La entereza de carácter
Christian Gadea Saguier
Una de las virtudes que más define al hombre, como ejemplo digno de imitarse es la entereza de carácter; virtud esta que se cultiva en todos los climas, pero que no es peculiar a todos los hombres. La entereza de carácter de Terencio, nos dice, el Dr. Marañón en su libro sobre Tiberio, salvó en parte el prestigio, harto por los suelos, de la Roma de los Césares. Y cuando el célebre senador abogó porque se perdonasen las faltas de los amigos del Emperador, lo hizo más para defender los fueros de la justica que para ganarse una amistad que en nada le favorecía. Al exclamar en el Senado: "No quiero citar a nadie: a todos acuso y a todos defiendo con mis palabras y con mi propio riesgo", quiso expresar el resentimiento que tenía contra la corrupción de una época incapaz de ofrecer hombres lo suficicientemente dignos y patriotas que se opusiesen a los extravíos del César. Terencio tuvo que defender la justicia como designio emanado de Dios y no como principio del Código Penal. Como designio de Dios, la justicia es inflexible; en cambio, manejado por los hombres, se encuentra al arbitrio de las pasiones y livianidades humanas. Esa entereza de carácter es necesaria en los momentos del naufragio de la ética humana, nos dice el Dr. Marañón, porque cuando sobreviene el hundimiento de todos los valores morales, sucede lo que con el diluvio universal: se salva invariablemente una pareja de cada especie, en la misma forma que se rescata el decoro de aquellos hombres que de las insondables profundidades del desastre surgen como ejemplos de dignidad y entereza de carácter, desafiando las amenazas de la corrupción reinante.
Entereza de carácter debemos tener cuando el ambiente que nos rodea trata de empujarnos hacia las aguas senagosas del vicio y la perversión; cuando en un momento decisivo se juega el honor de nuestra patria y cumple a nosotros velar por su integridad; cuando tenemos que defender los principios de la justicia tergiversados o pisoteados por los agentes del depotismo; cuando, en una palabra, asistimos al entierro del decoro humano y está en nosotros procurar su pronta restauración. Solo así podrá llamarse hombre de carácter quien, haciendo a un lado los escollos que se oponen a su paso y encarándose a ellos, vence la furia de todas las fuerzas, negativas o infamantes, en contra suya.
La juventud debe ser una fuente perenne de entereza de carácter. Su misma estructura biológica y su condición sobre la tierra la obligan a ello. Jóvenes sin entereza de carácter son como plantas sin perfume ni lozanía. Son capullos que se anuncian ya marchitos y sin el vigor necesario para ser vivificados por el sol. Es tan importante la entereza de carácter en la juventud, que una de las más reputadas Universidades de los Estados Unidos en su frontispicio está la leyenda: "Si has perdido la fortuna, has perdido algo; si has perdido la salud, has perdido mucho; si has perdido el carácter, lo perdiste todo". Por eso la juventud debe situarse siempre sobre una plataforma, substancial y definitiva, de entereza de carácter. Así fueron los antiguos griegos, y es la razón por lo que la historia señala sus ejemplos como constructivos para la Humanidad.
En las Vidas Paralelas, de Plutarco, encontramos verdaderos ejemplares de entereza de carácter. También los tenemos en la Edad Media, y con ellos debemos recordar el sacrificio de Miguel de Servet y la fuerza moral de Castellio al protestar por el crimen que se consumaba en la persona de aquel hombre justo. Los nombres de Washington, Jefferson, Bolívar, San Martín, Morazán, Lincoln, Juárez y tantos más, testigos son de la presencia de nuestra América en ese sentido. Este es el ejemplo que debemos imitar.
2 comentarios
zulma piña -
robert moray -
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Felicitaciones por su obra.
Muy fraternalmente,
Robert Moray