A la sombra de la acacia
Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Luis Cernuda
Nací y crecí en Barranquilla, hermosa ciudad del norte de Colombia situada en la desembocadura del río Magdalena. Famosa en una época por sus frondosas acacias; majestuosos árboles que sirvieron como campo de juego y escondite ideal para inocentes besos.
Pocos años más tarde me tocó presenciar como uno a uno, estos antes magníficos árboles todavía en plenitud de follaje, antes ilustres y poderosos, se derrumbaban sin saber porqué, ante el mas mínimo amago de brisa. Pero la duda no duraba mucho pues mostraban sus raíces totalmente podridas, llenas de parásitos que durante años se alimentaron de su rica savia y de la fortaleza de su madera. El voraz apetito no se compadecía de las hondas raíces y cegaba de tajo la obra de muchos lustros de la meticulosa naturaleza.
Otrora sombra y frescura, campo de juego, fuente de vida, ahí quedaban los huecos de mis acacias del recuerdo, como incipientes tumbas llenas de pequeñas cucarachas negras y blancas que hervían en una nefasta sopa.
Mucho mas tarde en otra etapa de mi vida, encontré una respetuosa institución, y mi sorpresa fue mayor al tener una nueva cita con mi vieja amiga la acacia; ahora la acacia perenne de siglos de conocimiento, la incorruptible guardiana de la tumba del maestro.
Para no mojarme en la lluvia y al amparo del conocimiento de su sombra, solo diré que volví a nacer con su delicioso aroma que tan bellos recuerdos despertaron en mi, recuerdos tal vez de una vida anterior que se deja de lado para seguir principios que te retan a superar el gran misterio de conocerse a si mismo. Convertida ahora en símbolo, no habría el riesgo de volver a verla caer. Ilusiones de mi vieja Barranquilla, ciudad y logia.
En lo humano no cabe lo perfecto, y una escuálida carabela siempre nos recordará que solo estamos de paso; la búsqueda de la trascendencia hace que dejemos a un lado la muerte y tracemos una ruta que va más allá; la miopía de la voracidad hace que no se dejen espacios a que nuevas raíces crezcan.
La acacia guardiana del averno, no es inmune tampoco a las plagas de parásitos que viven de sus raíces y que más tarde que temprano cavarán su tumba, en lo que otrora fue su frondosa sombra. Estos sempiternos huéspedes olvidaron la frescura del olor de las hojas para explotar el oropel de sus raíces.
LA ACACIA SE PUDRE OTRA VEZ!!!
Dario Gomez
080925
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