CREADOR
En el artículo criador se ve claro que en su origen latino, creador es la forma culta, y criador la vulgar de una misma palabra latina: creator. Y que está más cerca del significado original latino de creator y creare (con su incoativo crescere) la forma “criador” que el cultismo “creador”.
Es decir que para lo que hoy entendemos por Creador y Creación en el sentido religioso, fue preciso adaptar la palabra en su sentido reproductor, para asignarle por analogía un significado nuevo que ampliaba la significación original de la palabra.
Esa es entre otras la función de los cultismos, la reasignación de significados, cuando la palabra en curso no satisface la función significativa que se pretende, por la improbabilidad de que los hablantes admitan la ampliación o la incorporación de nuevos significados.
Pero no deja de sorprender el hecho de que procediendo del latín Factorem, que traduce fielmente el poihthn ( poietén) original y que en su día estuvo recogido en el cultismo Hacedor (el Supremo Hacedor, solía decirse), se pasase a “Criador”, tal y cual, que finalmente cedió este terreno de la denominación del atributo divino al cultismo “Creador”, que se aparta tanto del término original griego como de su razonable traducción latina.
Esto sólo se explica a partir del supuesto de que el hablante español percibiese en el criador aquello que más definitivamente caracteriza al “creador”, es decir la clara percepción de que por una parte es el criador el que decide sobre el nacimiento, la vida y la muerte de sus “criaturas”, y que tiene además la capacidad de diseñar nuevas criaturas y darles vida.
El sentimiento, en fin, de que el hombre es al Creador, lo que las criaturas (los animales que se crían) son a su criador; es decir que están totalmente en sus manos y se lo deben absolutamente todo a su voluntad (“Hágase la voluntad de Dios”, “Hágase tu voluntad”).
Porque el factor, factorem como traducción del poihteV (poietés) está plenamente justificado en el verbo poiew (poiéo), del que es una sustantivación. Si este verbo significa hacer, y a partir de ahí se extiende a todas las especializaciones del hacer, es lógico que el sustantivo que de él se deriva, arrastre consigo el significado genérico de hacer. Pero he ahí los caprichos de la lengua: los derivados poihsiV (póiesis), poihthV (poietés), poihma (póiema) y poihtikoV (poietikós) se fueron especializando progresivamente en el campo de la creación literaria, para acabar significando preferentemente “poesía”, “poeta”, “poema” y “poético”, por entender los griegos que el poeta debía ser considerado el hacedor por antonomasia, y su obra, la poesía, la obra más noble, la auténtica creación. Mucho han perdido los poetas y la poesía desde que les dieron nombre los griegos, porque si hoy tradujésemos el Credo transcribiendo la expresión Poihthn ouranou kai ghV (poietén uranú kai gués) del texto original fijado en el “Simbolo o Credo Nicenoconstantinopolitano” y mantenido definitivamente en las sucesivas versiones orientales del Credo, si tradujésemos, digo, “Creo en Dios Todopoderoso, Poeta del cielo y de la tierra...” tendríamos la clara sensación de que nos estamos cargando la Creación para rebajarla a meras fantasías de poeta. Y sin embargo los griegos siguen entendiendo igual de bien al Creador-poeta.
El origen de las palabras Por don Mariano Arnal
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