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Pensamiento Masonico

El desaprendizaje cívico

El desaprendizaje cívico

“Imagino un futuro en el que la educación incluirá como rutina el inculcar aptitudes esencialmente humanas como la conciencia de la propia persona, el autodominio y la empatía, y el arte de escuchar, resolver conflictos y cooperar”.

Daniel Goleman.

Gonzalo Hugo Vallejo
El Diario del Otún

La Pedagogía, esa teoría de la enseñanza y del aprendizaje que se impuso a partir del siglo XIX como ciencia de la educación que estudia las condiciones receptivas y perceptivas, objetivas y emocionales del conocimiento, los contenidos académicos y formativos, la evaluación y trascendencia del mundo problémico, contingente y conflictivo que envuelve a educadores y estudiantes como protagonistas de un proceso histórico y cultural... ha emprendido una expedición arqueológica, etnográfica y antropológica, rastreando en los insondables yacimiento del ser, las huellas epistemológicas y ontológicas que nos acerquen al sentido sígnico y epistémico de lo que se ha entendido por aprender. El aprendizaje se define como ese ejercicio disciplinar que incorpora en sí mismo hechos, sensaciones, intuiciones, percepciones, juicios y criterios de verdad, exógenos y muchas veces desconocidos. “Aprender es convertir en sustancia intelectual o sensitiva propia lo que anteriormente no pertenecía a ella. Aprender es ensanchar la vida y es el medio esencial del crecimiento interior”, afirma Marcel Prevost (“El arte de aprender”, 1947).

Todos sabemos la compleja y ardua labor de adaptarnos a conceptos principios, valores, normas, paradigmas y dogmas preestablecidos, considerados por el común de la gente como válidos, aceptables, correctos, incontrovertibles... todo un mundo sacralizado lleno de verdades flatulentas y apodícticas. ¿Cómo transformar, por no decir, derruir y erradicar estos preceptos grabados indeleblemente en nuestra conciencia? Corremos sin rumbo alguno; no sabemos dónde nos encontramos. ¿Por qué estamos en este aquí y en este ahora? ¿Cuál es nuestra misión en este mundo? ¿Cómo podemos cambiar esa realidad que con crudeza y acritud nos interpela? ¿Por qué aceptamos de una manera “Irracional” situaciones que a todas luces son injustas, degradantes y alienadoras?

El aprendizaje parte de una necesidad, de un interés, de una intencionalidad, de un propósito; parte de igual manera de la aceptación del reto que nos impone el mundo de lo incierto, lo confuso, lo desconocido, lo irresoluto. El aprendizaje es un acto de apropiación racional y emocional de hechos, situaciones y/o actitudes, ajenos o propios a nuestra condición sociocultural. Es ensanchamiento de la vida, posibilidad y probabilidad de crecimiento. El aprendizaje se ha entendido como el desarrollo de habilidades, destrezas, hábitos, actitudes y valores que le permiten al individuo conocer, comprender, resignificar, revaluar, cuestionar, crear y transformar, elementos orogénicos que forman parte del relieve del ser y la geografía del hacer.

El acto de desaprender forma parte importante del aprendizaje y constituye una de las mayores fuentes de resistencia y una de las más dolorosas y sublimes experiencias del individuo por las fisuras, los desgarrones y las rupturas que dejan en el individuo ese dramático enfrentamiento con el mundo contingente de sus habitudes. Ese desaprendizaje consiste en un deslastramiento de vivencias, experiencias, paradigmas, creencias, todo un cúmulo praxiológico que tuvo algún grado de utilidad y de actualidad en el pasado y que las condiciones socioculturales, a pesar de su deslegitimación histórica, aún siguen normatizando nuestras vidas dándole un sentido de pertenencia y legalidad a cada una de esas prácticas, a pesar de su obsolescencia e inocuidad. Desaprender significa comenzar a dudar de la logicidad, certidumbre y obviedad, elementos con los cuales se ha sido tipificando y amortajando el mundo de lo pedagógico y lo formativo en los diferentes escenarios de nuestra vida cotidiana: sociales, culturales, educativos, políticos.

El desaprendizaje es el eslabón que une el aprendizaje y el reaprendizaje. No podemos aprender algo nuevo si no desaprendemos antes, es decir, una nueva praxis no tendrá asidero en nuestras vidas mientras no permitamos que ella ocupe el espacio donde se apoltronó el prejuicio, donde mondos y lirondos dormitan los dogmas y las verdades adiposas y eternas, autosuficientes y mentirosamente indispensables. La tragedia que se vive en el mundo familiar y escolar, obedece, en primera instancia, al interés que existe en “desproblemizar” la realidad al considerarla colindante con el mundo del pesimismo, la anarquía y la negatividad. Se ha venido estigmatizando el pensamiento complejo y divergente, la pedagogía crítica, las posturas histórico-culturales. Sólo es exitoso, productivo, rentable aquello que se erija como positivo, proactivo, consensual, “sinérgico” y que almibare, de alguna forma, desde una pedagogía aplicada, el amargo y cotidiano acontecer de lo humano y organizacional.

En lo fundamental, un cambio de paradigma es una nueva manera de observar, pensar y sentir algo. A menudo este cambio se hace imprescindible debido a los nuevos retos del mundo social y cultural contemporáneo. Tales cambios son necesarios puesto que las transformaciones importantes en la realidad exigen un desarrollo dialéctico donde los agentes educativos reinterpretan, reconceptualizan, recontextualizan y aplican. La mejor manera de captar estas señales de cambio es cuando encontramos personas inquietas, con “el gusanito del desasosiego por dentro”, individuos que no aceptan esa mismidad “apoltro-acolchonada” y comienzan a enredarse, a confundirse y a chocar contra una realidad acartonada por prejuiciosos arquetipos; individuos que desde el reconocimiento de sus mundos disensuales y conflictivos, permiten que la duda, la sospecha, el cuestionamiento, la denuncia, la inconformidad, hagan posible otra realidad disímil, asimétrica, polimorfa, diversa, irregular, diacrónica, divergente, subversiva. Es aquí cuando comienzan las relecturas, la decodificación, la resignificación y el desaprendizaje. Palabras más, palabras menos, no podemos seguir aceptando un mundo de verdades magras y apodícticas fundamentadas en la alienación, la deshumanización, la exclusión y el oprobio.

Las ciudades presentan fuertes contrastes que reflejan una tremenda diversidad cultural y situacional. En nuestras urbes, riqueza y pobreza se interpelan de una manera cruda y permanente. Allí, donde las comunidades no se resignan al atraso, al abandono, la resignación y el olvido, las esperanzas y las angustias cotidianas conviven con los problemas, las dificultades y los retos. Allí se debe ejercitar una ciudadanía compleja, crítica y propositiva que busca devolverle la credibilidad a las instituciones que la representan. En la ciudad habita la sociedad civil con sus múltiples formas y diversos actores sociales, entendida ésta, como un conjunto de actores, entidades comunitarias, organizaciones sociales, sindicales, gremiales e instituciones que no perteneciendo a la esfera de gobierno, juegan un papel importante dentro de la sociedad a nivel de opinión pública, organización ciudadana y representación socioeconómica y política.

En este orden de ideas, se deben reivindicar las mallas institucionales entendidas como una red integral de organizaciones cívicas, comunitarias, asociaciones y comités que deciden unir esfuerzos y propuestas para solucionar los problemas que afectan a su comunidad. Allí debe tomar forma y vida la planeación participativa entendida como una práctica organizacional e interactiva, mediante la cual los ciudadanos intervienen en la elaboración de programas y proyectos de desarrollo humano y social. Se concibe así, la participación, como un proceso donde las organizaciones de la sociedad civil no sólo intervienen en la satisfacción de sus necesidades inmediatas, sino también en los procesos económicos, políticos y culturales de su mundo socio-sistémico y simbólico.

Las fortalezas competitivas en materia de educación ciudadana en el siglo XXI, indican que debemos estructurar nuestras organizaciones desde lo ético y lo comunicacional, lejos del mundo banal de las competencias, habilidades y destrezas que hiperbolizaron el mundo laboral y productivo forjando con sus espejismos fetichistas, imágenes ahítas de abundancia, autoestima y progreso. Debemos aprender a reunirnos, a reconocernos en la crítica y la denuncia, a consultarnos unos a otros... como un medio para que prevalezca el interés general sobre el particular, renazca de esta forma el verdadero sentido y significado de la política y se redefina el concepto de ciudadano como sujeto activo y participativo en la definición y búsqueda de los destinos colectivos, oportunidades de futuro y futuros deseados para su ciudad y región.

El ciudadano, al compartir esa experiencia de vida y comunicación que es el desaprendizaje, “aprende” desde el prisma pedagógico de la absurdidad, a develar la realidad, a veces cruel y triste, de las prácticas de sus congéneres, lesivas para él y sus coterráneos: fosas comunes abiertas por criminales pletóricos de vaciedad, cinismo e impunidad; exterminio de individuos y comunidades consideradas como peligrosos e indeseables; tribus urbanas sometidas al escarnio y la exclusión por haber cometido el imperdonable delito de ser diferentes; hipócritas posturas humanitarias de los actores del conflicto, protagonistas de las múltiples violencias, vestidos con el emético y mortal color del verde oliva; curas y políticos que confundieron el caudillismo populista con el liderazgo estratégico y asumieron la función brahmánica de promulgar un programa de vida a expensas de unos incautos y exprimidos feligreses...

Candidatos a cargos públicos que apuestan cajas de whisky, puestos administrativos, prebendas contractuales; damas grises y tricolores que confundieron el ejercicio cultural con una práctica de beneficencia o con un desfile de pasarela; políticos voraces y de toda laya que convirtieron los caquéxicos presupuestos de secretarías, gerencias e institutos descentralizados en la caja menor con la cual se pagan a cuentagotas sus promesas demagógicas; funcionarios desvergonzados que se rasgan las vestiduras ante el sicariato moral y el homicida a sabiendas de que son ellos mismos sus promotores; aspirantes a los puestos de poder que se juegan su futuro político a la cara y sello, al póker, la ruleta o los dados, en los casinos y/o tribunas porque saben que su vida pública y moral está irremediablemente perdida; candidatos a corporaciones públicas que paradójicamente, con sus febriles sueños juveniles, aspiran a cambiar la vieja política reproduciendo el manzanillismo y las anacrónicas prácticas clientelistas de sus mentores.

Tenemos que reemprender una tarea reeducativa: construir una nueva nación, una nueva ciudad. Para ello tenemos que erradicar la cultura del resentimiento, la indolencia y/o la indiferencia cómplice y asimismo, la utilización del valor de la creatividad sólo en pro de la depredación y la violencia. Estas palabras entresacadas del texto de Jorge Humberto Muñoz V. (”Aprender a desaprender”) nos llevan a pensar que tenemos que cambiar de posturas y modelos actitudinales para no seguir aceptando una rígida y cruel realidad: “así es”, “así ha sido siempre”, “así somos”, “así será”. La enseñanza cívica como acto de desaprendizaje no puede tener valor ni sentido más que por y desde la enseñanza moral de lo público. “Las constituciones que aseguran a todos los ciudadanos la libertad política y que realizan o preparan la igualdad social, tienen como esencia el respeto por la persona y la dignidad humanas”, afirmaba el político francés Jean Jaurés en su obra “La instrucción moral en la escuela”.

A manera de conclusión, podemos afirmar que nos anima sólo un urgente imperativo sintetizado en esta afirmación: “Hay que aprender a desaprender para emprender la tarea de recomprender nuestra realidad y de esta manera, transformarla”... ¡Qué tarea más difícil! ¡Qué ocupación más digna y encomiable ésta, la de aprender a desaprender¡ ¡Adelante maestros con nuestra tarea!

Colaboracion Alvaro Franco

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