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Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona

** Nota del editor : Las ideas aqui expresadas no reflejan el pensamiento masonico,  se publica para conocimiento de masones y publico en general.

ZENIT - El mundo visto desde Roma Código: ZS06091325
Fecha publicación: 2006-09-13
Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona


Una nueva relación entre fe y razón para permitir el diálogo entre culturas y religiones  RATISBONA, miércoles, 13 septiembre 2006 (ZENIT.org).-    Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este martes en la tarde en el encuentro  que mantuvo con representantes alemanes del mundo de la ciencia en Aula  Magna de la Universidad de Ratisbona, de la que había sido catedrático y  vicerrector. El Papa se ha reservado la posibilidad de publicar en un  segundo momento una versión de este texto definitiva con notas al pie de  página. Por este motivo se trata de una redacción provisional. El Santo  Padre ha dado por título a esta conferencia: "Fe, razón y universidad.  Recuerdos y reflexiones".

"Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones"

¡Ilustres señores, gentiles señoras!

Para mí es un momento emocionante estar nuevamente en la cátedra de la  universidad y poder impartir una vez más una lección. Mi pensamiento vuelve  a aquellos años en los que, tras un hermoso periodo en el Instituto Superior  de Freising, inicié mi actividad de profesor académico en la Universidad de  Bonn. En el año 1959 se vivían todavía los viejos tiempos de la universidad  en que había profesores ordinarios. Para las cátedras individuales no  existían ni asistentes ni dactilógrafos, pero en compensación se daba un  contacto muy directo con los estudiantes y sobre todo entre los profesores.

Se daban encuentros antes y después de las lecciones en los cuartos de los  docentes. Los contactos con los historiadores, los filósofos, los filólogos  y también entre las dos facultades teológicas eran muy cercanos. Una vez al  semestre había un "dies academicus", en el que los profesores de todas las  facultades se presentaban delante de los estudiantes de toda la universidad,  haciendo posible una verdadera experiencia de "universitas" --algo a lo que  también ha aludido usted, señor rector, hace poco--: el hecho que nosotros,  a pesar de todas las especializaciones, que a veces nos impiden comunicarnos  entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón  con sus diferentes dimensiones --estando así juntos también en la común  responsabilidad por el recto uso de la razón--, hacía que se tratase de una  experiencia viva. La universidad, sin duda, estaba orgullosa también de sus  dos facultades teológicas. Estaba claro que también ellas, interrogándose  sobre la racionalidad de la fe, desarrollan un trabajo que necesariamente  forma parte del "todo" de la "universitas scientiarum", aunque no todos  podían compartir la fe, por cuya correlación con la razón común se esfuerzan  los teólogos. Esta cohesión interior en el cosmos de la razón tampoco quedó  perturbada cuando se supo que uno de los colegas había dicho que en nuestra  universidad había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que  no existía: Dios. En el conjunto de la universidad era una convicción  indiscutida el hecho de que incluso frente a un escepticismo así de radical  seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la  razón y en el contexto de la tradición de la fe cristiana.

Me acordé de todo esto cuando recientemente leí la parte editada por el  profesor Theodore Khoury (Münster) del diálogo que el docto emperador  bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno del 1391 en  Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la  verdad de ambos. Fue probablemente el mismo emperador quien anotó, durante  el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo. De este modo se  explica el que sus razonamientos son reportados con mucho más detalle que  las respuestas del erudito persa. El diálogo afronta el ámbito de las  estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán y se detiene  sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero necesariamente también en  la relación entre las "tres Leyes" o tres órdenes de vida: Antiguo  Testamento, Nuevo Testamento, Corán. Quisiera tocar en esta conferencia un  solo argumento --más que nada marginal en la estructura del diálogo-- que,  en el contexto del tema "fe y razón" me ha fascinado y que servirá como  punto de partida para mis reflexiones sobre este tema.

En el séptimo coloquio (controversia) editado por el profesor Khoury, el  emperador toca el tema de la "yihad" (guerra santa). Seguramente el  emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: "Ninguna constricción en  las cosas de la fe". Es una de las suras del periodo inicial en el que  Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el  emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y  fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en los  particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el "Libro" y  los "incrédulos", de manera sorprendentemente brusca se dirige a su  interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre  religión y violencia, en general, diciendo: "Muéstrame también aquello que  Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e  inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él  predicaba". El emperador explica así minuciosamente las razones por las  cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La  violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del  alma. "Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a  la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto,  quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar  bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las  amenazas. Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los  músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que  se pueda amenazar a una persona de muerte.".

La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante  la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de  Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta que para el emperador, como buen  bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para  la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Su  voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la  racionalidad. En este contexto Khoury cita una obra del conocido islamista  francés R. Arnaldez, quien revela que Ibh Hazn llega a decir que Dios no  estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo  obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería  practicar incluso la idolatría.

Aquí se abre, en la comprensión de Dios y por lo tanto en la realización  concreta de la religión, un dilema que hoy nos plantea un desafío muy  directo. La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción  con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o es válido  siempre por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda  concordancia entre aquello que es griego en el mejor sentido y aquello que  es fe en Dios sobre el fundamento de la Biblia. Modificando el primer verso  del Libro del Génesis, Juan comenzó el "Prólogo" de su Evangelio con las  palabras: "Al principio era el logos". Es justamente esta palabra la que usa  el emperador: Dios actúa con "logos". "Logos" significa tanto razón como  palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero, como razón.  Con esto, Juan nos ha entregado la palabra conclusiva sobre el concepto  bíblico de Dios, la palabra en la que todas las vías frecuentemente  fatigosas y tortuosas de la fe bíblica alcanzan su meta, encontrando su  síntesis. En principio era el "logos", y el "logos" es Dios, nos dice el  evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego  no era una simple casualidad. La visión de San Pablo, ante quien se habían  cerrado los caminos de Asia y que, en sueños, vio un macedonio y escuchó su  súplica: "¡Ven a Macedonia y ayúdanos!" (Cf. Hechos 16, 6-10), puede ser  interpretada como una "condensación" de la necesidad intrínseca de un  acercamiento entre la fe bíblica y la filosofía griega.

En realidad, este acercamiento ya había comenzado desde hacía mucho tiempo.  Ya el nombre misterioso de Dios de la zarza ardiente, que separa a Dios del  conjunto de las divinidades con múltiples nombres, afirmando solamente su  ser, es, confrontándose con el mito, una respuesta con la que está en íntima  analogía el intento de Sócrates de vencer y superar al mito mismo. El  proceso iniciado hacia la zarza alcanza, dentro del Antiguo Testamento, una  nueva madurez durante el exilio, donde el Dios de Israel, entonces privado  de la Tierra y del culto, se presenta como el Dios del cielo y de la tierra,  con una simple fórmula que prolonga las palabras de la zarza: "Yo soy". Con  este nuevo conocimiento de Dios va al mismo paso una especie de ilustración,  que se expresa drásticamente en la mofa de las divinidades que no son más  que obra de las manos del hombre (Cf. Salmo 115). De este modo, a pesar de  toda la dureza del desacuerdo con los soberanos helenísticos, que querían  obtener con la fuerza la adecuación al estilo de vida griego y a su culto  idolátrico, la fe bíblica, durante la época helenística, salía interiormente  al encuentro de lo mejor del pensamiento griego, hasta llegar a un contacto  recíproco que después se dio especialmente en la tardía literatura  sapiencial. Hoy nosotros sabemos que la traducción griega del Antiguo  Testamento, realizada en Alejandría --la Biblia de los "Setenta"--, es más  que una simple traducción del texto hebreo (que hay que evaluar quizá de  manera poco positiva): es de por sí un testimonio textual, y un paso  específico e importante de la historia de la Revelación, en el cual se ha  dado este encuentro que tuvo un significado decisivo para el nacimiento del  cristianismo y su divulgación. En el fondo, se trata del encuentro entre fe  y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente  desde la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, desde la  naturaleza del pensamiento helenístico fusionado ya con la fe, Manuel II  podía decir: No actuar "con el "logos"" es contrario a la naturaleza de  Dios.

Honestamente es necesario anotar, que en el tardío Medioevo, se han  desarrollado en la teología tendencias que rompen esta síntesis entre  espíritu griego y espíritu cristiano. En contraposición al así llamado  intelectualismo agustiniano y tomista, con Juan Duns Escoto comenzó un  planteamiento voluntarista, que al final llevó a la afirmación de que sólo  conoceremos de Dios la "voluntas ordinata".

Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual Él  habría podido crear y hacer también lo contrario de todo lo que  efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que, sin lugar a dudas,  pueden acercarse a aquellas de Ibn Hazn y podrían llevar hasta la imagen de  un Dios-Árbitro, que no está ligado ni siquiera a la verdad y al bien. La  trascendencia y la diversidad de Dios se acentúan de una manera tan  exagerada, que incluso nuestra razón, nuestro sentido de la verdad y del  bien dejan de ser un espejo de Dios, cuyas posibilidades abismales  permanecen para nosotros eternamente inalcanzables y escondidas tras sus  decisiones efectivas. En contraposicio´n, la fe de la Iglesia se ha atenido  siempre a la convicción de que entre Dios y nosotros, entre su eterno  Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía, en  la que ciertamente las desemejanzas son infinitamente más grandes que las  semejanzas --como dice el Concilio Lateranense IV en 1215--, pero que no por  ello se llegan a abolir la analogía y su lenguaje. Dios no se hace más  divino por el hecho que lo alejemos en un voluntarismo puro e impenetrable,  sino que el Dios verdaderamente divino es ese Dios que se ha mostrado como  el "logos" y como "logos" ha actuado y actúa lleno de amor por nosotros.  Ciertamente el amor "sobre pasa" el conocimiento y es por esto capaz de  percibir más que el simple pensamiento (Cf. Efesios 3,19); sin embargo, el  amor del Dios-Logos concuerda con el Verbo eterno y con nuestra razón, como  añade san Pablo es "lógico" (Cf. Romanos 12, 1).

Ese acercamiento recíproco interior, que se ha dado entre la fe bíblica y el  interrogarse a nivel filosófico del pensamiento griego, es un dato de  importancia decisiva no sólo desde el punto de visa de la historia de las  religiones, sino también desde el de la historia universal, un dato que nos  afecta también hoy. Considerado este encuentro, no es sorprendente que el  cristianismo, no obstante su origen e importante desarrollo en Oriente, haya  encontrado su huella históricamente decisiva en Europa. Podemos expresarlo  también al contrario: este encuentro, al que se une sucesivamente el  patrimonio de Roma, ha creado Europa y permanece como fundamento de aquello  que, con razón, se puede llamar Europa.

A la tesis, según la cual, el patrimonio griego, críticamente purificado,  forma parte integrante de la fe cristiana, se le opone la pretensión de la  deshelenización del cristianismo, pretensión que desde el inicio de la edad  moderna domina de manera creciente en la investigación teológica. Si se  analiza con más detalle, se pueden observar tres oleadas en el programa de  la deshelenización: si bien están relacionadas entre sí, en sus motivaciones  y en sus objetivos, son claramente distintas la una de la otra.

La deshelenización se da primero en el contexto de los postulados  fundamentales de la Reforma del siglo XVI. Considerando la tradición de las  escuelas teológicas, los reformadores se veían ante a una sistematización de  la fe condicionada totalmente por la filosofía, es decir, ante un  condicionamiento de la fe desde el exterior, en virtud de una manera de ser  que no derivaba de ella. De este modo, la fe ya no parecía como una palabra  histórica viviente, sino como un elemento integrado en la estructura de un  sistema filosófico.

La "sola Scriptura", en cambio, busca la forma pura primordial de la fe, tal  y como está presente originariamente en la Palabra bíblica. La metafísica se  presenta como un presupuesto derivado de otra fuente, de la que tiene que  liberarse la fe para hacer que vuelva a ser ella misma. Kant siguió este  programa con una radicalidad que los reformadores no podían prever. De este  modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso  al todo de la realidad.

La teología liberal de los siglos XIX y XX acompaña la segunda etapa del  proceso de deshelenización, con Adolf von Harnack, como su máximo  representante. Cuando era estudiante y en mis primeros años como docente,  este programa influenciaba mucho incluso a la teología católica. Tomó como  punto de partida la distinción que Pascal hace entre el Dios de los  filósofos y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. En mi discurso inaugural en  Bonn, en 1959, traté de referirme a este asunto. No repetiré aquí lo que  dije en aquella ocasión, pero me gustaría describir, al menos brevemente, lo  que era nuevo en este proceso de deshelenización. La idea central de Harnack  era volver simplemente al hombre Jesús y a su mensaje esencial, sin los  añadidos de la teología e incluso de la helenización: Este mensaje esencial  era visto como la culminación del desarrollo religioso de la humanidad. Se  decía que Jesús puso punto final al culto sustituyéndolo por la moral. En  definitiva, se le presentaba como padre de un mensaje moral humanitario.

La meta fundamental era hacer que el cristianismo estuviera en armonía con  la razón moderna, es decir, liberarle de los elementos aparentemente  filosóficos y teológicos, como la fe en la divinidad de Cristo y en Dios uno  y trino. En este sentido, la exégesis histórico-crítica del Nuevo Testamento  restauró el lugar de la teología en la universidad: Para Harnack, la  teología es algo esencialmente histórico y por lo tanto estrictamente  científico. Lo que se puede decir críticamente de Jesús, es por así decir,  expresión de la razón práctica y consecuentemente se puede aplicar a la  Universidad en su conjunto.

En el trasfondo se da la autolimitación moderna de la razón, expresada  clásicamente en las "críticas" de Kant, que mientras tanto fue  radicalizándose ulteriormente por el pensamiento de las ciencias naturales.  Este concepto moderno se basa, por decirlo brevemente, en la síntesis entre  el platonismo (cartesianismo) y el empirismo, una síntesis confirmada por el  éxito de la tecnología. Por un lado presupone la estructura matemática de la  materia, y su intrínseca racionalidad, que hace posible entender cómo  funciona la materia funciona como es posible usarla eficazmente: esta  premisa básica es, por así decirlo, el elemento platónico en el  entendimiento moderno de la naturaleza. Por otro lado, se trata de la  posibilidad de explotar la naturaleza para nuestros propósitos, y en ese  caso sólo la posibilidad de la verificación o falsificación a través de la  experimentación puede llevar a la certeza final. El peso entre los dos polos  puede, dependiendo de las circunstancias, cambiar de un lado al otro. Un  pensador tan positivista como J. Monod declaró que era un convencido  platónico.

Esto permite que emerjan dos principios que son cruciales para el asunto al  que hemos llegado. Primero, sólo la certeza que resulta de la sinergia entre  matemática y empirismo puede ser considerada como científica. Lo que quiere  ser científico tiene que confrontarse con este criterio. De este modo, las  ciencias humanas, como la historia, psicología, sociología y filosofía,  trataron de acercarse a este canon científico. Para nuestra reflexión, es  importante constatar que el método como tal excluye el problema de Dios,  presentándolo como un problema acientífico o precientífico. Pero así nos  encontramos ante la reducción del ámbito de la ciencia y de la razón que  necesita ser cuestionada.

Volveré a tocar el problema después. Por el momento basta tener en cuenta  que cualquier intento de la teología por mantener desde este punto de vista  un carácter de disciplina "científica" no dejaría del cristianismo más que  un miserable fragmento. Pero tenemos que decir más: si la ciencia en su  conjunto no es más que esto, el hombre acabaría quedando reducido. De hecho,  los interrogantes propiamente humanos, es decir, "de dónde" y "hacia dónde",  los interrogantes de la religión y la ética no pueden encontrar lugar en el  espacio de la razón común descrita por la "ciencia" entendida de este modo y  tienen que ser colocados en el ámbito de lo subjetivo. El sujeto decide  entonces, basándose en su experiencia, lo que considera que es materia de la  religión, y la "conciencia" subjetiva se convierte en el único árbitro de lo  que es ético. De esta manera, sin embargo, la ética y la religión pierden su  poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto completamente  personal. Este es un estado peligroso para los asuntos de la humanidad, como  podemos ver en las distintas patologías de la religión y la razón que  necesariamente emergen cuando la razón es tan reducida que las preguntas de  la religión y la ética ya no interesan. Intentos de construir la ética a  partir de las reglas de la evolución o la psicología terminan siendo  simplemente inadecuados.

Antes de esgrimir las conclusiones a las que todo esto lleva, tengo que  referirme brevemente a la tercera etapa de deshelenización, que aún está  dándose. A la luz de nuestra experiencia con el pluralismo cultural, con  frecuencia se dice en nuestros días que la síntesis con el Helenismo lograda  por la Iglesia en sus inicios fue una inculturación preliminar que no debe  ser vinculante para otras culturas. Esto se dice para tener el derecho a  volver al simple mensaje del Nuevo Testamento anterior a la inculturación,  para inculturarlo nuevamente en sus medios particulares. Esta tesis no es  falsa, pero es burda e imprecisa. El Nuevo Testamento fue escrito en griego  y trae consigo el contacto con el espíritu griego, un contacto que había  madurado en el desarrollo precedente del Antiguo Testamento. Ciertamente hay  elementos en la proceso formativo de la Iglesia antigua que no deben  integrarse en todas las culturas, Sin embargo, las decisiones fundamentales  sobre las relaciones entre la fe y el uso de la razón humana son parte de la  fe misma, son desarrollos consecuentes con la naturaleza misma de la fe.

Y así llego a la conclusión. Este intento, hecho con unas pocas pinceladas,  de crítica de la razón moderna a partir de su interior, no significa que hay  que regresar a antes de la Ilustración, rechazando las convicciones de la  era moderna. Los aspectos positivos de la modernidad deben ser conocidos sin  reservas: estamos todos agradecidos por las maravillosas posibilidades que  ha abierto para la humanidad y para su progreso que se nos ha dado. La ética  científica, además, debe ser obediente a la verdad, y, como tal, lleva una  actitud que se refleja en los principios del cristianismo. Mi intención no  es el reduccionismo o la crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de  razón y su aplicación. Mientras nos regocijamos en las nuevas posibilidades  abiertas a la humanidad, también podemos apreciar los peligros que emergen  de estas posibilidades y tenemos que preguntarnos cómo podemos superarlas.  Sólo lo lograremos si la razón y la fe avanzan juntas de un modo nuevo, si  superamos la limitación impuesta por la razón misma a lo que es  empíricamente verificable, y si una vez más generamos nuevos horizontes. En  este sentido la teología pertenece correctamente a la universidad y está  dentro del amplio diálogo de las ciencias, no sólo como una disciplina  histórica y ciencia humana, sino precisamente como teología, como una  profundización en la racionalidad de la fe.

Sólo así podemos lograr ese diálogo genuino de culturas y religiones que  necesitamos con urgencia hoy. En el mundo occidental se sostiene ampliamente  que sólo la razón positivista y las formas de la filosofía basadas en ella  son universalmente válidas. Incluso las culturas profundamente religiosas  ven esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón como un  ataque a sus más profundas convicciones. Una razón que es sorda a lo divino  y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar  al diálogo con las culturas. Al mismo tiempo, como he tratado de demostrar,  la razón científica moderna con sus elementos intrínsecamente platónicos  genera una pregunta que va más allá de sí misma, de sus posibilidades y de  su metodología.

La razón científica moderna tiene que aceptar la estructura racional de la  materia y su correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras  racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el que se  basa su metodología. Incluso la pregunta ¿por qué esto tiene que ser así? es  una cuestión real, que tiene que ser dirigida por las ciencias naturales a  otros modos y planos de pensamiento: a la filosofía y la teología. Para la  filosofía y, si bien es cierto que de otra forma, para la teología, escuchar  a las grandes experiencias y perspectivas de las tradiciones religiosas de  la humanidad, de manera particular las de la fe cristiana, es fuente de  conocimiento; ignorarla sería una grave limitación para nuestra escucha y  respuesta. Aquí recuerdo algo que Sócrates le dijo a Fedón. En  conversaciones anteriores, se habían vertido muchas opiniones filosóficas  falsas, y por eso Sócrates dice: "Sería más fácilmente comprensible si a  alguien le molestaran tanto todas estas falsas nociones que por el resto de  su vida desdeñara y se burlara de toda conversación sobre el ser, pero de  esta forma estaría privado de la verdad de la existencia y sufriría una gran  pérdida".

Occidente ha estado en peligro durante mucho tiempo a causa de esta  aversión, en la que se basa su racionalidad, y por lo tanto sólo puede  sufrir grandemente. Hace falta valentía para comprometer toda la amplitud de  la razón y no la negación de su grandeza: este es el programa con el que la  teología anclada en la fe bíblica ingresa en el debate de nuestro tiempo.  "No actuar razonablemente (con "logos") es contrario a la naturaleza de  Dios" dijo Manuel II, de acuerdo al entendimiento cristianos de Dios, en  respuesta a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a  nuestros interlocutores a encontrar este gran "logos", esta amplitud de la  razón. Es la gran tarea de la universidad redescubrirlo constantemente.

DIOS NACIÓ MUJER

DIOS NACIÓ MUJER

En todas la culturas prehistóricas, la figura cosmogónica central, la potencia o fuerza procreadora del universo, fue personalizada en una figura de mujer y su poder generador y protector simbolizado mediante atributos femeninos —senos, nalgas, vientre grávido y vulva— bien remarcados. Esa diosa, útero divino del que nace todo y al que todo regresa para ser regenerado y proseguir el ciclo de la Naturaleza, denominada «Gran Diosa» por los expertos —o, también, bajo una conceptualización limitada, «Gran Madre»—, presidió con exclusividad la expresión religiosa humana desde c. 30000 a.C. hasta c. 3000 a.C. En la Gran Diosa única y partenogenética —bajo sus diferentes advocaciones— se contenían todos los fundamentos cosmogónicos: caos y orden, oscuridad y luz, sequía y humedad, muerte y vida…, de ahí que su omnipotencia permaneciese indiscutida por milenios (el concepto de dios varón no apareció hasta el VI o V milenio a.C. y no logró la supremacía hasta el III o II milenio a.C., según las regiones).

Aunque sólo sea a nivel de enunciado, debe recordarse que el concepto de «ser divino» apareció y evolucionó paralelamente a los estadios de desarrollo del pensamiento lógico-verbal humano —conformado hace unos 40.000 años—, y que sus símbolos y mitos variaron al mismo ritmo y en la misma dirección que lo hizo la estructura socioeconómica humana. Así, durante toda la era preagrícola el control de la producción de alimentos y las instituciones sociales básicas, salvo la defensa, estuvo en manos de las mujeres, a las que debemos la gran mayoría de los adelantos psicosociales y técnicos que nos condujeron hasta la civilización, y esos colectivos matricéntricos fueron regidos por la idea de la Gran Diosa. Pero, al adentrarse en la era agrícola, cuando las sociedades se hicieron sedentarias y dependientes de sus cultivos, por una serie de circunstancias imposibles de resumir en este espacio, el varón se vio obligado a implicarse en la producción alimentaria y comenzó un proceso de transformación que desposeyó a la mujer de su ancestral poder y lo depositó en manos del varón.

En unos pocos milenios, tras la implantación de la agricultura excedentaria, surgió el dios masculino, el clero, la sociedad de clases y la monarquía, mientras que la mujer fue quedando reducida a un bien propiedad del varón. Obviamente, el dominio del varón sobre la tierra tuvo su equivalente en el cielo —los cambios sociales siempre se justificaron mediante cambios en los mitos— y la deidad masculina comenzó a domeñar a la femenina. La mujer y la Diosa fueron perdiendo su autonomía, importancia y poder prácticamente al mismo tiempo, víctimas de un mundo cambiante en el que los hombres se hicieron con el control de los medios de producción, de guerra y de cultura, convirtiéndose, por tanto, en detentadores únicos y guardianes de la propiedad privada, la paternidad, el pensamiento y, en suma, del mismísimo derecho a la vida.

Durante no menos de 25.000 años la Gran Diosa fue considerada el principio único de la generación del universo. A partir del V milenio a.C. se le comenzó a imponer como coadyuvante de su fertilización a una deidad joven subsidiaria —su hijo y amante— que moría anualmente tras una cópula en la que, la Diosa, en realidad, se seguía fertilizando a sí misma ya que el principio masculino no era sino carne de su propia carne; desde finales del III milenio a.C. —coincidiendo con la divinización de la monarquía— los reyes pasaron a desempeñar simbólicamente ese papel de amante y fertilizador de la Diosa. En el paso siguiente, durante el II milenio a.C., el proceso de la creación dejó de entenderse mediante el símil de la fisiología reproductora femenina y pasó a ser descrito como el resultado de instrumentos de poder como la palabra —«hágase… y se hizo»—, usados fundamentalmente por dioses masculinos que siempre iban acompañados de una pareja femenina. El cambio fue realmente transcendente, ya que el concepto de principio creador permitió alejarse de la ancestral dependencia de la Diosa en cuanto principio generador único. Finalmente, un dios varón todopoderoso pasó a acumular y detentar en exclusiva todos los aspectos de la generación.

Con el establecimiento de la sociedad compleja en el Próximo Oriente y en Europa, el papel y función social de la mujer y de la Diosa fueron degradados sin compasión. La propia eficacia productiva de la mujer —tanto en su faceta de reproductora como de recolectora y horticultora—, que fue sostén de las comunidades humanas durante cientos de miles de años, acabó siendo, por fuerza de cambios socioeconómicos inevitables, el origen involuntario de la progresiva degradación social de las mujeres y del proceso de trasvase mítico que llevaría a sustituir la primitiva concepción de una divinidad femenina por otra masculina. Aunque, a pesar de todo, ninguna formulación religiosa posterior ha sido tan holística, inteligente y tranquilizadora como la Diosa; y ningún dios varón, por muy Dios Padre que se haya erigido, ha tenido ni tendrá jamás la capacidad de integración y de evocación mítica de la Diosa, por eso, aun en religiones patriarcales, lo femenino ha perdurado agazapado bajo diversos personajes divinizados, como es el caso de la Virgen católica, cuyos símbolos (luna creciente, agua, etc.) son exactamente los mismos que identificaron a la Gran Diosa paleolítica y neolítica. No en vano… Dios, su concepto, nació mujer.

Resumen del libro DIOS NACIÓ MUJER
© Pepe Rodríguez
© Ediciones B., Barcelona, 2000.

REENCARNACIÓN

REENCARNACIÓN

EMILIO MOSCOTE Y PÉREZ  M:.M:.

El presente tema es parte de una rigurosa investigación que he venido llevando a cabo desde hace algún tiempo. Con él no pretendo de ninguna manera dar respuestas a los inexplicables misterios de la vida y de la muerte, por considerar que aun falta muchísimo por investigar al respecto, especialmente en el campo de la ciencia.

No obstante lo anterior, lo considero un pequeño aporte cuyo objetivo es invitar a la reflexión, pues la Reencarnación no debe de plano considerarse como una "verdad olvidada" o como una "doctrina descartada", sino como una interesante doctrina, de aquellas que pueden representar un papel muy importante en la historia del pensamiento occidental del presente siglo, porque estrictamente hablando, desde el punto de vista del pensamiento oriental no existe la muerte.

Este nombre es una mentira y su idea, una ilusión nacida de la ignorancia de los pueblos. Ellos repiten incesantemente no hay muerte. Sólo hay vida con muchas fases y modalidades, a una de las cuales llamamos MUERTE. "Nada muere realmente, aunque todo experimenta un cambio de forma y actividad". Es este es el pensamiento que arguyen frecuentemente contra la inmortalidad del alma diciendo que "la muerte no es más que un aspecto de la vida, y la destrucción de una forma material es el preludio de la construcción de otra.

Lo que llamamos muerte o destrucción, aun del más insignificante ser inanimado, no es más que un cambio de forma o condición de su energía y actividades. Ni siquiera el cuerpo muere en el estricto sentido de la palabra. El cuerpo no es una entidad sino un agregado de células que sirven de vehiculo a ciertas modalidades de energía que las vitalizan. Cuando el alma deja el cuerpo, las células se disgregan en vez de agregarse como antes.

La unificante fuerza que las mantenía agregadas retiró su poder y se manifiesta la actividad inversa . He ahí el fundamento de la doctrina reencarnacionista. No es fácil averiguar en que tiempo ni en que pueblo nació; pero diferentes teorías y varios escritores que han incursionado en esta materia señalan a Egipto, a la Antigua India (hinduismo, budismo, budistas tibetanos, entre otras) e incluso mencionan a la fabulosa y desaparecida Atlántida como el punto de origen de ella.
En todas las latitudes se han levantado las voces para hablar de la existencia de un más allá, con el fin de darle un sentido a nuestra existencia. Interrogantes fundamentales del hombre que ninguna cultura ha dejado de responder a su manera como: ¿Quién soy?; ¿De donde vengo?; ¿a dónde iré?; ¿qué hago aquí en la tierra?; ¿Por qué he de morir?; ¿Será que fui alguien antes de nacer?; ¿Seré alguien después de morir?; ¿Qué sentido tiene vivir, si he de morir algún día?, y muchísimo más, han motivado al análisis y estudio de esta disciplina. No obstante lo anterior, existe un inmerso abismo entre la creencia popular y las pruebas científicas y es por ello que fenómenos como mensajes recibidos "del más allá" por médiums en trance, visiones de los que están en trance de morir, el testimonio de los llamados proyectores astrales, personas que tuvieron una aparente muerte causada por algún tipo de accidente, y que luego pudieron regresar a sus cuerpos físicos para narrar cómo veían desde fuera de ellos, son básicos para justificar por los adeptos a la reencarnación su razón de ser; sin embargo, la ciencia convencional ha evitado desde mucho tiempo atrás, estudiar el fenómeno de la muerte y lo que puede existir más allá de ella.

Solo últimamente la tanatología ha surgido como un campo de estudio separado del cuerpo principal de la psicología convencional. Hasta aquí, la ciencia y la psicología simplemente consideraban la experiencia de la muerte como un profundo y "oscuro adversario" y no como una zona valida de indagación. La única disciplina que alguna vez se preocupó por el estudio de la inmortalidad del alma ha sido la investigación psíquica o la parapsicológica y probablemente la mayoría de los científicos se opondrían a que se considere este tipo de estudio como verdaderamente científico.

La parasicología solamente ha alcanzado una precaria posición dentro de la comunidad científica en los últimos cuarenta años y es por ello que sus descubrimientos acerca de la vida después de la muerte han logrado demasiado impacto en la ciencia o en la cultura en general; sin embargo, en la actualidad, la parasicología es una ciencia experimental y la mayoría de los investigadores profesionales, se dedican a examinar a personas en el laboratorio en busca de manifestaciones de telepatía, clarividencia, precognición y el poder de la mente sobre la materia. Es esta, la nueva cara de la parasicología en la búsqueda de respetabilidad científica.

De acuerdo con todo lo anteriormente expresado no puede haber un punto de convergencia entre la prueba científica y los fenómenos extra o parasensoriales con relación a lo que nos ocupa y no está por demás recordar que mientras que las ciencias trabajan en el campo de la realidad, en el conocimiento racional, fenómenos como la reencarnación se escapan de esa esfera y apuntan más hacia el campo religioso o hacia el entrenamiento esotérico que ha hecho posible el que muchos seres desarrollen la facultad clarividente y que sostienen que existen otros planos espirituales en donde se desarrolla la vida y que "si la vida humana fuera sólo un instante de tiempo entre el nacer y el morir, el oportunismo seria la ley predominante de la existencia en este mundo donde deberíamos aprovechar cada segundo en nuestro beneficio.

No tendría sentido ningún plan de vida, ninguna igualdad, ninguna justicia. El único fin seria sobrevivir sin importarnos para nada lo que sucediera con los demás, pues de nada valdría el afanarse por lo que mañana tan sólo será polvo. Sin embargo, los materialistas mismos rechazan tal desacierto inconscientemente y reclaman la justicia social. Además, si las condiciones de vida de unas personas no son las mejores que desearía y su existencia sólo le trae dolor y sufrimientos ¿no seria mejor morir y acabar de una vez con tal misterio? Un sano pensamiento se opone a tal medida, sintiendo el hombre por el llamado espíritu de conservación, la necesidad de vivir en este plano físico.

Pero, en que consiste o ¿qué es la REENCARNACIÓN? "Literalmente, reencarnación significa el retorno al cuerpo físico. Es la creencia de que el alma, en el momento de la muerte, sale del cuerpo y comienza a prepararse para regresar a la vida con otra forma física. Las circunstancias de ese retorno - el entorno y demás - son determinadas por el crecimiento y el progreso alcanzado en las vidas previas. Cada personalidad que se adquiere es una síntesis de lo que ha ocurrido antes y el renacimiento se presenta en un entorno que le permita al individuo desarrollarse y evolucionar, de modo que pueda obtener el máximo de beneficios. Así, mientras mejor vivamos nuestras vidas, más benéficas serán nuestras circunstancia de renacimiento". 

Según esto, la reencarnación viene a ser una teoría, una filosofía, un sistema de creencias y una forma de vida que provee un modelo de comportamiento basado en la responsabilidad personal.

Brian Weiss. Psiquiatra norteamericano autor de numerosas obras que reafirman la doctrina de la reencarnación, mediante el método de las regresiones ha probado que a través de la ciencia no cabe ninguna duda sobre las vidas anteriores de una persona. Weiss era un escéptico frente a éste tema, pero la practica y la investigación con relación a las regresiones que hacía a diario en su consultorio lo llevaron a concluir que no hay duda al respecto.

En los "Mensajes de los sabios" , Weiss en el capitulo que denomina "el ciclo de la vida" expresa lo siguiente:   "Cuando estamos aquí pasamos por muchas  etapas. Nos despojamos de un cuerpo de recién nacido, pasamos al de un niño, del de niño al de adulto, y del adulto al de anciano. ¿Por qué no dar un paso más y desprendernos del cuerpo adulto para pasar a un plano espiritual? Eso es precisamente lo que hacemos. Nunca dejamos de crecer, y cuando llegamos al plano espiritual seguimos creciendo aun más. Pasamos por varias etapas de desarrollo. Cuando llegamos, estamos quemados. Tenemos que pasar por una etapa de renovación, una de aprendizaje y una de decisión. Decidimos cuando queremos regresar, donde y por qué motivos. Todo es crecimiento y aprendizaje, un crecimiento continúo. El cuerpo no es más que un vehiculo que utilizamos mientras estamos aquí. Lo que perdura eternamente es el alma y el espíritu"… y continúa en el capitulo "El regreso" con: "Elegimos cuando queremos pasar al estado físico y cuando queremos abandonarlo. Sabemos cuando hemos conseguido aquello o por lo que nos enviaron aquí abajo… Cuando has tenido tiempo de descansar y revigorizar el alma, se te permite elegir cuando regresar al estado físico".

Totalmente identificada con el autor anterior, Annie Besant, autora de "El hombre y sus cuerpos" nos explica todo lo referente al cuerpo físico del hombre en sus partes invisibles y visibles, al cuerpo astral y a los cuerpos de la mente. Precisamente en un aparte de la portadas o carátula de "El hombre y sus cuerpos", afirma lo siguiente: "Por hombre entiendo al Yo vivo, consciente y pensante: al individuo; por cuerpos, las diversas envolturas en que el Yo está encerrado, cada una de las cuales sirve al Yo para funcionar en determinada región del universo. Lo mismo que se usa del carruaje en tierra, del barco en el agua, y del avión en el aire para trasladarse de un lugar a otro, siendo el viajero, siempre el mismo, así también el yo, el hombre verdadero, permanece el mismo cualquiera sea el cuerpo en el que funciona. Tenemos muy arraigada la costumbre de identificarnos con las envolturas externas que llevamos, y somos muy propensos a reconocernos como si fueran nuestros cuerpos. La identificación con estos cuerpos que solo tiene una existencia pasajera, es un realidad tan necia y poco razonable, como si nos identificáramos con nuestros vestidos; no dependemos de ellos; su labor está en proporción de su utilidad…"

Visto lo anterior podemos expresar que REENCARNACIÓN es la ENCARNACIÓN REPETITIVA o REINCORPORACIÓN DEL ALMA o PARTE INMATERIAL DE LA NATURALEZA HUMANA, que una encarnación es un periodo de existencia dentro de un cuerpo. Pero veamos que ocurre según los entendidos en esta materia en el momento de la muerte: el moribundo va desprendiéndose poco a poco de su cuerpo físico y al expirar queda el alma revertida del cuerpo astral, más sutil que el físico, una copia luminosa de aquel, se dice que es una contraparte del físico con el cual coincide durante la vida terrenal. En el preciso momento de la muerte, el cuerpo astral queda unido con el cadáver por un tenue cordón de materia aérea que denomina el cordón de plata, dicho cordón se rompe quedando el cuerpo astral libre, como externa envoltura del alma. Pero este cuerpo astral no es el verdadero ser humano, como tampoco lo era el cuerpo físico, pues ambos no son más que temporáneas envolturas del alma.

"Al dejar el cuerpo físico se sume el alma en profundo sueño o estado comático, semejante al del feto en el claustro materno y así se predispone a nacer en el mundo astral, pues necesita tiempo para adaptarse a las nuevas condiciones y cobrar la fuerza y vigor requeridos por la nueva fase de existencia…"

Lo anterior nos explica claramente que después de la muerte del cuerpo físico permanece el alma dormida en el cuerpo astral, que le sirve de protectora envoltura, como la matriz protege al feto.

Al sumirse el alma en sueño se le representa la visión de su vida pasada escena tras escena, desde su infancia hasta su vejez, si llegó hasta allí, en forma pormenorizada.

Algunas almas "duermen" corto tiempo, mientras que almas muy evolucionadas requieren de un sueño más largo. Cuando el alma siente el impulso de reanudar la vida se despereza lenta y lánguidamente y a manera de mariposa que surge de su crisálida, se desprende el alma del cuerpo astral y en su rápida sucesión desecha los elementos inferiores de su humana naturaleza. En un corto proceso en el que el alma va recobrando lentamente su conciencia.

El alma desprendida del cuerpo astral carece de forma y figura y en donde despierta no es un lugar, sino un estado o condición de existencia, una tónica de energía vibratoria en el mundo espiritual.

Pasado este periodo que hace parte del llamado ínterin cósmico o espiritual que permitió al alma refrescarse luego de la intensidad de la vida física se prepara el alma para regresar dentro de un cuerpo. Es solo la mitad de un ciclo de desarrollo. El ciclo de desarrollo completo es el lapso comprendido entre un nacimiento en el plano físico y el siguiente renacimiento. La mitad de este periodo comprende desde el instante de la concepción hasta la transición física que llamamos muerte.
El presente tema que forma parte de los estudios esotéricos y metafísicos, es muy extenso y es una invitación a la discusión y a la reflexión en los límites de la tolerancia. Constituye además una invitación al crecimiento espiritual del ser por cuanto a lo que propone es sano. Somos energía pura, energía que utiliza un cuerpo físico provisto de un ropaje, para aprender y crecer.

En el proceso de reencarnación su verdadera esencia trabaja con tres principios predominante en el crecimiento y la educación: partimos del principio de la evolución. Su esencia nace bajo condiciones que nos brindaran oportunidades para el desarrollo de las cualidades y características que necesitamos. Dichas condiciones brindan oportunidades para un cambio progresivo. En este contexto este crecimiento se establece por la herencia, el momento y condiciones del nacimiento, así como también de los factores circundantes o ambientales que puedan influir (raza, religión, sexo, familia y amigos entre otras relaciones).

El segundo principio es el del libre albedrío, el cual nos da la libertad de escoger, actuar, tomar decisión, etc. No es obligatorio entonces cumplir aquello que hemos venido a hacer. Estamos en la libertad de hacerlo o no a nuestro parecer. Y el tercer principio que es uno de los más erróneamente entendidos es el del Karma, dentro del cual opera algo que a veces se llama la ley de la compensación o del equilibrio o ley de la causa y el efecto. "Aquello que siembres, cosecharas". Nuestras malas acciones nos castigan y nuestras buenas acciones nos premian. Karma es aprendizaje, y es por lo mismo que no es suficiente una sola vida física para saldar las deudas contraídas y luego acercarnos o tratar de aproximarnos al Ser perfecto. Esta doctrina atacada por los escépticos e incrédulos a la vez se convierte para otros en una esperanza que contribuye significativamente a apaciguar el temor a la muerte.

 

 

MALCOLM X

Néstor Bonilla Naboyán

Palabras pronunciadas por Néstor Bonilla Naboyán,  luchador por los Derechos de los afrodescendientes durante la conmemoración de lo que sería el cumpleaños 81 del natalicio de Malcolm X, durante el evento organizado por la Fundación Islámica Kauzar, en el auditorio Gerardo Molina de la facultad de Educación de la universidad Libre de Colombia, seccional Cali, el 19 de mayo de 2006.

Señor moderador, hermano Lomaz, hermanos y hermanas, amigos y enemigos - porque sencillamente no puedo creer que aquí todos sean amigos y no quiero omitir a nadie -.

El hermano Malcolm nace el 19 de mayo de 1925 y fue asesinado el 2 de febrero de 1965.

En el día de hoy Malcolm estaría cumpliendo 81 años de edad.

Su madre provenía de Granada, ciudad ubicada en las antillas británicas.

Sus padres eran cristianos y miembros de la UNIA (Asociación Universal para el Progreso de la Gente Negra.

Su padre fue cruelmente asesinado por un grupo de extremistas blancos en 1931 cuando Malcolm contaba apenas con cinco años de edad.

Dado la presión que debió vivir la madre de Malcolm  después de la muerte de su esposo y quedar a cargo de cinco hijos y la persecución del gobierno de Estados Unidos, su madre enloqueció por lo cual Malcolm y todos sus hermanos debieron ser repartidos en adopción.

Eludió el servicio militar fingiendo que estaba loco porque no compartía la filosofía de los Estados Unidos de matar gente inocente en Vietnam.

En su vida de proxeneta conoció el infierno de la calle, la prostitución, la drogadicción y el hurto, degradándose hasta lo más bajo que un ser humano puede llegar. Fue condenado a diez años de prisión cuando apenas contaba con veinte de edad.

Al igual que Jesús, Malcolm tuvo muchos nombres, fue conocido con diferentes apelativos.

Era llamado Red

El negro más furioso de EEUU

Satán

Un maestro

Un fomentador de la violencia

Un gigante en un mundo enfermo.

Uno de los dirigentes y pensadores revolucionarios más destacado del siglo xx.

En Nigeria fue llamado Omowale que significa en yoruba "El hijo ha regresado".

Sus hermanos musulmanes en su último viaje a África le dieron el nombre de El-Hajj Malik El-Shabazz.

Dado que el día de su asesinato mataron el cuerpo mas no las ideas, arbitrariamente he tomado apartes de diferentes discursos de Malcolm para que sea el en este día quien se reúna con nosotros y nos hable:

HABLA MALCOLM:

"...El cristianismo es la religión del hombre blanco. La Santa Biblia en manos del blanco y la interpretación que hizo de ella construyeron el arma ideológica más potente que le permitió esclavizar a millones de seres humanos de color. Todas las conquistas de naciones que el blanco llevó a cabo por medio de las armas se hicieron con la Biblia en la mano. El hombre blanco calificó de "paganos" a los conquistados y así tenía la conciencia tranquila. Detrás de las armas, iban los misioneros para rematar la conquista del enemigo...

...Cada vez que abro la boca, me echan en cara el "progreso" en materia de derechos civiles. Vosotros, los blancos, parece que estáis esperando que el negro grite: "¡Aleluya!" hace cuatrocientos años que el blanco clavó en la espalda del negro un cuchillo de treinta centímetros de largo y ahora que lo ha retirado apenas tres centímetros, supone que el negro debe agradecérselo. ¡Aunque se retire todo el cuchillo, quedará siempre la cicatriz...

...No soy anti-norteamericano y no he venido aquí para condenar a los Estados Unidos ¿quiero que esto quede muy claro! He venido aquí para decir la verdad, y si la verdad condena a los Estados Unidos, ¡entonces, que sea condenado!.

...Yo sé de una vez por todas que todos los negros africanos nos consideran a los veintidós millones de negros norteamericanos como sus hermanos perdidos largo tiempo atrás. ¡Nos aman! ¡Estudian nuestra lucha por la libertad! ¡Se alegran de saber que estamos despertando de nuestro largo sueño, después de que los supuestos cristianos blancos nos hubieran enseñado a avergonzarnos de nuestros hermanos africanos y de nuestra patria africana...

...Somos quizá la única nación que ha entendido el exterminio de su población indígena como una cuestión de política nacional. Y lo que es más, que ha elevado esa trágica experiencia a la categoría de noble cruzada. En realidad ni siquiera en la actualidad se nos permite rechazar o sentir remordimiento por ese vergonzoso episodio de nuestra historia. Nuestra literatura, nuestras películas y obras de teatro, todo nuestro folclor se dedica a exaltarlo. A nuestros hijos se les enseña aún a respetar la violencia que redujo a los pieles rojas de una cultura anterior a unos pequeños grupos fragmentarios apiñados como ganado en yermas reservas...

...Voy a suavizar una parte de la tensión diciéndole al hombre negro que no luche contra sí mismo, porque eso forma parte de la gran estratagema del hombre blanco, la de tenernos siempre luchando entre nosotros, los unos contra los otros. No voy a luchar contra nadie, no estamos aquí para eso...

...No dejes nunca saber al enemigo que tienes un desacuerdo...

...No pretendo ser un ser divino, pero creo en la orientación divina, en el poder divino y en el cumplimiento de la profecía divina. No soy un hombre instruido, ni soy un especialista en ningún campo en particular, pero soy sincero y mi sinceridad es mi credencial...

...No puede haber unidad entre negros y blancos hasta que no haya primero unidad entre los negros...

...Estas 22 millones de victimas están empezando a ver lo que antes solo miraban. Están madurando políticamente...

...Algo que observé en mis recientes viajes por África y el Medio Oriente es que en cada país que uno visita, por lo general el nivel de progreso que existe es inseparable del papel de la mujer...

...Cuando un hombre sabe que si empieza a meterse contigo tiene que matarte, ese hombre no va a meterse contigo...

...Lo más importante que podemos aprender hoy en día es cómo pensar por nuestra cuenta...

...Sin el poder no se le puede hacer frente al poder, se necesita poder para que el poder te respete...

...Quiero que os mantengáis a la expectativa y comprobéis si no es cierto lo que digo, que el hombre blanco, a través de su prensa, me identificará con el "odio"...

...Me utilizará cuando esté muerto, igual que ahora que estoy vivo, como símbolo adecuado del "odio" y eso le permitirá evitar la verdad sobre mí, que todo lo que he hecho ha sido sostener un espejo para que reflejara la historia de los indescriptibles crímenes que su raza ha cometido contra la mía...

...Nunca he creído que iba a llegar a viejo. Siempre tuve la idea de que moriría de muerte violenta. En realidad es cosa de familia. Mi padre y la mayoría de sus hermanos murieron de muerte violenta. En el caso de mi padre murió por sus ideas. Si pienso en el tipo de cosas en las que creo, le añado mi temperamento más una total dedicación a lo que creo, tengo todos los ingredientes que hacen imposible  que yo no llegue a morir de viejo...

...Sé que las sociedades han matado a menudo a las personas que más las han ayudado a cambiar. Si cuando muera he conseguido arrojar alguna luz sobre cualquier verdad que contribuya a destruir el cáncer racista que corrompe el cuerpo de Estados Unidos, todo el mérito será de Alá. A mí atribuidme sólo los errores..."

Para los negros de Estados Unidos  la muerte de Malcolm X es el acontecimiento de peor agüero desde la deportación de Marcus Garvey en 1920. declaró el doctor Eric Lincoln autor de "Los musulmanes negros de los EEUU".

Era fascinante, un hombre sumamente fascinante, por eso estoy aquí, respondió una chica blanca de veintitantos años a un periodista del New York Time, y una mujer negra: Estoy presentando mis respetos al negro más grande de este siglo. Era negro. No ponga hombre de color.

He tratado de ser un cronista desapasionado. Pero era la personalidad más electrizante que he conocido nunca.

Malcolm se esforzó por "internacionalizar" la lucha contra el racismo, la segregación racial y la opresión nacional.

Llegó a reconocer el papel importante que ocupa la mujer en las luchas políticas y en la vida económica y social.

Fue un hombre en todo lo que la palabra encierra, en su trato con la mujer era respetuoso  y en sus compromisos y negociaciones era incorruptible, intachable absolutamente vertical.

Su pensamiento y su virilidad están hoy con nosotros.

Muchas Gracias.


 

CRISTIANISMO E INICIACIÓN

RENÉ GUÉNON (ABD AL-WAHID YAHIA)

No teníamos la intención de volver sobre las cuestiones concernientes al carácter propio del Cristianismo, pues pensábamos que lo que habíamos dicho en diversas ocasiones, aunque fuese más o menos incidentalmente, era al menos suficiente para que no pudiese haber ningún equívoco a este respecto (1). Desgraciadamente, hemos debido comprobar en estos últimos tiempos que no ha sido así, y que se han producido por contra sobre este tema, en el espíritu de un número bastante grande de nuestros lectores, confusiones más bien lamentables, lo que nos ha mostrado la necesidad de dar de nuevo algunas precisiones sobre ciertos puntos. No nos hemos decidido más que a regañadientes, pues debemos advertir que no hemos sentido nunca ninguna inclinación a tratar especialmente este tema, por diversas razones, la primera de las cuales es la oscuridad casi impenetrable que envuelve todo lo que se relaciona con los orígenes y los primeros tiempos del Cristianismo, oscuridad tal que, si se reflexiona bien, parece no poder ser simplemente accidental y haber sido expresamente deseada; esta puntualización conviene recordarla al menos, en conexión con lo que diremos seguidamente.

A pesar de todas las dificultades que resultan de tal estado de cosas, hay sin embargo al menos un punto que no parece dudoso y que además no ha sido contestado por ninguno de los que nos han hecho partícipes de sus observaciones, pero sobre el cual, por contra, algunos se apoyan para formular varias de sus objeciones: es que, lejos de ser la religión o la tradición exotérica que se conoce actualmente bajo este nombre, el Cristianismo en sus orígenes tuvo, tanto por sus ritos como por su doctrina, un carácter esencialmente esotérico y por consecuencia iniciático. Se puede encontrar una confirmación de ello en el hecho de que la tradición islámica considera al Cristianismo primitivo como habiendo sido propiamente una tariqah, es decir en suma una vía iniciática, y no una shari’ah o legislación de orden social y dirigida a todos; y esto es de tal forma cierto que, seguidamente, esta falta se tuvo que suplir con la constitución de un derecho «canónico»(2) que no fue en realidad más que una adaptación del antiguo derecho romano, así pues algo que vino completamente del exterior y no de un desarrollo de lo que estaba contenido desde el principio en el Cristianismo.

Es por lo demás evidente que no se encuentra ninguna prescripción en el Evangelio que pueda ser considerada de carácter verdaderamente legal en el sentido propio del término; la frase bien conocida: «Dad al César lo que es del César» nos parece particularmente significativa a este respecto, pues implica formalmente, para todo lo que es de orden exterior, la aceptación de una legislación completamente extraña a la tradición cristiana, y que es simplemente la que existía de hecho en el medio donde ésta tuvo su nacimiento, dado que entonces estaba incorporada al Imperio romano. Esto sería, sin duda, una laguna de las más graves si el Cristianismo hubiese sido entonces lo que ha llegado a ser más tarde; la existencia misma de tal laguna sería no solamente inexplicable sino verdaderamente inconcebible para una tradición ortodoxa y regular, si esta tradición debía realmente comportar un exoterismo, y si debía, podríamos decir, aplicarse ante todo al dominio exotérico; por contra, si el Cristianismo tenía el carácter que acabamos de decir, la cosa se explica sin problemas, pues no se trata en absoluto de una laguna sino de una abstención intencionada de intervenir en un dominio que, por definición, no podía concernirle en esas condiciones.

Para que esto haya sido posible, es necesario que la Iglesia cristiana, en los primeros tiempos, haya constituido una organización cerrada o reservada, en la cual no todos eran admitidos indistintamente, sino solamente los que poseyeran las cualificaciones necesarias para recibir válidamente la iniciación bajo la forma que se puede llamar «crística»; y se podrían sin duda encontrar aún muchos indicios que muestran que fue efectivamente así, aunque sean generalmente incomprendidos en nuestra época y que, debido a la tendencia moderna a negar el esoterismo, se busca a menudo, de una manera más o menos consciente, desviarlos de su verdadero significado (3).

Esta Iglesia fue en suma comparable, bajo este punto de vista, al Sangha búdico, donde la admisión tenía también caracteres de una verdadera iniciación (4), y que se tiene la costumbre de asimilar a una «orden monástica», lo que es justo al menos en el sentido de que sus estatutos particulares no estaban, como los de una orden monástica en el sentido cristiano del término, hechos para ser extendidos a todo el conjunto de la sociedad en el seno de la cual esta organización había sido establecida (5). El caso del Cristianismo, desde este punto de vista, no es único entre las diferentes formas tradicionales conocidas, y esta comprobación nos parece que es de una naturaleza capaz de disminuir la sorpresa que algunos podrían manifestar; es quizá más difícil de explicar que haya sido cambiada de carácter tan completamente como lo muestra todo lo que vemos en torno nuestro, pero no es aún el momento de examinar esta cuestión.

He aquí ahora la objeción que nos ha sido dirigida y a la cual hacíamos alusión anteriormente: puesto que los ritos cristianos, y en particular los sacramentos han tenido un carácter iniciático, ¿cómo han podido perderlo para llegar a ser simplemente ritos exotéricos? Esto es imposible y contradictorio, nos dicen, porque el carácter iniciático es permanente e inmutable y no podría ser borrado nunca, de manera que sería necesario admitir solamente que, del hecho de las circunstancias y de la admisión de una gran mayoría de individuos no cualificados, lo que fue primitivamente una iniciación efectiva se redujo a tener el valor de una iniciación virtual. Ahí hay un error que nos parece del todo evidente: la iniciación como lo hemos explicado muchas veces, confiere en efecto a los que la reciben un carácter que es adquirido de una vez por todas y que es verdaderamente imborrable, pero esta noción de la permanencia del carácter iniciático se aplica a los seres humanos que la poseen y no a los ritos o a la acción de la influencia espiritual a la cual estos están destinados a servir de vehículo; es absolutamente injustificado querer transportarla de uno de estos casos al otro, lo que en realidad viene a atribuirle un significado totalmente diferente, y estamos seguros de no haber dicho nunca nada que pudiese dar lugar a una confusión parecida. Como apoyo de esta objeción, se hace valer que la acción que se ejerce por los sacramentos cristianos es referida al Espíritu Santo, lo que es perfectamente exacto, pero completamente al margen de la cuestión; que además la influencia espiritual sea designada así conforme al lenguaje cristiano, o de otra forma según la terminología propia de tal o cual tradición, ello no afecta a que sea igualmente cierto que su naturaleza es esencialmente trascendente y supra-individual, pues si no fuese así, no sería una influencia espiritual lo que tendría lugar, sino una simple influencia psíquica; admitido esto, ¿qué es lo que podría impedir que la misma influencia o una influencia de la misma naturaleza actuase según las diferentes modalidades y en dominios igualmente diferentes? y, por lo demás, dado que esta influencia es en sí misma de orden trascendente, ¿sería necesario que sus efectos lo sean necesariamente también en todos los casos? (6). No vemos del todo por qué motivo tendría que ser así, y tenemos la certeza de lo contrario; en efecto, hemos tenido siempre el mayor cuidado en indicar que una influencia espiritual interviene tanto en los ritos exotéricos como en los iniciáticos, pero es evidente que los efectos que producen no podrían ser de ninguna forma del mismo orden en ambos casos, sin lo cual la distinción de ambos dominios no subsistiría ya (7). Tampoco comprendemos qué tendría de inadmisible que la influencia que opera por medio de los sacramentos cristianos, después de haber actuado primero en el orden iniciático, después, en otras condiciones y por razones dependientes de esas mismas condiciones, haya hecho descender su acción al dominio simplemente religioso y exotérico, de tal manera que sus efectos hayan estado desde entonces limitados a ciertas posibilidades de orden exclusivamente individual, teniendo como fin la «salvación», y esto conservando no obstante, en cuanto a las apariencias exteriores, los mismos soportes rituales siendo éstos de institución crística y sin los que no hubiese habido tradición propiamente cristiana. Que haya sido realmente así de hecho y que, por consiguiente, en el estado presente de cosas y desde una época muy alejada, ya no se pueda considerar de ninguna forma los ritos cristianos como teniendo un carácter iniciático, es sobre lo que nos va a ser preciso insistir con más precisión; pero debemos además hacer hincapié en que hay cierta impropiedad de lenguaje al decir que han «perdido» ese carácter; como si ese hecho hubiese sido puramente accidental, pues pensamos por el contrario, que ha debido tratarse de una adaptación que, a pesar de las consecuencias lamentables que ha tenido forzosamente en ciertos aspectos, fue plenamente justificada y necesaria por las circunstancias de tiempo y lugar.

Si se considera en qué estado, en la época de que se trata, estaba el mundo occidental, es decir el conjunto de los países que entonces estaban comprendidos en el Imperio romano, podemos darnos cuenta fácilmente que si el Cristianismo no hubiese «descendido» al dominio exotérico, ese mundo en su conjunto habría estado desprovisto de toda tradición, ya que las que existían hasta entonces, y particularmente la tradición greco-romana que habitualmente se había convertido en la predominante, había llegado a una extrema degeneración que indicaba que su ciclo de existencia estaba a punto de terminarse (8). Este «descenso», insistimos, no fue pues de ninguna manera un accidente o una desviación, y se debe, por contra, considerarlo como habiendo tenido un carácter verdaderamente «providencial», puesto que evitó a Occidente caer desde esa época en un estado que hubiese sido en suma comparable al que se encuentra actualmente. El momento en que debía producirse una pérdida general de la tradición como la que caracteriza propiamente a los tiempos modernos no había llegado aún; era preciso, que hubiese un «enderezamiento», y únicamente el Cristianismo podía operarlo, pero a condición de renunciar al carácter esotérico y «reservado» que tenía al principio (9); y así el «enderezamiento» no fue sólo genérico para la humanidad occidental, lo que es muy evidente para que haya lugar a insistir, sino que estuvo al mismo tiempo, como lo está además necesariamente toda acción «providencial» que interviene en el curso de la historia, en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas.

Sería probablemente imposible asignar una fecha precisa a ese cambio que hizo del Cristianismo una religión en el sentido propio de la palabra y una forma tradicional dirigida a todos indistintamente, pero lo que es cierto en todo caso es que fue ya un hecho consumado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no fue más que el «sancionador», si así puede decirse, inaugurando la era de las formulaciones «dogmáticas» destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina (10). Esto no podía funcionar sin algunos inconvenientes inevitables, pues el hecho de encerrar así la doctrina en unas fórmulas claramente definidas y limitadas dejaba mucho más difícil, incluso a los que eran realmente capaces, la penetración en el sentido profundo; además, estando las verdades de orden más propiamente esotérico por su misma naturaleza, lejos del alcance de la mayoría, no podían ser presentadas sino como «misterios» en el sentido que esta palabra ha tomado vulgarmente, es decir, que a los ojos del común, no debían tardar en aparecer como algo que era imposible de comprender e incluso vedado el buscar su profundización. Estos inconvenientes no obstante, no fueron tales que pudiesen oponerse a la constitución del Cristianismo en la forma tradicional exotérica o en impedir su legitimidad, dada la inmensa ventaja que debía resultar, como ya lo hemos dicho, para el mundo occidental; por lo demás, si el Cristianismo como tal cesó por ello de ser iniciático, permaneció aún la posibilidad de que subsistiese en su interior una iniciación específicamente cristiana para la élite que no podía atenerse sólo al punto de vista del exoterismo y encerrarse en las limitaciones que son inherentes a éste; pero esa es otra cuestión que tendremos que examinar un poco más tarde.

Por otra parte, es de resaltar que ese cambio en el carácter esencial y podríamos decir, en la naturaleza misma del Cristianismo, explica perfectamente que, como decíamos al principio, todo lo que lo había precedido haya sido voluntariamente cubierto de oscuridad, y no habría podido ser de otra manera. Es evidente en efecto, que la naturaleza del Cristianismo original, en tanto que era esencialmente esotérica e iniciática, debía permanecer completamente ignorada para aquellos que eran ahora admitidos en el Cristianismo convertido en exoterismo; por consiguiente, todo lo que pudiese dar a conocer o solamente suponer lo que había sido realmente el Cristianismo en sus principios debía ser recubierto para aquéllos con un velo impenetrable. Hay que aclarar que nosotros no hemos investigado por qué medios ha podido obtenerse tal resultado, eso sería más bien asunto de los historiadores, si tal vez tuviesen la intención de proponerse esa pregunta, que por lo demás les parecería sin duda como prácticamente insoluble, a falta de poder aplicarle sus métodos habituales y de apoyarse sobre «documentos» que manifiestamente no podrían existir en tal caso; pero lo que nos interesa aquí es solamente verificar el hecho y comprender su verdadera razón. Añadiremos que en estas condiciones y contrariamente a lo que podrían pensar los amantes de explicaciones racionales, que son siempre explicaciones superficiales y «simplistas», no se puede atribuir de ninguna manera este «oscurecimiento» de los orígenes a una ignorancia evidentemente imposible en aquellos que debieron ser tanto más conscientes de la transformación del Cristianismo, cuanto que habían tomado parte más o menos directamente en ella, ni pretender según un prejuicio bastante respaldado entre los modernos que prestan gustosamente a los demás su propia mentalidad, que hubiese habido por su parte una maniobra «política» e interesada, de la que no vemos muy bien qué provecho les habría podido reportar efectivamente; la verdad es, por el contrario, que esto fue rigurosamente exigido por la naturaleza misma de las cosas a fin de mantener, de conformidad con la ortodoxia tradicional, la distinción profunda de ambos dominios exotérico y esotérico (11).

Algunos podrían quizá preguntarse lo que les ocurrió, con semejante cambio, a las enseñanzas de Cristo, que constituyen el fundamento del Cristianismo por definición, y de las que no podría deshacerse sin dejar de merecer su nombre, sin contar que no se ve lo que podría sustituirlas sin comprometer el carácter «no humano» fuera del cual no hay ninguna tradición auténtica. En realidad, estas enseñanzas no han sido tocadas por ello, ni modificadas de ninguna forma en su «literalidad», y la permanencia del texto de los Evangelios y de los demás escritos del Nuevo Testamento que se remontan evidentemente al primer periodo del Cristianismo, constituye una prueba suficiente (12); lo que ha cambiado es solamente su comprensión, o si se prefiere, la perspectiva según la cual son considerados y el significado que les es dado en consecuencia, sin que se pueda decir además que haya algo falso o ilegítimo en este significado, pues es evidente que las mismas verdades son susceptibles de recibir una aplicación en dominios diferentes, en virtud de las correspondencias que existen entre todos los órdenes de realidad. Sólo que hay conceptos que, concerniendo especialmente a aquellos que siguen una vía iniciática y aplicables por consiguiente en un medio restringido y en cierto modo cualitativamente homogéneo, llegan a ser impracticables de hecho si se los quiere extender a todo el conjunto de la sociedad humana; es esto lo que se reconoce bastante explícitamente al considerarlos solamente como «consejos de perfección», a los cuales no se da ningún carácter de obligación (13); esto quiere decir que cada uno debe seguir la vía evangélica en la medida no sólo de su propia capacidad, lo cual es evidente, sino incluso de lo que le permitan las circunstancias contingentes en las que se encuentra localizado, y esto es en efecto todo lo que se puede exigir razonablemente a aquellos que no aspiran a superar la simple práctica exotérica (14). Por otra parte, en lo que respecta a la doctrina propiamente dicha, si hay verdades que pueden ser comprendidas a la vez exotérica y esotéricamente, según que los sentidos se refieran a los diferentes grados de realidad, hay otras que, perteneciendo exclusivamente al esoterismo y no teniendo ninguna correspondencia fuera de éste, llegan a ser, como lo hemos dicho ya, completamente incomprensibles cuando se prueba a trasladarlos al dominio exotérico, y que deben limitarse entonces forzosamente a ser expresadas pura y simplemente bajo la forma de enunciados «dogmáticos», sin buscar nunca dar la menor explicación; son éstas las que constituyen propiamente lo que se ha convenido en llamar los «misterios» del Cristianismo. A decir verdad, la existencia misma de estos «misterios» sería completamente injustificable si no se admitiese el carácter esotérico del Cristianismo original; por contra, teniendo en cuenta esto, aparece como una consecuencia normal e inevitable de esa «exteriorización» que el Cristianismo, aun conservando la misma forma en cuanto a las apariencias, tanto en su doctrina como en sus ritos, haya llegado a ser la tradición exotérica y específicamente religiosa que conocemos hoy.

Entre los ritos cristianos, o más precisamente entre los sacramentos que constituyen su parte más esencial, los que presentan la mayor similitud con los ritos de iniciación y que consecuentemente deben ser considerados como su «exteriorización», si han tenido efectivamente ese carácter en su origen (15), son naturalmente, como ya lo hemos puesto de manifiesto, los que no pueden recibirse más que una sola vez, y ante todo, el bautismo. Éste, por el cual el neófito era admitido en la comunidad cristiana y de alguna manera «incorporado» a ella, debía evidentemente, en tanto que fue una organización iniciática, constituir la primera iniciación, es decir, el principio de los «misterios menores»; es además lo que indica claramente el carácter de «segundo nacimiento» que ha conservado, aunque con una aplicación diferente, al descender al dominio exotérico. Añadamos seguidamente, para no tener que volver sobre ello, que la confirmación parece haber marcado el acceso a un grado superior, y lo más verosímil es que éste correspondiese en principio al final de los «misterios menores»; en cuanto a la ordenación, que ahora da solamente la posibilidad de ejercer ciertas funciones, no puede ser más que la «exteriorización» de una iniciación sacerdotal, refiriéndose como tal a los «misterios mayores».

Para darse cuenta que, en lo que se podría llamar el segundo estado del Cristianismo, los sacramentos no tienen ya ningún carácter iniciático y no son realmente más que ritos puramente exotéricos, es suficiente en suma considerar el caso del bautismo, puesto que todo el resto depende directamente de él. En el origen, a pesar del «oscurecimiento» del que hemos hablado, se sabe al menos que para conferir el bautismo se tomaban precauciones rigurosas y que aquellos que debían recibirlo eran sometidos a una larga preparación. Actualmente, ocurre en cierto modo todo lo contrario, y parece haberse hecho todo lo posible para facilitar al extremo la recepción de este sacramento, puesto que no solamente es impartido a cualquiera indistintamente sin que se plantee ningún tipo de cualificación ni de preparación, sino que incluso puede ser conferido válidamente por cualquier creyente, mientras que los demás sacramentos no pueden serlo más que por aquellos sacerdotes y obispos que ejercen una función ritual determinada. Estas facilidades, así como el hecho de que los niños sean bautizados lo más pronto posible después de su nacimiento, lo que excluye evidentemente la idea de cualquier preparación, no pueden explicarse más que por un cambio radical en la concepción misma del bautismo, cambio a partir del cual fue considerado como una condición indispensable para la "salvación", y que debía consecuentemente ser asegurada para el mayor número posible de individuos mientras que primitivamente se trataba de algo distinto. Esta forma de considerar las cosas según la cual la «salvación», que es el fin de todos los ritos exotéricos, está ligada necesariamente a la admisión en la lglesia cristiana, no es en suma más que una consecuencia de esta especie de «exclusivismo» que es, inevitablemente, inherente al punto de vista de todo exoterismo como tal. No creemos útil insistir más, pues está bastante claro que un rito que es conferido a los recién nacidos sin preocuparse de ninguna manera en determinar sus cualificaciones por algún medio, no podría tener el carácter y el valor de una iniciación, aun estando ésta reducida a ser simplemente virtual; vamos, por lo demás, a volver ahora mismo sobre la cuestión de la posibilidad de la subsistencia de una iniciación virtual por los sacramentos cristianos.

Señalaremos aún accesoriamente un punto que no deja de tener importancia: y es que en el Cristianismo tal como es actualmente, y contrariamente a lo que fue al principio, todos los ritos sin excepción son públicos; todo el mundo puede asistir, incluso a los que parece que deberían ser particularmente «reservados», como la ordenación de un sacerdote o la consagración de un obispo, y con mayor razón a un bautismo o a una confirmación. Esto seria una cosa inadmisible si se tratase de ritos iniciáticos que normalmente no pueden ser cumplidos más que en presencia de los que hayan recibido ya la misma iniciación (16); entre la publicidad de una parte y el esoterismo y la iniciación de la otra, hay evidentemente incompatibilidad. Si, no obstante, consideramos este argumento como secundario, es porque si no hubiese otros, se podría pretender que no hay en ello más que un abuso debido a cierta degeneración, como puede producirse a veces en una organización iniciatica hasta perder su carácter propio; pero hemos visto que, precisamente, el descenso del Cristianismo al orden exotérico no debía de ninguna manera ser considerado como una degeneración y además las otras razones que exponemos bastan plenamente para mostrar que, en realidad, no puede haber allí ninguna iniciación.

Si hubiese aún una iniciación virtual, como algunos lo han considerado en las objeciones que nos han hecho. y si, por consiguiente, aquellos que han recibido los sacramentos cristianos o incluso sólo el bautismo, no tuviesen desde entonces ninguna necesidad de buscar otra forma de iniciación sea cual sea (17), ¿cómo podríamos explicar la existencia de organizaciones iniciáticas específicamente cristianas, tales como las que han existido incontestablemente durante toda la Edad Media, y cuál podría ser entonces su razón de ser puesto que sus ritos particulares fueron de alguna manera duplicados de los ritos ordinarios del Cristianismo? Se dirá que ellas constituyen o representan solamente una iniciación a los «Misterios menores», de manera que la búsqueda de otra iniciación vendría impuesta a los que tuvieran la voluntad de ir más lejos y acceder a los «Misterios mayores»; pero, además de que es muy inverosímil, por no decir más, que todos los que entraron en las organizaciones de las que hablamos hayan estado preparados para abordar ese dominio, hay contra tal suposición un hecho decisivo: es la existencia del hermetismo cristiano, puesto que, por definición, el hermetismo trata precisamente de los «Misterios menores»; y no hablemos de las iniciaciones de oficio, que se refieren también a este mismo dominio y que, en el caso en que no pueden ser llamadas específicamente cristianas, no requieren por ello menos de sus miembros, en un medio cristiano, la práctica del exoterismo correspondiente.

Ahora es necesario prever otro equívoco, pues algunos podrían estar tentados a sacar de lo que precede una conclusión errónea pensando que, si los sacramentos no tienen ningún carácter iniciático, debe resultar que nunca pueden tener efectos de ese orden, a lo que no dejarían si duda de oponer algunos casos en los que parece que haya sido de otra manera; la verdad es que, en efecto, los sacramentos no pueden tener tales efectos en sí mismos, estando su eficacia propia limitada al dominio exotérico, pero hay sin embargo otra cosa que considerar a este respecto. En efecto, dado que existen iniciaciones pertenecientes especialmente a una forma tradicional determinada y tomando como base el exoterismo de ésta, los ritos exotéricos pueden, para aquellos que han recibido tal iniciación, ser transpuestos de algún modo a otro orden, en el sentido de que servirán como soporte para el trabajo iniciático mismo, y por consiguiente, para ellos, los efectos ya no estarán limitados sólo al orden exotérico como lo están para la generalidad de los adheridos a la misma forma tradicional; esto es así, tanto para el Cristianismo como para toda otra tradición, desde que hay o hubo propiamente una iniciación cristiana. Queda claro que, lejos de dispensar de la iniciación regular o de que pueda ocupar su lugar, este uso iniciático de los ritos exotéricos la presupone por contra esencialmente, como la condición a la cual las cualificaciones más excepcionales no podrían suplir, y sin la cual todo lo que sobrepasa el nivel ordinario no puede acabar como mucho más que en el misticismo, es decir en algo que, en realidad, no proviene aún más que del exoterismo religioso.

Se puede comprender fácilmente, por lo que acabamos de decir en último lugar, lo que fueron realmente aquellos que, en la Edad Media, dejaron escritos de inspiración manifiestamente iniciática y que hoy se comete comúnmente el error de tomar por «místicos» porque no se conoce nada más, pero que fueron ciertamente algo completamente diferente. No hay por qué suponer para nada que se haya tratado de casos de iniciación «espontánea», o de casos de excepción en los cuales una iniciación virtual que hubiese permanecido vinculada a los sacramentos hubiera podido devenir efectiva, mientras existían todas las posibilidades de una adhesión normal a alguna de las organizaciones iniciáticas regulares que existían en esa época, a menudo bajo la fachada de órdenes religiosas y en su interior, aunque no se confundían en ninguna forma con ellas. No podemos extendernos más para no alargar indefinidamente esta exposición, pero haremos hincapié en que es precisamente cuando esas iniciaciones dejaron de existir; o al menos de ser suficientemente accesibles para ofrecer aún realmente esas posibilidades de adhesión, cuando el misticismo propiamente dicho tuvo nacimiento, de manera que las dos cosas aparecen estrechamente ligadas (18). Lo que decimos aquí no se aplica. por lo demás, más que a la Iglesia latina, y lo que es muy notable también es que en las Iglesias de Oriente no ha existido nunca misticismo en el sentido en que se entiende en el Cristianismo occidental desde el siglo XVI, este hecho puede hacernos pensar que una cierta iniciación del género de las que hacíamos alusión, ha debido mantenerse en esas Iglesias y, efectivamente, eso es lo que ocurre con el hesicasmo, cuyo carácter realmente iniciático no parece dudoso si, allí como en otros casos, ha sido más o menos disminuido en el curso de los tiempos modernos por una consecuencia natural de las condiciones generales de esta época, a las que apenas pueden escapar las iniciaciones que están extremadamente poco difundidas, que lo hayan sido o que hayan decidido voluntariamente «cerrarse» más que nunca para evitar toda degeneración. En el hesicasmo, la iniciación propiamente dicha está esencialmente constituida por la transmisión regular de ciertas fórmulas exactamente comparables a la comunicación de los mantras en la tradición hindú y a la de los wird en las turûq islámicas; existe también toda una «técnica» de la invocación como medio propio de trabajo interior (19), medio bien distinto de los ritos cristianos exotéricos, aunque este trabajo no puede menos que encontrar también un punto de apoyo en ellos como lo hemos explicado, puesto que, con las fórmulas requeridas, la influencia a la cual sirven de vehículo ha sido transmitida válidamente, lo que implica naturalmente la existencia de una cadena iniciática ininterrumpida, dado que no se puede transmitir evidentemente más que lo que se ha recibido (20). Esta es una cuestión que no podemos más que indicar aquí muy sumariamente, pero del hecho de que el hesicasmo está aún vivo en nuestros días, nos parece que sería posible encontrar por ese lado ciertas aclaraciones sobre lo que han podido ser los caracteres y los métodos de otras iniciaciones cristianas que desgraciadamente pertenecen al pasado.

Finalmente, para concluir podemos decir esto: a pesar de los orígenes iniciáticos del Cristianismo, éste, en su estado actual, no es ciertamente nada más que una religión, es decir una tradición de orden exclusivamente exotérico, y no tiene en sí mismo otras posibilidades que las de todo exoterismo; no lo pretende además de ninguna forma puesto que no se ha propuesto nunca otra cosa que obtener la «salvación». Una iniciación puede naturalmente superponérsele, y debería serlo normalmente para que la tradición fuese verdaderamente completa, poseyendo efectivamente ambos aspectos exotérico y esotérico; pero, en su forma occidental al menos, esta iniciación, de hecho, no existe en el presente. Queda aclarado, por lo demás, que la observancia de los ritos exotéricos es plenamente suficiente para alcanzar la «salvación»; esto ya es mucho, sin duda, e incluso es todo lo que puede legítimamente pretender, hoy más que nunca, la inmensa mayoría de seres humanos; ¿pero qué deberán hacer, en estas condiciones, aquellos para los que según la expresión de algunos mutaçawwufin (sufíes), «el Paraíso es una prisión»?

NOTAS:

(1). No hemos podido dejar de sorprendernos al ver que algunos han encontrado que Apreciaciones sobre la Iniciación, concernía mucho más directamente al Cristianismo que nuestras demás obras, podemos asegurarles que allí tanto como en otras partes, no hemos intentado hablar más que en la medida que era estrictamente necesario para la comprensión de nuestra exposición y, podríamos decir, en función de las diferentes cuestiones que tenemos que tratar en el curso de aquella. Lo que nos parece apenas menos sorprendentemente es que los lectores que aseguran haber seguido atenta y constantemente todo lo que hemos escrito, hayan creído encontrar en ese libro algo nuevo a este respecto puesto que en todos los puntos que nos han señalado, no hemos hecho por el contrario más que reproducir pura y simplemente las consideraciones que ya habíamos desarrollado en algunos de nuestros artículos aparecidos anteriormente en Le Voile d’Isis y Etudes Traditionnelles.

(2). A este respecto, no carece quizás de interés el subrayar que en árabe. la palabra qanûn, derivada del griego, se emplea para designar toda ley adoptada por razones puramente contingentes y no formando parte integrante de la sha´ria o de la Iegislación tradicional.

(3). A menudo hemos tenido la ocasión de comprobar claramente esta manera de proceder en la interpretación actual de los Padres de la Iglesia. y más particularmente de los Padres griegos: se esfuerzan, tanto como es posible. en sostener que es erróneo que se quiera ver en ellos alusiones esotéricas y cuando la cosa llega a ser completamente imposible, ¡no vacilan en quejarse y declarar que ha habido por su parte una desagradable debilidad!

(4). Ver A. K. Coomaraswamy: La ordenación búdica ¿es una iniciación?, en el nº de julio de 1939 de Etudes Traditionnelles.

(5). Es esta extensión ilegítima la que da lugar posteriormente, en el Budismo indio, a ciertas desviaciones tales como la negación de las castas; el Buda no tenía que tenerlas en cuenta en el interior de una organización cerrada cuyos miembros debían, en principio al menos, estar más allá de su distinción; pero querer suprimir esta misma distinción en el medio social completo constituyó una herejía formal desde el punto de vista de la tradición hindú.

(6). Haremos hincapié incidentalmente en que esto tendría claramente como consecuencia el impedir a las influencias espirituales la producción de efectos concernientes simplemente al orden corporal, como las curaciones milagrosas por ejemplo.

(7). Si la acción del Espíritu Santo no se ejerciera más que en el dominio esotérico porque es el único verdaderamente trascendente, preguntaríamos también a nuestros contradictores, que son católicos, lo que sería necesario pensar de la doctrina según la cual interviene en la formulación de los dogmas más evidentemente exotéricos.

(8). Quede bien entendido que, hablando del mundo occidental en su conjunto, hacemos excepción de una élite que no solamente comprendiera aún su propia tradición desde el punto de vista exterior, sino que, además, continuaría recibiendo la iniciación de los misterios; la tradición habría podido mantenerse así durante más o menos tiempo en un medio cada vez más restringido, pero esto está fuera de la cuestión que consideramos ahora, puesto que es de la generalidad de los occidentales de lo que aquí tratamos y por ello el Cristianismo debía venir a reemplazar a las antiguas formas tradicionales en el momento en que ellas se redujeron a no ser más que «supersticiones» en el sentido etimológico de la palabra.

(9). A este respecto, se podría decir que el paso del esoterismo al exoterismo constituyó un verdadero «sacrificio» lo que es, por lo demás, verdadero para todo descenso del espíritu.

(10). Al mismo tiempo, la «conversión» de Constantino implicó el reconocimiento por un acto de alguna manera oficial de la autoridad imperial, del hecho de que la tradición greco-romana debía ser considerada como extinguida, aunque naturalmente hubiesen subsistido aún bastante tiempo restos que no pudieron más que ir degenerando cada vez más antes de desaparecer definitivamente. y que son lo que fue designado un poco más tarde con el término despectivo de «paganismo».

(11). Hemos hecho hincapié en que la confusión entre estos dos dominios es una de las causas que dan nacimiento frecuentemente a las «sectas» heterodoxas, y no es dudoso que de hecho, entre las antiguas herejías cristianas, hay cierto número que no tuvieron otro origen que ése; se explican tanto mejor por ello las precauciones que fueron tomadas para evitar esta confusión en la medida de lo posible, y de las que no se podría contestar su eficacia a este respecto, incluso si, desde otro punto de vista completamente distinto, habría que lamentar que hayan tenido por efecto secundario el aportar a un estudio profundo y completo del Cristianismo dificultades casi insalvables.

(12). Incluso si se admitieran, lo que no es nuestro caso, las pretendidas conclusiones de la «crítica» moderna que, con intenciones manifiestamente antitradicionales, se esfuerzan en atribuir a estos escritos fechas tan «tardías« como es posible, serían ciertamente aún anteriores a la transformación de la que hablamos aquí.

(13). No pensamos hablar de los abusos a los cuales este tipo de restricción o de «aminoración» ha podido a veces dar lugar, sino de las necesidades reales de una adaptación a un medio social que comprende individuos tan diferentes y desiguales como es posible en cuanto a su nivel espiritual y a los cuales un exoterismo debe, no obstante, dirigirse al mismo nivel y sin ninguna excepción.

(14). Esta práctica exotérica podría definirse como un mínimo necesario y suficiente para asegurar la «salvación», pues ella es el fin único al cual está efectivamente destinada.

(15). Al decir aquí ritos de iniciación, entendemos por ello los que tienen propiamente por finalidad la comunicación misma de la influencia iniciática; es evidente que, fuera de estos, pueden existir otros ritos iniciáticos, es decir, reservados a una élite que ya haya recibido la iniciación; así, por ejemplo, se puede pensar que la Eucaristía primitivamente era un rito iniciático en este sentido, pero no un rito de iniciación.

(16). Tras el artículo sobre la ordenación búdica que hemos mencionado precedentemente, presentamos a A. K. Coomaraswamy una cuestión al respecto; él nos confirmó que está ordenación nunca era conferida más que en presencia de los miembros del Sangha, compuesto únicamente por los que la habían recibido ellos mismos, con exclusión no solamente de los extraños al Budismo, sino también de los adherentes "laicos", que no estaban en suma más que asociados "del exterior".

(17). Mucho nos tememos, a decir verdad, que ahí está para muchos el principal motivo que les impulsa a querer persuadirse de que los ritos cristianos han guardado un carácter iniciático; en el fondo, querrían dispensarse de toda vinculación iniciática regular y poder, sin embargo, pretender la obtención de resultados de éste orden; incluso si admiten que esos resultados no pueden ser más que excepcionales en las condiciones presentes, cada uno se cree gustosamente destinado a estar entre las excepciones; ni que decir tiene que no hay en ello más que una deplorable ilusión.

(18). No queremos decir que ciertas formas de iniciación cristiana no se hayan continuado más tarde, puesto que tenemos razones para pensar que subsiste aún algo actualmente, pero ello en medios tan restringidos que, de hecho, se lo puede considerar como prácticamente inaccesible, o bien, como vamos a decir ahora, en ramas del Cristianismo distintas de la Iglesia latina.

(19). Una puntualización interesante a este propósito es que ésta invocación es designada en griego por el término mnêmê, «memoria» o «recuerdo», que es exactamente el equivalente al árabe dhikr.

(20). Es de resaltar que, entre los intérpretes modernos del Hesicasmo, hay muchos que se esfuerzan en «minimizar» la importancia de su parte propiamente «técnica», sea porque ello responde realmente a sus tendencias, sea porque piensan desprenderse así de ciertas críticas que proceden de un desconocimiento completo de las cosas iniciáticas, hay ahí, en todos los casos, un ejemplo de estas aminoraciones de las que hablábamos antes.

(Publicado originalmente en "Etudes Traditionnelles", sept., octubre-noviembre y diciembre de 1949. Recopilado en Apreciaciones sobre el esoterismo cristiano.

Fuente: http://www.geocities.com/dodecaedro1/0l3awycristianismoeiniciacion.htm

LA RELIGION Y LAS RELIGIONES

T. PALINGENIUS

El presente artículo fue publicado por René Guénon con el seudónimo de T. Palingenius en marzo de 1910 en la revista La Gnose fundada por él en 1909. No ha sido incluido en ninguno de sus libros póstumos, aunque parte del mismo fue retomada por Guénon en su estudio "A propósito del Gran Arquitecto del Universo" (id., julio-agosto 1911). El texto que hoy presentamos abre el nº doble de homenaje que la revista francesa Vers La Tradition, dirigida por Roland Goffin, dedicara el año pasado al Cincuentenario de la muerte del gran metafísico francés (nº 83-84: "Pour nous, René Guénon; ce que nous lui devons"). Matgioi, (=Matgiua), es el nombre simbólico de Albert de Pouvourville, militar iniciado en Oriente en el Taoísmo y autor entre otras obras de La voie métaphysique (1905).

"Honrad la Religión, desconfiad de las religiones": tal es una de las máximas principales que el Taoísmo ha inscrito en la puerta de todos sus templos; y esta tesis (que es desarrollada por otra parte en esta misma Revista por nuestro Maestro y colaborador Matgioi) no es especial de la metafísica extremo-oriental, sino que se desprende inmediatamente de las enseñanzas de la Gnosis pura, que excluye todo espíritu de secta o de sistema, por consiguiente toda tendencia a la individualización de la Doctrina.
Si la Religión es necesariamente una, como la Verdad, las religiones no pueden ser más que desviaciones de la Doctrina primordial; y no hay que tomar por el Arbol mismo de la Tradición las vegetaciones parásitas, antiguas o recientes, que se enlazan a su tronco, y que, aún viviendo de su propia sustancia, se esfuerzan en ahogarlo: vanos esfuerzos, ya que modificaciones temporales no pueden afectar en nada a la Verdad inmutable y eterna.
De esto, resulta evidentemente que no se puede otorgar autoridad alguna a todo sistema religioso que invoque parentesco con uno o varios individuos, puesto que, ante la Doctrina verdadera e impersonal, los individuos no existen; y, por ello, se comprende también toda la inanidad de esta pregunta, planteada no obstante tan a menudo: "¿las circunstancias de la vida de los fundadores de las religiones, tales como nos son referidas, deben ser contempladas como hechos históricos reales, o como simples leyendas que no tienen más que un carácter puramente simbólico?"
Que se haya introducido en el relato de la vida del fundador, verdadero o supuesto, de tal o cual religión, circunstancias que no eran primitivamente más que puros símbolos, y que han sido tomadas después como hechos históricos por aquellos que ignoraban el significado de ello, es muy verosímil, incluso probable en muchos casos. Es igualmente posible, es cierto, que semejantes circunstancias se hayan realizado a veces, en la existencia de ciertos seres de naturaleza muy especial, tales como deben serlo los Mesías o los Salvadores; pero poco nos importa, ya que esto no les quita nada a su valor simbólico, que procede de algo completamente diferente a los hechos materiales.
Iremos más lejos: la existencia misma de tales seres, considerados bajo la apariencia individual, debe ser contemplada también como simbólica. "El Verbo se hizo carne" dice el Evangelio de Juan; y decir que el Verbo, manifestándose, se ha hecho carne, es decir que se ha materializado, o, hablando de una manera más general y al mismo tiempo más exacta, que se ha, en cierto modo, cristalizado en la forma; y la cristalización del Verbo, es el Símbolo. Así, la manifestación del Verbo, en cualquier grado y bajo cualquier aspecto que sea, contemplada con respecto a nosotros, es decir desde el punto de vista individual, es un puro símbolo; las individualidades que representan el Verbo para nosotros, ya sean o no personajes históricos, son simbólicas en tanto que manifiestan un principio, y es el principio sólo quien importa.
No tenemos pues en modo alguno que preocuparnos de la historia de las religiones, lo cual no quiere decir por otra parte que esta ciencia no tenga tanto interés relativo como cualquier otra; nos está incluso permitido, pero desde un punto de vista que no tiene nada de gnóstico, desear que realice un día progresos más verdaderos que los que le han dado reputación, insuficientemente justificada quizás, a algunos de sus representantes, y que se desembarace pronto de todas las hipótesis demasiado fantasiosas, por no decir fantásticas, de las cuales la han llenado exégetas poco prudentes. Pero no es éste el lugar de insistir sobre este asunto, que, nunca lo repetiríamos demasiado, está completamente fuera de la Doctrina y no podría alcanzarla en lo que sea, ya que se trata de una simple cuestión de hechos, y, ante la Doctrina, no existe nada más que la idea pura.

Si las religiones, independientemente de la cuestión de su origen, aparecen como desviaciones de la Religión, hay que preguntarse por lo que es ésta en su esencia.
Etimológicamente, la palabra Religión, que deriva de religare, religar, implica una idea de ligadura, y, por consiguiente, de unión. Así pues, situándonos en el dominio exclusivamente metafísico, el único que nos importa, podemos decir que la Religión consiste esencialmente en la unión del individuo con los estados superiores de su ser, y, por ello, con el Espíritu Universal, unión mediante la cual la individualidad desaparece, como toda distinción ilusoria; y comprende también, por consiguiente, los medios de realizar esta unión, medios que nos son enseñados por los Sabios que nos han precedido en la Vía.
Este significado es precisamente el que tiene en sánscrito la palabra Yoga, no importa lo que pretendan aquellos que quieren que esta palabra designe, ya sea "una filosofía", ya sea "un método de desarrollo de los poderes latentes del organismo humano".

La Religión, subrayémoslo, es la unión con el Sí interior, el cual es él mismo uno con el Espíritu Universal, y no pretende ligarnos a ningún ser exterior a nosotros, y forzosamente ilusorio en la medida en que fuera considerado como exterior. A fortiori ella no es un lazo entre individuos humanos, lo cual no tendría razón de ser más que en el dominio social; este último caso es, en cambio, el de la mayoría de las religiones, que tienen como principal preocupación predicar una moral, es decir una ley que los hombres deben observar para vivir en sociedad. En efecto, si se separa toda consideración mística o simplemente sentimental, la moral se reduce a eso, que no tendría ningún sentido fuera de la vida social, y que debe modificarse con las condiciones de ésta. Si pues las religiones pueden tener, y tienen ciertamente de hecho, su utilidad desde este punto de vista, deberían haberse limitado a este papel social, sin ostentar ninguna pretensión doctrinal; pero, desgraciadamente, las cosas han sido de otro modo, al menos en Occidente.
Decimos en Occidente, ya que, en Oriente, no podía producirse ninguna confusión entre los dos dominios metafísico y social (o moral), que están profundamente separados, de tal manera que no es posible ninguna reacción de uno sobre el otro; y, en efecto, no se puede encontrar aquí nada que corresponda, incluso aproximadamente, a lo que los occidentales llaman una religión. En cambio, la Religión, tal como la hemos definido, es aquí honrada y practicada constantemente, mientras que, en el Occidente moderno, la gran mayoría la ignora totalmente, y no sospecha incluso la existencia de ella, ni siquiera quizás la posibilidad.
Se nos objetará sin duda que el Budismo es sin embargo algo análogo a las religiones occidentales, y es cierto que es lo que se les acerca más (es por esto quizás que ciertos estudiosos quieren ver, en Oriente, Budismo un poco en todas partes, incluso a veces en aquello que no presenta el menor rastro de ello); pero está aún muy alejado de éstas, y los filósofos o los historiadores que lo han mostrado bajo este aspecto lo han especialmente desfigurado. No es más deísta que ateo, más panteísta que nihilista, en el sentido que estas denominaciones han tomado en la filosofía moderna, y que es también aquel en el cual gente que ha pretendido interpretar y discutir teorías que ignoraba, los ha empleado. No se dice esto, por otra parte, para rehabilitar desmedidamente el Budismo, el cual es (sobre todo en su forma original, que no ha conservado más que en la India, pues las razas amarillas lo han transformado de tal manera que apenas se le reconoce) una herejía manifiesta, puesto que rechaza la autoridad de la Tradición ortodoxa, al mismo tiempo que permite la introducción de ciertas consideraciones sentimentales en la Doctrina. Pero hay que reconocer que al menos no llega a proponer un Ser Supremo exterior a nosotros, error (en el sentido de ilusión) que ha dado a luz a la concepción antropomórfica, sin tardar siquiera en devenir enteramente materialista, y del cual proceden todas las religiones occidentales.
Por otra parte, no hay que equivocarse sobre el carácter, en modo alguno religioso a pesar de las apariencias, de ciertos ritos exteriores, que se vinculan estrechamente a las instituciones sociales; decimos ritos exteriores, para distinguirlos de los ritos iniciáticos, que son otra cosa. Estos ritos exteriores, por eso mismo que son sociales, no pueden ser religiosos, cualquiera que sea el sentido que se dé a esta palabra (a menos que se quiera decir con ello que constituyen un vínculo entre individuos), y no pertenecen a ninguna secta con exclusión de otras; sino que son inherentes a la organización de la sociedad, y todos los miembros de ésta participan en ellos, cualquiera que sea la comunión esotérica a la que puedan pertenecer, tanto como si no pertenecen a ninguna. Como ejemplo de estos ritos de carácter social (como las religiones, pero totalmente diferentes de éstas, como se puede juzgar de ello comparando los resultados de unos y de otras en las organizaciones sociales correspondientes), podemos citar, en China, aquellos cuyo conjunto constituye lo que se llama el Confucianismo, el cual no tiene nada de una religión.
Añadamos que se podría encontrar rastros de algo de este tipo en la antigüedad grecorromana, donde cada pueblo, cada tribu, e incluso cada ciudad, tenía sus ritos particulares, en relación con sus instituciones: lo cual no impedía que un hombre pudiera practicar sucesivamente ritos muy diversos, según las costumbres de los lugares donde se encontrara, y esto sin que nadie pensara en asombrarse de ello. Lo cual no hubiera sido así, si tales ritos hubieran constituido una especie de religión de Estado, cuya sola idea habría sido sin duda un absurdo para un hombre de esa época, como lo sería todavía hoy día para un oriental, y sobre todo para un extremo oriental.
Es fácil ver por ello cuánto los occidentales modernos deforman las cosas que les son ajenas cuando las contemplan a través de la mentalidad que les es propia; hay que reconocer sin embargo, y esto les excusa hasta cierto punto, que a los individuos les es muy difícil desembarazarse de prejuicios de los cuales su raza está impregnada desde hace largos siglos. Por lo tanto no es a los individuos a quienes hay que reprochar el estado actual de las cosas, sino a los factores que han contribuido a crear la mentalidad de la raza; y, entre estos factores, parece que haya que asignar el primer puesto a las religiones: su utilidad social, ciertamente incontestable, ¿basta para compensar este inconveniente intelectual?

Traducción: Miguel A. Aguirre

LA RELIGION CATOLICA Y LA MASONERIA

Por Cesar A. Pain Sr.

LA IGLESIA Y EL ESTADO

Desde los albores de la humanidad, la Iglesia y el Estado, han caminado siempre de la mano. Los primeros gobiernos fueron de carácter e índole religioso y se consideró que los que tenían de alguna forma el contacto con el Supremo Hacedor eran los llamados a dirigir a los pueblos.
Conforme el hombre dejó de ser cazador y se fue convirtiendo en sedentario, al poder sobrevivir sin la ayuda indispensable que le proporcionaba la caza, al tener un incipiente conocimiento de agricultura, que le permitía mantenerse en un mismo sitio durante todo el año, se tuvo que considerar como resolver una serie de problemas, que escapaban al poder de los sacerdotes satisfacerlos, sin tener por ello que dejar su primigenia labor, que era ser los intérpretes de la voluntad suprema.
Con estos antecedentes nace el gobierno civil, para cubrir las necesidades de seguridad, orden, derechos y obligaciones; así, incipientemente, comienza a formularse, por experiencias propias de la vida, los códigos o constituciones que regirían a esos grupos de comunidades o regiones.
Por miles de años la Iglesia y el Estado formaron una "dupla" que se protegía mutuamente. Sin embargo, conforme el mundo siguió su proceso evolutivo, comenzaron a separarse, insignificantemente al principio, pero como lógica consecuencia al seguir este rompimiento, se dieron cuenta que necesariamente tenían que tener un vínculo de unión para mantener el control de la población, convirtiéndose en una clase "elite", que de esa forma logró mantener un control sobre dicho proceso evolutivo, que detuvo el avance de la civilizacion y la hizo pasar por los oscuros años de la Edad Media.
Es así que refiriéndonos específicamente a la cultura occidental y sólo parte de la oriental, que abarcó el desarrollo de la doctrina de Cristo, y que es lo importante para nosotros, los acontecimientos que siguieron desde el siglo IV, en que la Iglesia Católica se convierte en la religión oficial del Imperio Romano, ya en franco período de decadencia al inicio de la Edad Media, con el desarrollo del Renacimiento y el avance hasta nuestros días, analizaremos su comportamiento y la relación que necesariamente tiene con la Orden Masónica.
RELACION IGLESIA-ESTADO
CARLOMAGNO EMPERADOR DEL SACRO IMPERIO ROMANO Y PAPA LEON III Y EL ESTADO VATICANO
Cuando la Iglesia de Oriente estaba a punto de caer bajo el yugo del poder musulmán, ésta le pide la ayuda a su hermana la Iglesia de Occidente. Con esta acción despertó las ambiciones de querer formar nuevamente una sola acrisolada y unida Iglesia bajo la autoridad de Roma. De esta forma se incia el proceso que daría un nuevo llamado a la fé y que robustecería el poder del Papa, con la creación de los Estados Papales y la monarquia absolutista, manteniéndola unida hasta el siglo XVI, en que se produce la Reforma de Martín Lutero, el nacimiento de la Iglesia Anglicana en Inglaterra y el comienzo de los movimientos libertarios, que desde el triunfo de la Revolución Francesa iniciaron el término de la monarquía.
Carlomagno fue el primer rey francés que llevo el nombre de Carlos y fue el fundador de la dinastía Carolingia , que duró desde el año 800, en que fue coronado emperador, hasta 1806 en que con la coronación de Napoleón como emperador el título desapareció.
Carlomagno, rey de los Galos (768-814), era simplemente uno de los muchos reyes que gobernaban las diferentes regiones en que estaba dividida Europa. Esa era precisamente la gran diferencia con la Edad Antigua, en que el Imperio Romano había conquistado casi toda Europa, los países del Mediterraneo e impuso la ley y el orden mediante la implementación del primer Código Civil. Así, la pax romana mantuvo el orden durante casi 1000 años.
Con la caída del Imperio de Occidente solo quedaba el Imperio de Oriente, convertido en el Imperio Bizantino, que gobernaba la parte sur de Italia, Sicilia, Turquía y el Medio Oriente. Este mantenía todos esos territorios bajo una misma ley, y el orden se mantenía en un área muy grande, existiendo por ello estabilidad de gobierno.
En Europa todo era diferente, la proliferación de pequeños reinos mantenía convulsionada toda la región, con continuas guerras y diferencias de criterios, haciendo que la supervivencia fuera verdaderamente milagrosa. Sin embargo, con la toma del poder del Reino Galo, Carlomagno inició una serie de conquistas que lo llevaron a formar un solo reino que se extendía sobre toda Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suiza, Servio-Croacia, parte de Polonia. Y tenía además algunos reinos vasallos hacia Europa oriental.
La extensión de su reino y la defensa que efectuara del Papa Adriano I, quien fuera acusado de herejía por algunos de los Nobles interesados en poner en el trono pontificio a alguien no vínculado a Carlomagno, además que la implantación de una educación a todo nivel y a la forma como se comenzó a implantar el orden y la justicia en forma igualitaria en toda la extensión del reino, no convenía a los intereses de aquellos que se vieron afectados con el crecimiento del reino de Carlomagno.
Devino también en que se reinstalara nuevamente el título de Emperador Romano, con el agregado de Sacro ¨SACRUM ROMANUM IMPERIUM¨, (Emperador del Sacro Imperio Romano), defensor de la fé y del Papa.
Al fallecer Adriano I, le sigue el Papa Leon III, quien el año 800 corona a Carlomagno como Emperador del Sacro Imperio Romano.
Ahora bien, el Papa, desde la partición del Imperio Romano entre Occidente y Oriente, quedó como la única autoridad reconocida en el Occidente, sobre todo porque confiaron en él cuando fueron atacados por los bárbaros. De esa forma, los Papas siguieron gobernando Roma, ciudad que no representaba ya el centro de poder de la antiguedad, fueron testigos de la partición en que se encontraba Europa hasta la llegada de Carlomagno.
A este rey, con todas las aptitudes que poseen los grandes hombres como Julio César o Alejandro el Grande, su intuición seguramente le hizo comprender que unido con la Iglesia podría llegar a ser el supremo regidor de los destinos del Imperio de Occidente. Con esto en mente ayuda primeramente a Adriano I a salir airoso del juicio público que se le abre por hereje, del mismo que sale exonerado. También prevee que para tener una presencia dentro de la política de esa época y como una barrera de contención con el Imperio de Bizancio, le concede territorios que abarcan casi un tercio de Italia, desde la Región Romañola en el Adriático, cruzando la Península, hasta la parte de Umbría. De esa forma nacen los Estados Papales, o los Estados de la Iglesia.
Con esta propiedad creada especificamente para el Papa, nace un incipiente poder político militar, por cuanto la fuerza moral no era suficiente para defender los territorios. Con los Estados Papales, nacen también los Papas guerreros, que tuvieron quizas su máxima expresión en Julio II, protector de las artes y especialmente de Miguel Angel, quien en su período termina la Capilla Sixtina.
Sin embargo, los linderos de los Estados Papales fueron variando con el tiempo y las circunstancias. Una de ellas fue en 1307, cuando el Papa Clemente V deja Roma para gobernar la Iglesia desde Avigñon, oportunidad que es aprovecha por sus enemigos para revolucionar la región y cortar sus límites.
A pesar de ese corto período en que la Iglesia gobierna fuera de Roma, los Estados Papales siguieron siendo protegidos por la monarquía y si bien es cierto que el título de Emperador del Sacro Imperio Romano pasó a poder de la monarquía alemana, ésta siempre fue protectora del Papa y sus intereses.
LA MASONERIA Y EL PAPADO
Los años de la edad media fueron pasando, con una fé renovada, efectuada por las Cruzadas, la evolución de la humanidad siguió adelante entrando en el Renacimiento, que significó un nuevo enfoque de las diversas escuelas filosóficas y un regreso hacia la educación, principalmente sobre las artes y el conocimiento.
Así, con el trabajo de Diderot y el desarrollo de su Enciclopedia, unió a libres pensadores como Voltaire, y a sociologos como Russeau, cuyo pensamiento y acciones fueron convulsionando las ideas mantenidas por siglos, y como lógica consecuencia se comenzó a poner en tela de juicio el que LOS REYES GOBERNABAN POR PODER DIVINO.
El poder infinito que tenían los reyes los mantuvo envueltos en un STATUS QUO, que no les permitió observar que el mundo estaba iniciando un cambio y que la monarquía se mantenía sobre bases fundamentales que se estaban convirtiendo en un anacronismo frente a los tiempos cambiantes que se avecinaban.
Esta falta de perspicacia en darse cuenta de la realidad y los nuevos pensamientos libertarios, sobre todo intelectuales y cientificos, pregonados por algunas instituciones como la masonería, en vez de servirles de aviso de cambio, se convirtieron en peligro inminente y la primera reación fue atacar frontalmente, en el frente que todavía encontraba un asidero legal, cual era la Fé.
Es indudable que todo aquel que se levantaba contra el gobierno del Rey lo hacía también contra la Iglesía, pues ESTADO-IGLESIA era un todo indivisible. En estas circunstancias, en el reinado de CLEMENTE XII, el 28 de Abril de 1738, a 32 años de la Independencia de Estados Unidos y a 68 años en que acabó el título de Emperador del Sacro Imperio Romano, se emite la Encíclica o Bula IN EMINENTE, que instituye la excomulgación de todos los católicos que pertenecían o pretendían ingresar a la sociedad secreta conocida como MASONERIA.
Entre los considerandos que expone la Bula, por ser considerados incriminatorios y contra los principios de la Iglesia:
"  Que los hombres pretendían legislar leyes para gobernarse a sí mismos.
"  Que pretendían que existiera una separación entre Estado e Iglesia.
"  Que se intrudujera la educación laica.

Fundamentos que hoy en día son la norma de gobierno de casi todos los países del mundo, pero que por esos tiempos eran sacrílegos y se les castigó con la peor de las condenas, ser arrojados del seno de la Iglesia.
A pesar de que la mayoría de los países conocidos ya habían logrado su libertad, quizás como consecuencia de la pérdida territorial de los Estados Papales, por el acuerdo de anexión de Umbría, en 1870, y como el Papa se negaba a reconocer el derecho de los italianos a tener su propio país, y a reconocerlo como gobierno legal de Italia, habría que agregar que dichos territorios prácticamente dividían Italia en dos. El Papa León XIII ve pasar el tiempo de su reinado enclaustrado en el Vaticano. Si bien el Gobierno Italiano le pasaba una pensión anual por la pérdida de sus territorios, éste mantenía su poder ecuménico sobre la Iglesia Católica, pero enclavado en su palacio alrededor de la Iglesia de San Pedro.
Este profundo cambio socio-político-económico debió ser analizado por la Curia Romana y particularmente por León XIII, y considerando que era la masonería la que seguía proclamando su lema de LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD con que triunfó la Revolución Francesa, que el principio del fín para el sistema monárquico y de la alianza ESTADO-IGLESIA, así como otros intereses escondidos que siempre han existido, en 1884 emite la Encíclica o Bula Papal, HUMANUM GENUS, que vuelve a excomulgar a los católicos que pertenecen a la Orden Masónica o aquellos que prentendan ingresar a ella.
La Encíclica condena a los masones por su posición liberal de defender la separación de la Iglesia Estado y por favorecer la anexión de los Estados Papales, para la creación de Italia como país.
Después de las dos Encíclicas o Bulas, existen otros cinco documentos de menor autoridad que confirman la excomunión a los masones, en todos ellos se les acusa de multitud de deformaciones de tipo religioso, no siempre demostradas, sino más bien concebidas por la creencia popular y que afirman que la masonería tiene por fín pernicioso el combatir a la Iglesia Católica, sus dogmas, sus principios y su organización.
Teniendo en consideración como base esas crencias y afirmaciones, es que la Iglesia los ha excomulgado oficialmente al incluirlos en el Derecho Canónico (cánon 2335), manteniendo hasta la fecha ese criterio y pareciera manifestarse latente el deseo de la Iglesia de reprimir a la masonería por considerarla una institución enemiga y peligrosa.
Pero conviene considerar serenamente y sin perjuicio, si en la actualidad es lo que tradicionalmente la Iglesia mantiene o si debido a los cambios históricos y evolutivos de la humanidad ha variado su línea de conducta con respecto a los masones.
Los siete documentos mencionados anteriormente datan de antes del 11 de Febrero de 1929, en que se firmó el Concordato de Letrán, que devuelve un Estado Papal, con territorio nominal, pero que le otorga un Estado de Derecho y que no existe documento alguno que renueve o actualize las penas a los católicos que pertenecen a la Orden.
Consecuentemente, podemos afirmar que esas Encíclicas y otros documentos, fueron dictados por una autoridad investida de carácter político-religioso y que al ser consideradas en cualquiera de sus formas, el Pontífice castigaba actuando como tal y además como Jefe de Estado.
Estas circunstancias hicieron que hubiera una ¨reacción¨ a la "acción" emprendida por la Iglesia y se declarara de alguna forma un sistema de defensa a la acusación de ser considerada la masonería y particularmente a sus miembros católicos, enemigos acérrimos, irreconciliables y antagónicos de ella.
En estas circunstancias, es bueno y justo reconocer que dicha enemistad se manifestó en las siguientes formas:
1.  Los masones respondían a la lucha (excomunión) con actitudes anti-religiosas.
2.  La Iglesia reactualizaba la excomunión divulgando las creencias populares acerca de los masones .
Sin embargo, todo parece indicar que esa fue una lucha del momento que se vivía, pues según se puede apreciar en las constituciones masónicas, no existe en ellas el fín constitucional implícito o explícito de combatir a la Iglesia Católica y no se puede negar que existieron algunas que de ¨motu propio¨ la enfrentaron, pero no por ello se puede considerar como un fín propio de la Orden Masónica.
Por otro lado, habría que considerar que desde que la Iglesia dejó de ser Estado temporal o territorial,. el enfrentamiento se debió a la evolución del espíritu libertario que tenían los pueblos del mundo contra una monarquía absolutista, anacrónica a los nuevos tiempos que el mundo cambiante iba desarrollando y que terminaron con la supuesta "designación divina de los Reyes" y que lógicamente era la pared opuesta del lema de la Orden LIBERTAD IGUALDAD Y FRATERNIDAD.
La relación del co-gobierno ESTADO-IGLESIA se terminó, pero no por ello ninguno de los dos ha desaparecido, simplemente cada uno ha tomado el lugar que le corresponde en el devenir histórico de la evolución de la humanidad.
El Gobierno se avoca a resolver los problemas propios de su constitución, esto es buscar la forma que todos tengan igualdad de derechos y cumplan con sus obligaciones. Dentro de las muchas filosofías de vida, algunas de ellas han pasado dejando una huella de dolor, muerte y destrucción, en la existencia de la humanidad, otras están en proceso de encontrar mejores caminos que lleven a una sociedad plena con felicidad y bienestar para todos.
La Iglesia, por otro lado, cumpliendo con su labor pastoral, por medio del Papa ha recobrado su papel rector de la moral y de la justicia social, buscando armonizar entre el materialismo consumista y la espiritualidad que debe existir como contención a un desenfreno que la libertad, convertida en libertinaje, puede llevar a la destrucción de la civilización como nosotros la conocemos.
Si la Iglesia ha marcado cambios sustantivos a partir del Concilio Vaticano II, debemos esperar que conceptos y órdenes como los que se mantienen en el Canón 2335, deben de ser enmendados o simplemente anulados sus efectos negativos. Este cánon, a la letra dice:
¨………incurren en excomunión LATAE SENTENTIAE, reservada a la Santa Sede los que dan su nombre a una Secta Masónica o a otras asociaciones de este género que maquinan contra la iglesia o las legítimas potestades civiles……¨
En sentido contradictorio debemos recalcar también que el Concilio Plenario Latinoaméricano, en su acuerto No.170, expresa que:
¨……..No todas las Logias se puede afirmar que sean impías y exhorta al episcopado asistente a que instruya al pueblo al respecto"
Sobre la Orden Masónica se han escrito, se escriben y seguramente se seguirán escribiendo infinidad de libros que hablan sobre supuestos ritos, declaraciones y juramentos que los masones deben cumplir, todos ellos dirigidos contra la Iglesia Católica. Sin embargo podemos afirmar y decir sin faltar a la verdad, lo siguiente:
l.- Los masones creen en Dios y en su Iglesia y exigen esa crencia para admitir a sus pos tulantes.
2.- La masonería ha preconizado en todo momento y defiende la tolerancia religiosa, la que sido promulgada por el Concilio Vaticano II, como criterio actual de la Iglesia.
3.- Es cierto que los masones se rigen por rituales y constituciones propias y que tienen reuniones secretas, pero en sitios conocidos por todos y cuya existencia esta debidamente registrada en el Registro de Asociaciónes, de carácter privado, con dirección y nombre de sus dirigentes. En consecuencia sus sitios de reunión son de conocimiento público.
4.- Que en ningún ritual, constitución, reglamento, se incluye una aptitud o gesto que pudiera interpretarse como hiriente u ofensivo a religión alguna.
5.- Las logias masónicas reunen en su seno a todos los hombres de buena voluntad, los mismos que necesariamente tienen que creer en un Ser Supremo, al que le llaman el Gran Arquitecto del Universo y que representa al Dios de cada uno de sus miembros.
6.- Que en la Orden Masónica, nunca se tratan temas referidos a politica partidista y religión en sus postulados o conceptos teológicos.
7.- Que ingresando al tercer milenio de la era cristiana, la orden masónica pone como ejemplo la tolerancia que practica entre todos los hombres al reunir en su seno hombres de variadas creencias religiosas, así como de todas las tendencias políticas, lugar donde las inconveniencias de las leyes profanas que los separan quedan milagrosamente sin efecto, cuando se reuen en paz y armonía en una logia masónica.
Hay que considerar, por otro lado, las acciones realmente extraordinarias que esta haciendo el Papa Juan Pablo II. En la visita a Lourdes, Francia el año pasado, pidió perdón por la matanza de San Bartolomé, el 28 de agosto de 1584, ocurrida en París, en que más de l00.000 protestantes fueron degollados, acción que fuera celebrada con un TE DEUM de acción de gracias por el Papa Gregorio XIII, en una demostración de una intolerancia sin precedente para el jefe de una Iglesia, contra gente que simplemente pensaba diferente.
En 1997, también el Papa, exoneró de toda culpa y retiró los cargos que se hicieron contra GALILIO GALILEI, en su calidad de científico, al afirmar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés como la Iglesia lo mantenía. Esta acción la hizo para reconocer la existencia de la CIENCIA en todos sus conceptos y dejar a la Iglesia en su papel pastoral, como siempre debió ser.
Este año, el Papa Juan Pablo II pidió disculpas al pueblo judío por el silencio que mantuvo la Iglesia Católica durante los años del genocidio en la 2da. Guerra Mundial.
Muchos se preguntarán ¿Qué importancia tiene ahora el pedir disculpas por hechos que ocurrieron tantos años atrás?. Habría que responder, que acciones como esas tienden a curar las heridas abiertas por acciones cuyos efectos se van trasmitiendo a través de los siglos y las mantienen latentes, haciendo imposible de cicatrizar en muchos casos, impidiento que nuevamente existan vínculos que unen, dejando que cada una de las partes tengan su lugar en nuestro mundo.
En medio de todos los problemas que enfrenta el mundo actual, es la intolerancia la que sigue causando los mayores conflictos y que deviene en muerte, sufrimiento, pobreza e incomprensión. Como masones, mantenemos que el remedio a muchos de las males de nuestra era se pueden solucionar empleando la Tolerancia, como medio, haciendo uso extensivo de una Libertad amplia bajo la Ley, con una Igualdad que brinde posibilidades para todos y demostrando la Fraternidad que como hijos del mismo Ser Supremo debemos mantener y ejercer.
Todos ello unido a una FE inquebrantable en nuestros ideales, con respeto y guardando los derechos de los demas, con la ESPERANZA de hacerlo realidad, conforme pongamos nuestro empeño y con CARIDAD para con todos los seres vivientes de nuestro mundo, quizás podamos encontrar expandiendo los sentimientos masónicos, que el paraíso se encuentra en nuestra propia realidad y que depende solo de nosotros el poderlo descubrirlo y vivirlo a plenitud.
El presente trabajo, se ha formulado con la más completa imparcialidad, teniendo en consideración los hechos históricos consignados en documentos de reconocida veracidad y manteniendo las verdades causa-efecto al efectuar un análisis que permita llegar a verdades concretas, considerando que es la única forma de brindar un juicio coherente a los hechos y, por supuesto, dejando a discreción de todos y cada uno de los que lean o escuchen este mensaje, la oportunidad para que busquen sus propias conclusiones, pues como masón, entiendo y respeto las ideas y creencias de todos y al exponer las mías solo lo hago con el afán de que sirvan como referencia o quizás acicate a impulsar el deseo de investigar y buscar la verdad o realidad que tiene cada ser humano.


Fuente: Revista "El heraldo Masonico"   Junio 1998

 

Imposibilidad de conciliar Fe Cristiana y Masonería

L'Osservatore Romano,

Reflexiones sobre la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Publicación de L'Osservatore Romano (1).
El 26 de noviembre de 1983 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una declaración sobre las asociaciones masónicas. Poco más de un año de su publicación puede ser útil ilustrar brevemente el significado de este documento.
Desde que la Iglesia comenzó a pronunciarse acerca de la Masonería, su juicio negativo sobre ésta ha estado inspirado en múltiples razones, prácticas y doctrinales. La Iglesia no ha juzgado a la Masonería solamente por ser responsable de actividad subversiva en contra suya, sino que desde los primeros documentos pontificios sobre la materia, en particular en la Encíclica Humanum genus de León XIII (20-4-1884), el Magisterio de la Iglesia ha denunciado en la Masonería ideas filosóficas y concepciones morales opuestas a la doctrina católica. Para León XIII se trataba esencialmente de un naturalismo racionalista, inspirador de sus planes y de sus actividades en contra de la Iglesia. En su carta al pueblo italiano Custodi (8-12-1892) escribía: "Recordemos que el cristianismo y la Masonería son esencialmente inconciliables, al punto de que inscribirse en una significa separarse del otro".
No se podía, por tanto, dejar de tomar en consideración las posiciones de la Masonería desde el punto de vista doctrinal, cuando en los años 1970-1980 la S. Congregación mantenía correspondencia con algunas conferencias episcopales particularmente interesadas en este problema, con motivo del diálogo sostenido entre personalidades católicas y representantes de algunas logias que se declaraban no hostiles o incluso favorables a la Iglesia.
Un estudio más a fondo ha llevado a la S. Congregación para la Doctrina de la Fe a reafirmarse en la convicción de la imposibilidad de fondo para conciliar los principios de la Masonería y los de la fe cristiana.
Prescindiendo, por lo tanto, de la consideración del comportamiento práctico de las diversas logias, de la hostilidad al menos en la confrontación con la Iglesia, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con su declaración del 26-11-83, ha intentado colocarse en el nivel más profundo y, por otra parte, esencial del problema: esto es, en el plano de la imposibilidad de conciliar los principios, y lo que ello significa en el plano de la fe y de sus exigencias morales.
Partiendo de este punto de vista doctrinal, en continuidad con la posición tradicional de la Iglesia -como lo testimonian los documentos de León XIII arriba citados-, se derivan seguidamente las necesarias consecuencias prácticas, que valen para todos aquellos fieles que eventualmente estuvieren inscritos en la Masonería.
En algunos sectores se ha dado por objetar, respecto de las afirmaciones sobre la imposibilidad de conciliar los principios, que sería esencial a la Masonería precisamente el hecho de no imponer ningún "principio", en el sentido de una posición filosófica o religiosa que sea obligatoria para todos sus miembros, sino por el contrario de acoger a todos, más allá de los límites de las diversas religiones y visiones del mundo, hombres de buena voluntad basados en valores humanos comprensibles y aceptados por todos.
La Masonería constituiría un punto de cohesión para todos aquellos que creen en el Arquitecto del universo y se sienten comprometidos en la lucha por aquellos ordenamientos morales fundamentales que están definidos por ejemplo en el decálogo; la Masonería no alejaría a nadie de su religión, sino por el contrario constituiría un incentivo para un mayor compromiso.
Los múltiples problemas históricos y filosóficos que se esconden en tales afirmaciones no pueden ser discutidos aquí. Después del Concilio Vaticano II ciertamente no es necesario subrayar que la Iglesia Católica alienta una colaboración entre todos los hombres de buena voluntad. Sin embargo, asociarse a la Masonería va evidentemente más allá de esta legítima colaboración y tiene un significado de mucha mayor relevancia y especificidad.
Antes que nada se debe recordar que la comunidad de los "Liberi Muratori" y sus obligaciones morales se presentan como un sistema progresivo de símbolos de carácter extremadamente impositivo. La rígida disciplina del secreto que allí domina refuerza a la postre el peso de la interacción de signos e ideas. Para los inscritos este clima reservado comporta, entre otras cosas, el riesgo de terminar siendo un instrumento de estrategias para ellos desconocidas.
Incluso si se afirma que el relativismo no se asume como un dogma, sin embargo se propone de hecho una concesión simbólica relativista, y por lo tanto el valor relativizante de tal comunidad moral-ritual, lejos de poder ser eliminado, resulta por el contrario determinante.
En tal contexto, las diversas comunidades religiosas a las que pertenecen los miembros de las logias no pueden ser consideradas sino como simples institucionalizaciones de un anillo más amplio e inasible. El valor de esta institucionalización se muestra, por tanto, inevitablemente relativo, respecto a esta verdad más amplia, la cual se manifiesta más fácilmente en la comunidad de la buena voluntad, esto es en la fraternidad masónica.
Aun así, para un cristiano católico no es posible vivir su relación con Dios de una manera doble, es decir, escindiéndola en una forma humanitario-supraconfesional y en una forma interior-cristiana. Éste no puede cultivar relaciones de dos tipos con Dios, ni expresar su relación con el Creador por medio de formas simbólicas de dos especies. Ello sería algo completamente distinto a aquella colaboración, que le es obvia, con todos aquellos que están comprometidos en la realización del bien, aunque partan de principios diversos. Por otro lado, un cristiano católico no puede al mismo tiempo participar de la plena comunión de la fraternidad cristiana y, por otra parte, mirar a su hermano cristiano, desde la perspectiva masónica, como a un "profano".
Incluso si, como ya se ha dicho, no hubiese una obligación explícita de profesar el relativismo como doctrina, aún así la fuerza relativizante de una tal fraternidad, por su misma lógica intrínseca, tiene en sí la capacidad de transformar la estructura del acto de fe de un modo tan radical que no sea aceptable por parte de un cristiano "que ama su fe" (León XIII).
Este trastorno en la estructura fundamental del acto de fe se da, además, usualmente de un modo suave y sin ser advertido: la sólida adhesión a la verdad de Dios, revelada en la Iglesia, se convierte en una simple pertenencia a una institución, considerada como una forma representativa particular junto con otras formas representativas, a su vez más o menos posibles y válidas, de cómo el ser humano se orienta hacia las realidades eternas.
La tentación de ir en esta dirección es hoy tanto más fuerte cuanto que ésta corresponde plenamente a ciertas convicciones predominantes en la mentalidad contemporánea. La opinión de que la verdad no puede ser conocida es característica de su crisis general.
Precisamente considerando todos estos elementos, la declaración de la S. Congregación afirma que la inscripción en la masonería "permanece prohibida por la Iglesia" y los fieles que se inscriben en ella "están en estado de pecado grave y no pueden acceder a la Santa Comunión".
Con esta última expresión, la S. Congregación indica a los fieles que tal inscripción constituye objetivamente un pecado grave y, precisando que los que se adhieren a una asociación Masónica no pueden acceder a la S. Comunión, quiere iluminar la conciencia de los fieles sobre una grave consecuencia a la que deben llegar en caso de adherirse a una logia masónica.
La S. Congregación declara, finalmente, que "no le compete a las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas, con un juicio que implique la derogación de cuanto ha sido arriba establecido". Con este fin el texto hace también referencia a la declaración del 17 de febrero de 1981, que ya reservaba a la Sede Apostólica todo pronunciamiento sobre la naturaleza de estas asociaciones que implicase la derogación de la ley canónica entonces vigente (can. 2335).
Igualmente, el nuevo documento emitido por la S. Congregación para la Doctrina de la Fe en noviembre de 1983 expresa idénticas intenciones de reserva en relación a pronunciamientos que no coincidan con el juicio aquí formulado sobre la imposibilidad de conciliar los principios de la masonería con la fe católica, sobre la gravedad del acto de inscribirse en una logia y sobre la consecuencia que de ello se derive para el acceso a la Santa Comunión. Esta disposición indica que, no obstante la diversidad que pueda subsistir entre las obediencias masónicas, en particular en cuanto a su postura declarada hacia la Iglesia, la Sede Apostólica vuelve a encontrar en ellos principios comunes que piden una misma valoración por parte de todas autoridades eclesiásticas.
Al hacer esta declaración, la S. Congregación para la Doctrina de la Fe no ha pretendido desconocer los esfuerzos realizados por quienes, con la debida autorización de este dicasterio, han buscado establecer un diálogo con representantes de la Masonería. Pero, desde el momento en que existía la posibilidad de que se difundiese entre los fieles la errada opinión de que ahora ya era lícita la adhesión a una logia masónica, ha considerado como su deber hacer de su conocimiento el pensamiento auténtico de la Iglesia sobre este asunto y ponerlos en guardia ante una pertenencia incompatible con la fe católica.
En efecto, sólo Jesucristo es el Maestro de la Verdad y sólo en Él pueden los cristianos encontrar la luz y la fuerza para vivir según el designio de Dios, trabajando por el verdadero bien de sus hermanos.
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Notas
1. * L'Osservatore Romano, edición en italiano, 23 de febrero de 1985, p. 1. [Regresar]