TEORÍA Y PRACTICA DEL NINGUNEO
Alguien me dijo un buen ejemplo de ninguneo: "Ese tipo no puede ser nada
bueno,-¡si yo lo conozco!" Definición: consiste en rebajar la grandeza de
un ser humano, de un monumento, hasta de un pobre animal, aplicándole
adjetivos degradantes reales o inventados. Lo importante es que den risa o
que sean verosímiles. No es importante que sean verdaderos.
Probemos a inventar algunos. Por ejemplo, podríamos decir de Borges que
era un ciego reaccionario que escribió cuentos incomprensibles. En este
caso la combinación degradante es acertada: todo resulta verdad, pero
ignora lo más importante, o sea, que Borges es uno de los más grandes
genios de la literatura de nuestro tiempo. Cervantes: un manco pelagatos
que era oreja del rey en África, y que encima, lo metieron al bote por
tramposo. Hornero: un ciego pendejo que se la pasó cantando mientras los
demás echaban riata contra los tróvanos. Bach: un viejo cachureco que
vivió padroteando a costillas de la iglesia, y que se dedicó a llenar a su
mujer de hijos. Y el ejercicio podría seguir al infinito, según el grado
de ruindad del ejercitante.
El ninguneo consigue éxito inmediato, aprobación unánime. Todo el mundo se
ríe y aplaude. El placer de los demás es instantáneo: re-conocer la bajeza
de los otros es justificar la propia. Es acomodar a la propia mediocridad
a todo el género humano. Es la comodidad de saber que no hay ninguna alta
cumbre por escalar. Es la democracia sin límites: todos somos iguales en
la miseria de nuestras imposibilidades.
Hace algunos años, el semiólogo italiano Humberto Eco se preguntaba acerca
de la popularidad de algunos de los mayores presentadores de televisión.
Eran tan poco inteligentes, tan poco cultos, tan poco carismáticos que la
inmensa audiencia de que gozaban resultaba incomprensible. Con su conocida
perspicacia, Eco halló la respuesta en la propia pregunta. La gente los
seguía porque eran poco inteligentes, poco cultos, poco carismáticos. De
esa manera, les daba seguridad ver que, si un mediocre cualquiera podía
acceder a los más altos rangos de la televisión, también ellos podían
sentirse reconfortados en la vida.
Nada inquieta más que la aparición de un individuo que saca la cabeza por
encima de los otros. Una vez, Manuel José Arce nos dijo: "Cuidado, mucha.
Apenas saquen la cabeza, se las van a cortar". Se refería a la imprudencia
de algunos, durante un breve periodo de apertura, que escribían artículos
atrevidos en contra del poder. Pero su advertencia podría extenderse
también a los que hacen ostentación de talento. Cuando a Miguel Ángel
Asturias le dieron el Premio Nobel, escuché a más de alguno comentar que
era un bolo que se quedaba tirado por las calles. El eterno moralismo
conservador de una sociedad recoleta y sacristana.
El ninguneo puede servir también para la reafirmación del propio ego
concebido como algo que está en contra de los demás. Valgo yo, los demás
son un obstáculo para que yo valga. Entonces, les aplico la infalible
receta de la mezquindad. Es una enfermedad maligna del individualismo
burgués. Lo más curioso es que se puede encontrar en algunos intelectuales
que se profesan enemigos de la moral burguesa. Pero que si no reciben el
reconocimiento burgués, se enferman de la rabia.
Démosle una dignidad al ninguneo. Se Trata de nihilismo barato, de una
versión mutilada de las tesis más negativas sobre la existencia humana.
Sin embargo, en la propuesta Schopenhauer este nihilismo se salva con la
"caritas", con el "ágape".
El ninguneo desconoce la "caritas". Es como el correr ciego hacia el
abismo de los lemmings que se suicidan en masa lanzándose de los altos
acantilados. Así, el mediocre, no tolerando la existencia de la
inteligencia, trata de arrastrar consigo a aquellos que la demuestran. Y
una de sus tácticas es ningunear, vaciar de miseria su espíritu y rociar
con ella a todo el mundo, hasta hacer de su horizonte un tranquilo
desierto de esterilidades.
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