, o más bien antihumanas, sin reseñas históricas precedentes y dónde se podría con gran pena comparar con los episodios más crueles de la lucha biológica por la existencia. Si la guerra puede tener una proximidad con este género de luchas, Auschwitz no tiene que ver nada con la guerra, no constituye una etapa, no es una forma exagerada. La guerra es una realidad terrible que existe desde hace tiempo: es lamentable, pero está en nosotros, tiene su propia racionalidad, la comprendemos. Pero en el odio Nazi no hay nada racional: es un odio que no está en nosotros, que es extraño para el hombre, es un fruto venenoso nacido de la cepa funesta del fascismo… No podemos comprenderla; pero debemos y podemos comprender de donde se deriva y mantenernos en guardia. Si comprenderla es imposible, conocerla es necesario… "

En efecto, si se piensa en este crimen, en sus otros crímenes de masas, de genocidios perpetuados en el curso de nuestra Historia, y si se reflexiona para saber donde situarlos en nuestra Memoria, no encuentro ningún lugar.

Simplemente quiero decir que esto no es parte de lo humano y sin embargo, paradoja trágica, son otros hombres quienes abandonaron así su parte de humanidad.

Si estamos reunidos aquí, es también para decir, simplemente, tranquilamente, claramente: no perdonemos. No puede haber aquí perdón. No al perdón.

No se trata de odio. Primo Levi responde: "el odio es bastante extraño para mi temperamento. Me parece un sentimiento bestial y grosero " y como eco Vladimir Jankelevitch escribió: "perdonar esto sería eliminar a los que ya se quería que no existieran más, y que su voz esté definitivamente perdida. "

Perdonar, eso sería olvidar. Y nuestro papel, para nosotros que conocemos la importancia del tiempo y constituimos y reconstituimos, siempre, esta cadena de eslabones reunidos, es llevar nuestro ideal allende las contingencias del mundo, ante los estados precarios de los Hombres.

Francmasones, Francmasonas, Humanistas, Universalistas, a la vez actores y testigos de la Historia, tomemos un poco esta tierra, un poco de esta memoria, un poco de este sufrimiento para reunir y confundirnos, humildemente, con esta humanidad, con esta condición humana de la que cada hombre debe ser únicamente responsable pero que a su vez es esencialmente responsable.

Este viaje hacia el infierno nos emociona profundamente y a la vez nos llena de tristeza y de rebelión pero, sacando de nosotros la inmensa grandeza de todos los deportados, con ellos, para ellos, nos marchamos de nuevo con nuestras convicciones todavía más fuertes: " ¡nunca más esto!"

Escuchemos el discurso del Premio Nobel de la Literatura del 2002, el escritor húngaro, antiguo deportado, Imre Kertesz:

"En el Holocausto descubrí la condición humana, el término de una gran aventura dónde los europeos llegaron al cabo de dos mil años de cultura y de moral. Ahora, hay que reflexionar e ir más lejos. El problema de Auschwitz no es saber si hay que tirar una línea o no, si debemos guardarlo en la memoria o más bien ponerlo en el cajón apropiado de la Historia, si hacer erigir monumentos a los millones de víctimas y cual debe ser este monumento. El problema verdadero de Auschwitz es que se hizo, y con la voluntad mejor o peor del mundo, no podemos cambiar nada de esto… La sola posibilidad de sobrevivir, de conservar fuerzas creadoras es descubrir este punto cero. ¿Por qué esta lucidez no sería fértil? … "

¿Cómo podemos pensar después de Auschwitz? ¿Cómo todavía podemos ser felices después de Auschwitz? ¿Cómo todavía podemos ser un hombre en pié después de Auschwitz?

Y sin embargo estos matarifes, estos asesinos, primero quisieron eliminar toda la experiencia de la Europa de las Luces, quisieron acabar con este viejo humanismo, esta idea cierta del hombre para la cual combatimos tanto, la violaron para hacerla perder así al hombre todo el sentido y el peso de su ser, de su vida, sus sentimientos y sus felicidades.

¿Pero el tiempo de los bárbaros no está volviendo? ¿En Ruanda, en Darfour, los atentados ciegos y sin piedad? ¿ Todavía no entendemos aquí y allí, los resabios subterráneos que todavía no se atreven a salir al descubierto, antisemitas, este olor característico de este viejo fantasma, de este viejo mito asentado del antisemitismo?

¿Entendemos que es vulgar, estúpido y peligroso, clamar alto y fuerte que hay que aniquilar el Estado Israelí y su pueblo?

La bestia inmunda, este monstruo frío, que como en la novela de Kafka, se acuesta, se despliega y todavía se despliega y como se asfixia y muy rápidamente se ahoga; esta bestia inmunda siempre está dispuesta a renacer.

¿No veis, amigos, el vuelo negro del cuervo sobre nuestras planicies?.

¿Amigos, no veis en el cielo negro, estas manos rojas de sangre estrangular nuestras palomas?

¿No escucháis, amigos, este rumor de los que no hablaron bajo la tortura y sobre todo de quiénes hablaron?

Escuchad la voz de los que dijeron no y los que combatieron y los que, finalmente, vencieron la barbarie.

Aquí señalamos con un signo imborrable, con un signo que resonará todavía con todas sus fuerzas a lo largo de nuestra Historia, la memoria y lo que pasó aquí, pero este signo nos llama a levantarnos, a acordarnos para llevar la esperanza de un mundo mejor.

Esta luz que nos viene de siglos pasados, debemos transmitirla para siempre, para reencontrar la sonrisa de los niños, la fuerza, la sabiduría y la belleza de las Mujeres y de los Hombres de la libertad, la igualdad y la Fraternidad.

André Verdet escribió entre el 30 de abril y 12 de mayo de 1944 aquí en Auschwitz estos versos: "Aun cuando todos los seres que amo vengan para morir Habrían muerto los que me dejaron a solas. Así como habría muerto para siempre tan hormigueante la tierra. Aun cuando apagados los astros y hogares. Y de ti de mi amor la eternidad Si la noche de las noches aplastaba al mundo De su pámpano tupido de las tinieblas heladas. Aun cuando más un soplo de vida Excepto el mío más solitario que la noche Y más amenazado todavía. Aun cuando irremediable el armazón continue Entonces en este universo petrificado mis labios forjarían con oro el nombre de una aurora nueva… "

Sí, Tierra de la noche, tierra de miseria, pero tierra de esperanza y de Luz. Nacimos para decir tu nombre, para pelear por ti, para llevarte con todos tus muertos, con los niños, y los recién nacidos de tus muertos, nacimos para llevarte y decir entonces: combatamos por la esperanza cueste lo que cueste.

UN DECÁLOGO LIBERAL

BERTRAND RUSSELL


Quizá la esencia de la visión liberal pueda asumirse en un nuevo decálogo. Los diez mandamientos, que como maestro, me gustaría promulgar, podrían enunciarse de la siguiente manera:

1. No te sientas absolutamente seguro de nada.

2. No pienses que vale la pena ocultar la prueba, pues con toda seguridad èsta saldrá a la luz.

3. Nunca te desanimes pensando que no vas a tener éxito.

4. Cuando te encuentres con una oposición, incluso si viene de tu esposa o de tus hijos, esfuerzate por vencerla con argumentos y no con autoridad, pues la victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria.

5. No tengas respeto por la autoridad de otros, pues siempre se encuentran autoridades en contrario.

6. No uses el poder para reprimir opiniones que condideras perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti.

7. No temas ser excéntrico en tus opiniones, pues todas las opiniones aceptadas ahora, alguna vez fueron excéntricas.

8. Encuentra mayor placer en el disenso inteligente que en la aceptación pasiva, pues si valoras la inteligencia como se debe, lo primero implica una más profunda aceptación que lo segundo.

9. Sé escrupulosamente sincero, incluso si la verdad es inconveniente, pues es más inconveniente cuando tratas de ocultarla.

10. No sientas envidia de la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tontos, pues sólo un tonto pensará que eso es la felicidad.


Colaboracion : Alvaro Franco
REf: EL MALPENSANTE N.67

Por qué socialismo?

Albert Einstein
Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949.

Felipe Pérez Martí, Einstein y el comunismo

Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo?

Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico.

Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible.

Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen.

El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado.

Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana -como es bien sabido- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen.

Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista.

Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado.

Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas.

Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del desarrollo humano.

Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases.

Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético - social.

La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines.

Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y -si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad.

Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada.

Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen.

Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal.


Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro.

Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase.

Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo.

Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad.

Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad.

Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social.

Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales.

Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida.

Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad.

Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente.


Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento.

El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores.

El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad.

Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas.

Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio.

La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas.

Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte.

Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana.

Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia.

Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad.

Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar.

Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable.

Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse.

En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios.

Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre.

Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo.

Se refiere a la relación del individuo con la sociedad.

El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad.

Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica.

Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente.


Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro.

Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida.

El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal.

Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas.

A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción - aunque esto no corresponda al uso habitual del término.

Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador.

Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista.

El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real.

En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar.

Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas.

El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática.

Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura.

La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población.

Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación).

Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre.

Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido.

En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores.

Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro".

La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso.

No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de parados".

El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo.

Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación.

El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos.

La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas.

La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo.

Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal.

Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales.

En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada.

Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño.

La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros - hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo.

Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo.

La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles:

¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante?

¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

EL HOMBRE TRIVIAL

Swami Kurmarajadasa.

La ética es contemplada desde las grandes leyendas del ser humano suspendida del mito de Narciso, es decir, por el narcisismo y el subjetivismo.

1. Por el narcisismo, vemos a un ser humano egoísta, centrado en sí mismo,  en su personalidad, su máscara, su armadura oxidada y su cuerpo, con un  individualismo y despotismo atroz, desprovisto de valores morales y  sociales, sin capacidad para expresar y liberar sus pesares, y además  desinteresado por cualquier cuestión trascendente. El narcisita cree cada  día de su vida que es el Rey del Mambo.

2. Por el subjetivismo, oteamos la caída en un perspectivismo que diluye  cualquier solidez y en el que nada es válido salvo esas cuatro notas  apuntadas: hedonismo, consumismo, permisividad, relativismo.

La sociedad actual lo trivializa todo, propugna la ley del mínimo esfuerzo y  de la máxima comodidad, lo llamado comúnmente "todo rápido o modo de vida  americano". La sociedad actual está enamorada, por tanto, de lo trivial,  superficial y neurótico.  El itinerario ha sido gradual: hemos pasado del  pensamiento sólido a un nihilismo descomunal.  El hombre así se va escorando  hacia una progresiva debilidad, indigencia, deseos caprichosos, exageración  del ideal materialista, y esclavitud por la ambición, el hedonismo y lo  exterior.

Estamos ante una sociedad que tiende a la masificación en cualquiera de sus  ámbitos: a) Acumulación de individuos donde sólo los singulares son capaces de ser  personas. b) Despersonalización alienante: un hombre sin la fuerza que dan los  ideales, obsesionado y dirigido por los medios de comunicación, las modas,  lo superficial, "el que dirán", el puritanismo, los prejuicios...  Condicinantes, todos ellos, que conforman el "hombre trivial". Y son  condicionantes porque el ser humano no sabe SER sin ser egoísta, ha involucionado. c) Igualitarismo superficial y, por tanto, en decadencia. d) Carencia de un proyecto de vida: lo que importa es tener, comprar más y  consumir febrilmente.

El ser narcisista es un virus que se reproduce sin medida arrasando y  destruyendo los recursos naturales planeta, ensuciando y quemando bosques,  contaminando la atmósfera, las aguas y la comida, destruyendo, matando,  robando y manipulando a sus semejantes,... incluso en nombre de Dios, está  enamorado de la autodestrucción. Y encima se cree humano y sapiens.

Vivimos en una sociedad triste, sin ilusión, distraída por cuestiones  insustanciales en la que son necesarias mucha fuerza, tesón e ideas claras  para salir de ahí.  Pero no es fácil.  La cotidianeidad invita a seguir en  ese carrusel.  Se puede decir, llegados a este punto de nuestro recorrido, que el hombre light es sumamente vulnerable.  Al principio tiene un cierto  atractivo, es chispeante y divertido, pero después ofrece su auténtica  imagen; es decir, un ser vacío, hedonista, materialista, sin ideales,  evasivo y contradictorio...

El silencio

Guarda silencio y os dare la sabiduria (JoB  33)

Escucha, serás sabio. El comienzo de la sabiduría es el silencio."    - Pitágoras -

Quien habla mucho, piensa poco, ligera, o superficialmente.

Deberíamos volvernos más meditadores y menos habladores.

Quien no dice cosas inncesarias no habrá desperdiciado su tiempo de trabajo sobre si mismo.

No se llega la la verdad con muchas palabras ni discursos, sino con estudio, reflexión, meditación silenciosa.

Consecuentemente aprender a callar es aprender a pensar y meditar.

Por esta razón la disciplina del silencio tenía una importancia tan grande en la Escuela Pitagórica, donde no era permitido que ningún discípulo hablase, bajo ningún pretexto, antes de que hubiesen transcurrido los tres años de su noviciado.

Saber callar no es menos importante que saber hablar.

En el silencio las ideas maduran y esclarecen, y la verdad aparece como una verdadera palabra que es comunicada en lo secreto del alma de cada Ser.

El arte del Silencio es, por tanto, un arte complejo, no consiste únicamente en el mutismo, sino que se completa con el silencio interior del pensamiento:

Cuando sepamos callar el pensamiento, una Verdad se podrá revelar íntimamente y manifestarse en nuestra conciencia.

Para poder realizar esta disciplina del silencio, también tenemos que comprender el significado y el alcance.

Tenemos que callar delante de las personas que podrían perturbarse si hablamos acerca de los conocimientos que poseemos.

Silencio también significa dejar pasar las acusaciones y calumnias, esperando con tranquila seguridad que la verdad triunfe y se revele por si misma, por la propia fuerza inherente a ella, como siempre inevitablemente tiene que suceder.

 

ELOGIO DE LA DIFICULTAD

ESTANISLAO ZULETA


Cuando en 1980, el autor  recibe el título de  Doctor Honoris Causa en Sicología , de la Universidad del Valle, responde al homenaje con esta conferencia.

 

La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida sin riesgos,  sin lucha,  sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto, también sin carencias y sin deseos: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.

Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque  constituyen el modelo de nuestros propósitos y de nuestros anhelos en la vida práctica.

Aquí mismo, en los proyectos de la existencia  cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas.

Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en  última instancia un retorno al huevo.

En lugar de desear una sociedad en la que sea  realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido.

Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso; nuestro pecado es que  anhelamos regresar a él.

Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia  - por la desgracia -  de alguna revelación.

El estudio de la vida social y personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro, la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procuran su conquista. Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos, sino solamente síntomas de una naturaleza dañada, o bien  máscaras de malignos propósitos.

En lugar de discutir un razonamiento, se le reduce a un juicio de pertenencia al otro  - y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo - , o se da un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la Razón, que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a  “la causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.

Ahora sabemos por una amarga experiencia que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad, no es una característica exclusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra.

Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular  - todos lo son -  como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira.

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por participación, separan un interior bueno  - el grupo -  y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y en un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad.

Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales.

Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado las más caras esperanzas. Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor,  el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas.

Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia puede disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca, porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo, son vistas como  algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la Promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y  se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado sólo negativamente; lo que sucede entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico.

Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista, que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior.


Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente, sin caer en la interpretación paranoide  de la lucha.

Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquella sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosana del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios, y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él.

En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso aplicamos el circunstancialismo, de manera que aun los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura.

Él es así: yo me vi obligado. El cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. El discurso del otro no es más que un  síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los  resultados.

Y cuando de este modo nos empeñamos en  ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo.

La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta, no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto. Significa por el contrario, que tenemos suficiente confianza en la superioridad de las causas que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa.

En el carnaval de miseria y derroche propio del capitalismo tardío, se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocan a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad.

Dostoyewski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van no sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común, se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido.

Dostoyewski entendió hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades, porque nos evitan la angustia de la razón.

Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el sicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura. En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios, que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres, que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes, que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado.

Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto:

“ También esta noche,
Tierra permaneciste firme.
Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor.
Y alientas otra vez en mí, la aspiración
de luchar sin descanso por una
altísima existencia “