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Pensamiento Masonico

Reflexiones

LOS VERSOS DE ORO

LOS VERSOS DE ORO

Pitágoras  (  y otros autores )

Honra, en primer lugar, y venera a los dioses inmortales, a cada uno de acuerdo a su rango. Respeta luego el juramento, y reverencia a los héroes ilustres, y también a los genios subterráneos: cumplirás así lo que las leyes mandan.

Honra luego a tus padres y a tus parientes de sangre. Y de los demás, hazte amigo del que descuella en virtud.

Cede a las palabras gentiles y no te opongas a los actos provechosos. 

No guardes rencor al amigo por una falta leve.

Estas cosas hazlas en la medida de tus fuerzas, pues lo posible se encuentra junto a lo necesario.

Compenétrate en cumplir estos preceptos, pero atiénete a dominar ante todo las necesidades de tu estómago y de tu sueño, después los arranques de tus apetitos y de tu ira.

No cometas nunca una acción vergonzosa, Ni con nadie, ni a solas: Por encima de todo, respétate a ti mismo.

Seguidamente ejércete en practicar la justicia, en palabras y en obras, Aprende a no comportarte sin razón jamás.

Y sabiendo que morir es la ley fatal para todos, que las riquezas, unas veces te plazca ganarlas y otras te plazca perderlas.

De los sufrimientos que caben a los mortales por divino designio, la parte que a ti corresponde, sopórtala sin indignación; pero es legítimo que le busques remedio en la medida de tus fuerzas; porque no son tantas las desgracias que caen sobre los hombres buenos.

Muchas son las voces, unas indignas, otras nobles, que vienen a herir el oído: Que no te turben ni tampoco te vuelvas para no oírlas. Cuando oigas una mentira, sopórtalo con calma.

Pero lo que ahora voy a decirte es preciso que lo cumplas siempre: Que nadie, por sus dichos o por sus actos, te conmueva para que hagas o digas nada que no sea lo mejor para ti.

Reflexiona antes de obrar para no cometer tonterías: Obrar y hablar sin discernimiento es de pobres gentes. Tú en cambio siempre harás lo que no pueda dañarte.

No entres en asuntos que ignoras, mas aprende lo que es necesario: tal es la norma de una vida agradable.

Tampoco descuides tu salud, ten moderación en el comer o el beber, y en la ejercitación del cuerpo. Por moderación entiendo lo que no te haga daño. Acostúmbrate a una vida sana sin molicie, y guárdate de lo que pueda atraer la envidia.

No seas disipado en tus gastos como hacen los que ignoran lo que es honradez, pero no por ello dejes de ser generoso: nada hay mejor que la mesura en todas las cosas.

Haz pues lo que no te dañe, y reflexiona antes de actuar.

No dejes que el dulce sueño se apodere de tus lánguidos ojos sin antes haber repasado lo que has hecho en el día: "¿En qué he fallado? ¿Qué he hecho? ¿Qué deber he dejado de cumplir?" Comienza del comienzo y recórrelo todo, y repróchate los errores y alégrente los aciertos.

Esto es lo que hay que hacer. Estas cosas que hay que empeñarse en practicar, Estas cosas hay que amar. Por ellas ingresarás en la divina senda de la perfección. ¡Por quien trasmitió a nuestro entendimiento la Tetratkis, la fuente de la perenne naturaleza.

¡Adelante pues! ponte al trabajo, no sin antes rogar a los dioses que lo conduzcan a la perfección. Si observares estas cosas conocerás el orden que reina entre los dioses inmortales y los hombres mortales, en qué se separan las cosas y en qué se unen.

Y sabrás, como es justo, que la naturaleza es una y la misma en todas partes, para que no esperes lo que no hay que esperar, ni nada quede oculto a tus ojos.

Conocerás a los hombres, víctimas de los males que ellos mismos se imponen, ciegos a los bienes que les rodean, que no oyen ni ven: son pocos los que saben librarse de la desgracia.

Tal es el destino que estorba el espíritu de los mortales, como cuentas infantiles ruedan de un lado a otro, oprimidos por males innumerables: porque sin advertirlo los castiga la Discordia, su natural y triste compañera, a la que no hay que provocar, sino cederle el paso y huir de ella.

¡Oh padre Zeus! ¡De cuántos males no librarías a los hombres si tan sólo les hicieras ver a qué demonio obedecen!

Pero para ti, ten confianza, porque de una divina raza están hechos los seres humanos, y hay también la sagrada naturaleza que les muestra y les descubre todas las cosas. De todo lo cual, si tomas lo que te pertenece, observarás mis mandamientos, que serán tu remedio, y librarán tu alma de tales males.

Abstiénete en los alimentos como dijimos, sea para las purificaciones, sea para la liberación del alma, juzga y reflexiona de todas las cosas y de cada una, alzando alto tu mente, que es la mejor de tus guías.

Si descuidas tu cuerpo para volar hasta los libres orbes del éter, serás un dios inmortal, incorruptible, ya no sujeto a la muerte.

Los colores de mi hijo

Los colores de mi hijo

Indira Páez


Yo nací en una casa de lo más multicolor. Y no, no me refiero a las  paredes. Esas eran blancas, como las de cualquier casa de Puerto Cabello  en los setenta. Mi casa era multicolor por dentro. Y es que mi mamá es de  piel tan clara, que sus hermanos la bautizaron "rana platanera". Y mi papá  era de un trigueño agresivo, con bigote de charro, sonrisa de Gardel y  cabello ensortijado, estirado a juro con brillantina. La vejez lo ha  desteñido, a mi papá. Como si la melanina se acabara con el tiempo. Como  si los años fueran de lejía.

De esa mezcla emulsionada salimos nosotros, cinco hermanos de lo más  variopintos. Mi hermano mayor, vaya usted a saber por qué, parece árabe.  Ojos penetrantes, nariz aguileña, frente amplia y cabello rizado (cuando  existía, pues ahora ostenta una calvicie de lo más atractiva). Le sigue  una hermana preciosa, nariz perfilada, pecas, ojos inmensos, sonrisa como  mandada a hacer. Castaña clara y de cabello cenizo. Se ayuda con  Kolestone, vamos a estar claros. Pero le queda de un bien que parece que  hubiera nacido así. Al tercero, extrañamente, le decían "el catire". Nunca  entendí por qué, con ese cabello de pinchos rebeldes que crece hacia  arriba. Eso sí, tan rana platanera como la madre. Yo soy trigueña como mi  padre, y mi nariz delata algún ancestro africano por ahí. Y mi hermana  menor es pecosa y achinada, como si en algún momento los genes se hubieran  vuelto locos y por generación espontánea hubieran creado una sucursal  asiática en la casa.

Así, los almuerzos en mi casa parecían más una convención de las  naciones unidas que otra cosa. Claro que yo jamás me di cuenta de eso.  Para mí eran almuerzos, punto. Con el olor inenarrable de las caraotas  negras de mi mamá y las tajadas de plátano frito que se hacían por kilos.   De chiquita nunca entendí por qué en el colegio de monjas un día una  niñita me preguntó si mi papá era el chofer. Tampoco supe por qué no lo  habían dejado entrar a cierto local nocturno muy de moda en los ochenta.  Yo jamás me fijé en los colores de mi familia. Mi papá, mi mamá y mis  hermanos, siempre fueron exactamente eso: mi papá, mi mamá y mis  hermanos..

Cuando yo era chiquita pensaba que los colores los tenían las cosas,  no la gente. No entendía por qué a algunos les decían negros si yo los  veía marrones, y a otros les decían blancos si yo los veía como anaranjado  claro tirando a rosa pálido. Y menos aún entendía por qué aparentemente y  para muchos adultos, era mejor ser "blanco" que "negro". Una vez mi papá  se comió un semáforo y alguien le gritó: "¡negro tenías que ser!". Yo me  quedé estupefacta al descubrir que los "blancos" jamás se comían los  semáforos.

Así las cosas, comenzó en mi adolescencia una suerte de fascinación  por aquello de los colores de la gente, las etnias, las razas y esos  asuntos que parecían importar tanto a la humanidad. Tanto, que hasta  guerras entre países generaba. Tanto, que se mataba la gente por asuntos  de piel. De genes. De células. De melanina.

Yo buscando vivencias reales, y con lo enamorada que soy, tuve  novios marrones, rosados, amarillos y uno hasta medio verdoso. Me casé con  un italiano y tuve una hija que parece una actriz de Zefirelli. Y  finalmente me enamoré hasta los huesos y me casé otra vez. Con un marrón.  Un marrón de esos que la gente llama "negro".

Una tía abuela me dijo cuando me casé: "ni se te ocurra tener hijos  con ese hombre, porque te van a salir negritos". A mí no me cabía en la  cabeza que a estas alturas de la historia universal, alguien pudiera hacer  un comentario como ese. Pero mi tía tiene 84 años, y uno, a la gente de 84  años, le perdona todo. Hasta el racismo.

Como soy bien terca salí embarazada de mi esposo marrón. El embarazo  fue una montaña rusa total, así que cuando nació mi hijo, sano, con diez  deditos en las manos y diez en los pies, un par de ojos, orejas, boca,  nariz y gritos, yo estallaba de felicidad. Y cuando uno estalla de  felicidad, no escucha nada.

Pero resulta que han pasado cinco meses, y aunque sigo felicísima,  se me ha ido pasando la sordera. Y como soy tan bruta, no termino de  entender cómo es que tanta gente, que no solo mi tía la de 84, me pregunta  "¿y de qué color es el niño?". Sí, sí, así mismo. "¿De qué color es?". Les  importa muchísimo ese detalle a algunos. Tal vez a demasiados. Una amiga  de España. Una antigua vecina. Una ex compañera de colegio. Una gente  cualquiera que no tiene 84 años. Una gente que, que yo sepa, no pertenece  al partido Neo Nazi, ni milita en el Ku Klux Klan, ni es aria, ni tiene  esvásticas en la ropa. Una gente que se ofende si uno les dice racista.  Llegan así, llaman, escriben. Y lo primero que preguntan, antes de esas  típicas preguntas de viejita ("¿Cuánto pesó?" "¿Cuánto midió?" "¿Lloró  mucho?"), es "¿y de qué color es?".

Y la verdad, lo confieso, a riesgo de quedar como una madre  desnaturalizada, es que yo no me había fijado de qué color era mi hijo.  Porque cuando nació mi hija la italianita nadie me preguntó eso. Entonces  no pensé que era tan importante saberse el color del hijo. Yo me sabía la  fecha de su primera sonrisa. Me sabía cuándo se le puso la triple, cuándo  comió papilla por primera vez. Sabía que tenía tres tipos de llanto (uno  de hambre, uno de sueño y uno de ñonguera). Sabía que por las noches le  gustaba quedarse dormida en mi pecho. Cosas, pues, intrascendentes. Igual  con mi bebé. Ya me sé sus ojos de memoria, por ejemplo. A veces están a  media asta y es que tiene sueño, pero lucha porque no quiere perderse  nada. Me sé sus saltos cuando quiere que lo cargue. La temperatura de su  piel, el olor de su nuca.

Pero el domingo pasado me encontré a una ex compañera de trabajo que  no veía desde mi preñez, y ¡zuás!, me lanzó la pregunta. "¿Ya nació tu  hijo? ¿Y de qué color es?". Me agarró desprevenida, y no supe qué  responderle, pero me prometí a mí misma averiguarlo, ya que a tanta gente  parece importarle el asunto. Debe ser que es algo vital, y yo de mala  madre no he prestado atención a la epidermis de mis críos.   Así que ante tanta curiosidad de la gente, me he puesto a detallar  los colores de mi hijo. Y resulta que mi bebé es un camaleón. Sí, de  verdad. Cambia de colores. A las cinco y media de la mañana, cuando se  despierta pidiendo comida, es como rojo. Un rojo furioso y candelero.  Después se pone como rosadito, y se ríe anaranjado. A veces pasa el día  verde manzana, y me provoca darle mordiscos por todos lados. Cuando lo  baño, y chapotea con el agua, se vuelve como plateado, una cosa increíble.  Cuando se le cierran los ojitos del sueño, es amarillo pollito y provoca  acunarlo y meterlo bajo las dos alas acurrucadito. Finalmente se duerme y,  lo juro por Dios, se pone azul. Y brilla en la oscuridad.

Ese es mi hijo, multicolor. Sé que va a ser un poco difícil llenarle  la planilla del pasaporte, o contestarles a las ex compañeras de colegio  cuando pregunten de qué color es mi hijo. Pero eso es lo que hay. Lo juro.  Mi hijo es color arcoiris.

De la naturaleza humana

De la naturaleza humana

Paulo Coelho

Todos los días nos bombardean con noticias de actos de crueldad, y nos preguntamos: ¿cómo puede el hombre ser capaz de tanta perfidia? Los ejemplos van desde Río de Janeiro, donde tenía un amigo periodista (Tim Lopes) que fue salvajemente torturado antes de ser asesinado, hasta la prisión de Abu Graib, en Iraq, donde chicos y chicas americanos, que siempre se han comportado de forma ejemplar en sus pequeñas comunidades provincianas, acaban convirtiéndose en monstruos.

En 1971, profesores de la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos, crearon una especie de prisión simulada, en los sótanos de la Facultad de Psicología. Escogieron a 12 estudiantes al azar, que actuarían como guardas, y a otros 12 que serían los prisioneros. Todos procedían del mismo medio social: clase media, educación rígida y sólidos valores morales. Durante dos semanas se otorgó a los "carceleros" una autoridad absoluta sobre los "presos".

La experiencia hubo de ser interrumpida al cabo de una semana, dado que, apenas transcurridos unos días, los "guardas" comenzaron a mostrar un comportamiento cada vez más sádico y anormal, y llegaron a ser capaces de barbaridades nunca vistas. Hasta hoy, cuando han pasado más de 30 años, los dos grupos todavía necesitan tratamiento psicológico.

El creador de la experiencia de Stanford, Philip Zimbardo, cuenta al periódico Herald Tribune:

-No me sorprendieron las fotos de la prisión iraquí de Abu Graib. No se trata de unas pocas manzanas podridas dentro de un cesto de fruta fresca, sino exactamente de lo contrario: gente de buenos sentimientos que, al verse con la posibilidad de ejercer un poder absoluto, pierde cualquier noción del límite y deja que se manifiesten sus instintos más primitivos.

Otro estudio interesante fue el que realizó Stanley Milgram para la Universidad de Yale. Se seleccionó un grupo de alumnos para estudiar "técnicas de castigo". Cada uno se ponía al mando de un aparato de descargas eléctricas, mientras, separado de él, al otro lado de una pantalla de cristal, se colocaba un estudiante que tenía que responder a una serie de preguntas. Cada vez que éste errase, el otro alumno tenía que administrarle una descarga, aumentando progresivamente el voltaje, aun sabiendo que, a partir de determinado momento, podría matar a su compañero.

La máquina de descargas era falsa, y el "estudiante" era un actor, pero los alumnos no sabían nada de eso. Para sorpresa de todos, el 65% de los "interrogadores" llegó a lo que sería una descarga mortal.

Es decir, que ante situaciones que nos permiten un control total y absoluto de otra persona, nadie puede estar seguro de que no traspasará el límite.

Pero sólo quien ya ha vivido este tipo de experiencia (y yo, desgraciadamente, recuerdo ciertas actitudes en mi juventud que me incluyen en este grupo) sabe que llega un momento en que perdemos por completo el control, y vamos más allá de lo que dicta el sentido común.

Si la naturaleza humana es así, ¿qué debemos hacer? Una antigua historia situada en los Pirineos, posiblemente una leyenda, cuenta que un monje, de nombre Savin, que venía de recoger donaciones en oro para la capilla que quería construir, pasó por la casa de uno de los bandidos más sanguinarios de la región. Como no tenía donde dormir, pidió que le dejaran pernoctar allí.

El bandido, sorprendido del valor del monje, decidió ponerlo a prueba y le dijo:

-Has venido aquí para provocarme. Quieres que te mate y te robe el dinero, para así convertirte en mártir. Si hoy entrase aquí la prostituta más bella que haya en la ciudad, ¿serías capaz de convencerte de que no es bella y seductora?

-No. Pero me podría controlar.

-Y si un monje entrase con oro para construir una capilla, ¿podrías mirar ese oro como si fuesen piedras?

-No. Pero me podría controlar.

Savin y el asesino tenían los mismos instintos, el bien y el mal se los disputaban, como se disputan todas las almas sobre la faz de la Tierra.

Cuando el malhechor vio que el monje era igual a él, también entendió que él era igual a Savin, y se convirtió.

Tenemos el bien y el mal frente a nosotros, y todo es cuestión de control.

Nada más que eso.

La verdadera naturaleza

La verdadera naturaleza

Un maestro oriental que vió como un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó. Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.

El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el animal lo picó.

Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo: "Perdone, pero usted es terco ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua el alacrán lo picará?.

El maestro respondió: La naturaleza del alacrán es picar y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar". Y entonces, sirviéndose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

Autor desconocido

 ...  El mal está sólo en tu mente y no en lo externo. La mente pura siempre ve solamente lo bueno en cada cosa, pero la mala se encarga de inventar el mal.

Goethe

Estrategias para manejar los conflictos

Estrategias para manejar los conflictos

“Sostengo que es una prueba de gran prudencia que los hombres se abstengan de amenazas y palabras insultantes, pues ni unas ni otras (…..) disminuyen la fuerza del enemigo, pero las amenazas lo vuelven más cauto, y los insultos aumentan el odio que nos tiene y lo hacen más perseverante en sus esfuerzos por causarnos daños.”

Nicolás Maquiavelo

 

Abordar un conflicto es como entrar a navegar en un lago helado. Algunas personas  prefieren  primero probar  el agua, sumergir sólo el pie y penetrar lentamente. Quieren acostumbrarse al frío de modo gradual. Sin embargo otros, prefieren sumergirse tomando carrera y dando un salto, para que el choque con el frío quede atrás rápidamente. Así es como distintas personas utilizan diferentes estrategias para enfrentar los conflictos. Estas estrategias las aprendemos de niños y luego funcionan automáticamente. Todos tenemos una estrategia personal que hemos aprendido y que podemos cambiarla o reformarla al conocer nuevos métodos más eficaces para manejar los conflictos.

En cualquier conflicto debemos considerar dos preocupaciones:

-Alcanzar una meta (la “preocupación por uno mismo”)

-Mantener una relación apropiada con la otra persona (la preocupación por los otros”)

El modo en que abordamos un conflicto depende de la importancia que tenga para nosotros la meta y la relación con la otra persona. Una forma de elegir la estrategia puede ser ubicar por separado las dos preocupaciones en una escala que vaya desde lo “no importante” hasta lo “sumamente importante”; y determinar así cuál es la estrategia que mejor se adecua a la situación. Sobre esta base es posible definir cinco estrategias.

 

Negociaciones para la resolución del problema

 

Cuando tanto la meta como la relación son sumamente importantes, iniciamos negociaciones para resolver el problema. Buscamos soluciones tales que ambas partes alcancemos nuestras metas respectivas y resolvamos todas las tensiones y los sentimientos negativos. Sin abandonar nuestros intereses, tratamos de encontrar un modo de conciliarlos con los de la otra persona.

Suavizar

 

Cuando la meta no es importante, pero lo es en grado sumo la relación, renunciamos al objetivo para reservarle a la relación la más alta calidad posible. Es importante el buen humor y las disculpas si son necesarias.

La actitud de fuerza, o del tipo “yo gano-tu pierdes”

 

Cuando la meta es sumamente importante y la relación no, tratamos de alcanzar nuestro objetivo forzando o persuandiendo a la otra parte para que ceda. Competimos para ganar en una relación del tipo “gano-pierdes”. Por ejemplo al comprar un auto usado queremos pagar lo menos posible y no nos importa como se siente el vendedor. En una competencia de natación tratamos de llegar primero sin pensar en como se sienten los otros nadadores. Las tácticas para persuadir son desplegar argumentos convincentes, establecer un plazo, afirmarse en una posición, o formular exigencias que exceden lo aceptable.

Transigencia recíproca

 

Cuando tanto la meta como la relación son moderadamente importantes, y ninguna de las partes parece obtener lo que quiere, tal vez haya que renunciar a una parte del objetivo y asimismo sacrificar parte de la relación para llegar a un acuerdo. Esto puede suponer llegar a un acuerdo y conformarse con la mitad de la meta, pero sin dañar la relación. Generalmente se elige esta estrategia cuando los disputantes querrían negociar pero no cuenta con el tiempo para hacerlo.

Repliegue

 

Cuando la meta no es importante y uno no necesita mantener una relación con la otra persona, tal vez desee renunciar a ambas cosas y de tal modo se sustraiga a la persona y al problema. En muchas ocasiones es preferible replegarnos de un conflicto hasta que uno mismo y la otra persona nos hayamos calmado y podamos controlar nuestras emociones.

Eficacia

Para elegir una estrategia debemos creer que dará resultado. Cada estrategia es preferible en determinadas condiciones, a saber:

*La negociación para resolver el problema: hay una buena relación entre nosotros y la otra persona, hay más posibilidades de encontrar alternativas que nos permitan alcanzar nuestros objetivos, y cada uno de nosotros confía en el otro y en sus propias capacidades.

*La suavización: los intereses de la otra persona parecen más importantes que los nuestros y disponemos de poco tiempo.

*La actitud de fuerza del tipo “gano-pierdes”: la relación es temporaria y sólo nos interesa conseguir nuestra meta.

*La transigencia: el compromiso de ambas partes con sus respectivos intereses está decreciendo, y aumenta la presión del tiempo. En poco tiempo necesitan llegar a un acuerdo y cuentan con poco tiempo.

*El repliegue: pensamos que la relación está terminando, y que la otra persona parece irracional e incapaz de resolver el problema.

Conclusiones

Ante un conflicto debemos analizar nuestra meta y quien es la otra persona.

Si nuestra meta es sumamente importante y también la relación, debemos intentar llegar a una negociación, si no contamos con el tiempo suficiente transigir, o suavizar. Si la otra persona está nerviosa conviene un repliegue, para dejar el problema pendiente de resolver.

Sólo en una relación de competencia o de compra-venta puedo utilizar la estrategia “tu ganas-tu pierdes”, nunca debo utilizarla con personas que tengo una relación buena y estable.


Eligiendo como enfrentar los conflictos, podemos desarrollar un plan de acción primero mental y luego en concreto, que nos permita abordarlos con éxito.

Recueden que la violencia verbal o física nunca será una estrategia para resolver problemas, sólo es una forma arrebatada, impulsiva y poco racional de afrontar las diferencias.


Fuente: “Como reducir la violencia en las escuelas” Johnson y Johnson

Cómo voy a salir si está lloviendo?

Cómo voy a salir si está lloviendo?

Cuenta una vieja historia budista que pasaba un hombre por una aldea, en pleno temporal, cuando de repente ve una casa ardiendo. Al acercarse, observa a otro hombre sentado en la sala:
-¡Su casa está ardiendo! –le grita.
-Ya lo sé –responde el hombre desde la sala en llamas.
-Entonces, ¿por qué no sale?
-Porque está lloviendo. Mi madre siempre dice que la lluvia puede provocar neumonía.

Zao Chi comenta sobre la fábula: "sabio es el hombre que sabe cambiar de situación cuando se ve obligado a ello”

EL PERRO Y KAKASBAL

EL PERRO Y KAKASBAL

Un hombre era tan pobre que siempre estaba de mal humor y así no perdía la ocasión de maltratar a un infeliz perro que tenía. Kakasbal, espíritu del mal, que está en todo, vio que podía sacar partido de la inquina que seguramente el perro sentía contra su amo y así se le apareció y le dijo:
Ven acá y dime qué te pasa, pues te veo triste.
Cómo no he de estarlo si mi amo me pega cada vez que quiere, respondió el perro.
Yo sé que es de malos sentimientos. ¿Por qué no lo abandonas?
Es mi amo y debo serle fiel.
Yo podría ayudarte a escapar.
Por nada le dejaré.
Nunca agradecerá tu fidelidad.
No importa, le seré fiel.
Pero tanto insistió Kakasbal que el perro, por quitárselo de encima, le dijo:
Creo que me has convencido; dime, ¿qué debo hacer?
Entrégame tu alma.
¿Y qué me darás a cambio?
Lo que quieras.
Dame un hueso por cada pelo de mi cuerpo.
Acepto.
Cuenta, pues...
Y Kakasbal se puso a contar los pelos del perro; pero cuando sus dedos llegaban a la cola, éste se acordó de la fidelidad que debía a su amo y pegó un salto y la cuenta se perdió.
¿Por qué te mueves? le preguntó Kakasbal.
No puedo con las pulgas que me comen día y noche. Vuelve a empezar.
Cien veces Kakasbal empezó la cuenta y cien veces tuvo que interrumpirla porque el perro saltaba. Al fin Kakasbal dijo:
No cuento más. Me has engañado; pero me has dado una lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de un perro

Fuente: Cuentos y Leyendas Mayas.

Mi conclusión es que es fácil saber por que mandan los que mandan pero es muy difícil saber por que obedecen los que obedecen.

Unicornio

El triple filtro de Sócrates

El triple filtro de Sócrates

En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos. Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:

– ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?

– Espera un minuto –replicó Sócrates–. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.

– ¿Triple filtro?

– Correcto –continuó Sócrates–. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?

– No –dijo el hombre–, realmente solo escuché sobre eso y...

– Bien –dijo Sócrates–. Entonces realmente no sabes si es cierto o no. Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad: ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?

– No, por el contrario...

– Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro el filtro de la utilidad: ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?

– No, la verdad que no.

– Bien –concluyó Sócrates–, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil ¿para qué querría saberlo?

En la masoneria como en todas las congregaciones humanas siempre crece el espontaneo germen de los chismes, este tipo de comentarios la mayoria de las veces realizados sin mala intencion en un principio, pueden ser capitalizados por los rencores y los resentimientos latentes en los escuchas,  en este escrito Socrates conciente de su imperfeccion, no se permite el riesgo de caer en tentacion y decide no recibir estos comentarios.

Desconfia de quien te habla mal de los demas,  mas tarde lo hara de ti.

Unicornio.