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Pensamiento Masonico

Masoneria y Religion

Vejez y muerte

Por: Klaus Ziegler

Una de las primeras referencias históricas acerca de los supercentenarios se debe a Diógenes Laercio.
 

Narra el historiador griego que el filósofo y poeta Epiménides de Cnosos alcanzó a vivir más de 150 años, y que Demócrito de Abdera por poco alcanza los 109. Pero, quizá la más antigua de todas las fábulas sobre longevos sea la del vetusto Matusalén quien, según el Génesis, murió en la época del Gran Diluvio a la edad de 969 años.

Casi todas las historias de supercentenarios suelen ser leyendas, o casos mal documentados sin la menor credibilidad. Y aunque sólo uno individuo de cada 40 millones logra sobrepasar los 110 años, existen centenarios auténticos que han llegado a celebrar su cumpleaños 120, entre ellos Jeanne Calment, una francesa quien ostenta el récord de longevidad comprobado más extraordinario: 122 años y 164 días.

La vida de Jeanne está llena de historias tan increíbles como cómicas. Durante su adolescencia fue testigo de la construcción de la Torre Eiffel, y tuvo el privilegio de conocer personalmente a Van Gogh. Siendo nonagenaria, firmó un acuerdo con un abogado cincuentón de nombre François Raffray, quien ofreció pagarle 2500 francos mensuales hasta el día de su muerte a cambio de heredar su magnífica residencia en Arles. Quién creería que sería la viuda de Raffray la heredera de sus propiedades, pues el desdichado abogado falleció casi octogenario, dos años antes de morir la sempiterna viejecita, que con toda razón solía repetir, “J'ai été oubliée par le Bon Dieu”. Se cuenta que gozó de excelente salud los primeros 114 años de su vida, hasta el día en que sufrió una caída y se fracturó la cadera. El accidente la dejó confinada a una silla de ruedas, pero a pesar de la triste situación, nunca perdió el sentido del humor. En su cumpleaños 120, cuando era ya una celebridad, un periodista inoportuno le preguntó qué futuro esperaba: “uno muy corto”, contestó la siempreviva ancianita.

Es una ironía que conozcamos tanto del universo que nos rodea pero casi nada de nuestra propia existencia. Ignoramos por qué envejecemos, o por qué debemos morir. La idea intuitiva de que nos vamos desgastando como se acaba un par de zapatos con el paso del tiempo parece errónea, pues casi todos los tejidos de nuestro cuerpo están renovándose continuamente. Además, si sólo fuese el desgaste, ¿cómo se explica que un caballo con apenas quince años luzca tan viejo como un hombre de noventa, mientras que una quinceañera rebosa de juventud? ¿Y cómo podría explicarse el hecho de que algunos animales como el calamar gigante crezcan toda la vida sin envejecer?

La absurda disparidad en la longevidad de los seres vivos es uno de los muchos misterios de la naturaleza que hacen dudar de la sensatez de un “Diseñador inteligente”. Si bien los humanos somos los mamíferos más longevos, nuestra vida máxima no se compara con la de la tortuga gigante, que alcanza los 180 años. Y es apenas una pequeña fracción de la duración del milenario Pinus longeva de las montañas de Nevada, en Estados Unidos, donde es posible hallar especímenes que datan de la época de los egipcios antiguos.

Habría que preguntarles a los nuevos creacionistas, cómo explica la teoría del “Diseño inteligente” que un animal del tamaño y la inteligencia de la enorme ballena azul esté destinado a vivir apenas una docena de años –absurdo despilfarro del Gran Arquitecto–, pero que la hormiga formica insecta disfruta de una luenga vida –al menos para un insecto– de veintisiete años. O qué razones pudo haber tenido el Creador para otorgarle a la ociosa almeja una inmóvil existencia de varios siglos, mientras que los frágiles efemerópteros mueren a las pocas horas de haber nacido.

Algunos científicos sostienen que el envejecimiento es consecuencia de daños acumulados en el ADN nuclear de la célula. La teoría cuenta con amplio apoyo experimental, y explicaría enfermedades hereditarias como la progeria infantil, una extraña anomalía genética –que hablaría a favor de la teoría del “Diseño maligno”–, la cual inhibe los mecanismos de autorreparación celular y hace que sus portadores, a la temprana edad de diez años, parezcan ancianos octogenarios, tengan el cabello gris y la voz cascada de los viejos.

De otro lado, hay quienes sospechan que la vejez y la muerte son estrategias evolutivas diseñadas a fin de liberar recursos y espacio vital para las nuevas generaciones. En palabras de Michel de Montaigne: “Tu muerte forma parte del orden del universo, es parte de la vida del mundo, es la condición de tu creación… Deja lugar para otros, como otros lo dejan para ti”. La idea fue sugerida por el microbiólogo Leonard Hayflick de la universidad de Stanford hace varias décadas y se sustenta en experimentos con cultivos de células de tejido conjuntivo humano. Hayflick observó que las células realizaban un máximo de cincuenta divisiones, al cabo de las cuales morían. Pero cuando se insertaba ADN de células jóvenes en el núcleo del tejido agotado, este parecía rejuvenecer, y se reiniciaba el ciclo original de cincuenta subdivisiones, lo cual indicaba la presencia de un cronómetro interno que controla el tiempo máximo de vida.

A escala cósmica, la vida humana es menos que un suspiro, un evento insignificante y efímero, un accidente de las fuerzas ciegas de la evolución sin aparente dirección ni propósito. Hay quienes, incapaces de creer en la promesa de una vida eterna, preferimos asumir sin consuelos la terrible realidad expresada magistralmente por Shakespeare en boca de Macbeth: “La vida es solo una sombra que transcurre; un pobre actor que orgulloso consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un idiota, llena de ruido y frenesí, que no significa nada”.

El miedo a la muerte es un miedo a la nada

El miedo a la muerte es un miedo a la nada

 

segun Julian Barnes

En su última obra, el novelista británico reflexiona sobre el final de la vida desde una perspectiva agnóstica

El novelista británico Julian Barnes reflexiona en su última obra sobre la muerte. Desde una perspectiva agnóstica, la muerte es para Barnes la desaparición de una identidad a la que nos aferramos, pero que realmente no existe. El miedo a la muerte es en sí, por tanto, un sinsentido, un miedo a la Nada. El autor envidia, sin embargo, a los creyentes porque, mientras para ellos la muerte será una puerta de entrada, para el resto será sólo una puerta de salida. Obsesionado por el paso del tiempo y el fin de todas las cosas, Barnes encuentra finalmente en la ciencia el sentido de que todo lo existente haya de terminar algún día. Por Yaiza Martínez.

“No creo en Dios, pero lo echo de menos”. Con esta frase comienza el último libro del novelista británico Julian Barnes, autor de obras como Amor, etc. o Arthur & George.

En él, el escritor, que hoy por hoy se considera agnóstico pero que antes fue ateo, decidió afrontar su miedo a la muerte preguntándose, ¿cómo puede un agnóstico temer a la muerte si no cree que exista una vida después de ésta? ¿Cómo se puede tener miedo a Nada?

Según publica The New York Times, a partir de estas preguntas Barnes ha elaborado una elegante memoria de su vida y una meditación sobre Dios y la tanatofobia, que no dejan indiferentes.

Bajo el título “Nothing to be frightened of” (Nada que temer), la obra es un recorrido por la vida familiar, un intercambio de ideas con su hermano (el filósofo Jonathan Barnes, una reflexión sobre la mortalidad y el miedo a la muerte, una celebración del arte, una disertación sobre Dios, y un homenaje a otro escritor, el francés Jules Renard.

Desasosiego y tanatofobia

Barnes, que padece tanatofobia (miedo a la muerte persistente, anormal e injustificado), piensa diariamente en su muerte o se imagina situaciones en las que moriría, como atrapado entre las fauces de un cocodrilo o en un barco que se hunde.

La muerte le genera un gran desasosiego: teme la disminución de la energía, que la fuente se seque, que se desvanezca la luz. “Miro alrededor, a mis amistades, y puedo ver que la mayoría de éstas ya no son amistades sino, más bien, el recuerdo de la amistad que tuvimos”.

Barnes, que vivió la decadencia de sus padres y su muerte, escribe además “a pesar de que escapamos de los padres en la vida, ellos parecen reclamarnos en la muerte”.

Pero, para el escritor, la fe religiosa no es una opción para todo este desasosiego, y apunta que “no tengo fe que perder… Nunca fui bautizado ni acudí a clases de catecismo los domingos. Nunca he estado en misa… y entro constantemente en las iglesias sólo por razones arquitectónicas”.

Religión moderna

Portada del último libro de Julian Barnes.Para Barnes, la religión cristiana ha perdurado únicamente porque es “una bella mentira… una tragedia con un final feliz”. Pero las alternativas modernas a la fe cristiana tampoco le confortan.

El autor habla, por ejemplo, de las terapias como formas contemporáneas de religión. De ellas dice: “el cielo secular moderno de la auto-realización: del desarrollo de la personalidad, de las relaciones que nos ayuden a definirnos, de un trabajo con cierto estatus… la acumulación de aventuras sexuales, de visitas al gimnasio, de consumo de cultura. Todo esto nos acerca a la felicidad, ¿no es cierto? Éste es el mito que hemos elegido creer”.

Barnes sólo encuentra consuelo en la ciencia, que dice: todos estamos muriendo. Incluso el sol. El homo sapiens está evolucionando hacia nuevas especies a las que no les importará quienes fuimos nosotros, nuestro arte y nuestra literatura. Cualquier saber caerá en el completo olvido. Cada autor llegará a convertirse en un autor no-leído.

En definitiva, dice Barnes, las personas pueden temer su propia muerte pero, en realidad, ¿qué somos? Simplemente un conjunto de neuronas. El cerebro no es más que carne y el alma, simplemente, “un relato que el cerebro se cuenta a sí mismo”.

Entrar y salir

En cuanto a la individualidad, ésta no es más que una ilusión. Los científicos ni siquiera han podido encontrar evidencias de la existencia del “yo”, señala Barnes, que es algo que nos hemos contado a nosotros mismos. No producimos pensamientos, sino que los pensamientos nos producen a nosotros. El “yo” al que tanto amamos sólo existe en la gramática.

Barnes afirma, por otro lado, que no exite separación alguna entre “nosotros” y el universo. Somos sólo materia, unidades de “obediencia genética”. La sabiduría, según él, consistiría en asumir esto, y en “no pretender nada más, en descartar el artificio…” De la misma forma que los artistas, cuando llegan a la madurez, se quedan con la simplicidad.

Con estas reflexiones acerca de la mortalidad humana y de la manera de afrontarla se adentra el autor en la edad madura, conversando con sus lectores sobre el miedo más universal, según el Washington Post.

“La muerte es para mí el único aspecto espantoso que define la vida. A menos que uno no esté completamente consciente de ella no se puede llegar a comprender en qué consiste la vida, a menos que se sepa y se sienta que los días de vino y rosa son limitados, que el vino se agriará y las rosas se marchitarán en su apestosa agua antes de que todo sea abandonado para siempre, no habrá contexto para que estos placeres y curiosidades nos acompañen en el camino a la tumba”.

Enfrentarse a la realidad de la muerte es tan impactante, que Barnes asegura envidiar a las personas que lo hacen con fe. Ciertamente, aquéllos que disfrutan del regalo de la fe religiosa cuentan con una ventaja frente a los que no la tienen. El creyente moribundo atravesará, para él, una puerta de entrada, mientras que el resto de los humanos verán en la muerte sólo una puerta de salida.


martes 28 Octubre 2008

El loco

Fragmento "DIOS"

En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:
-Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.

Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
-Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.
Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.

Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
-Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti
heredaré tu Reino. Pero Dios no me contestó; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes montañas.

Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
-¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.
Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que Dios también estaba allí.

 

IBRÁN KHALIL GIBRÁN  1918

MASONERÍA E INTEGRISMO

Roberta Galli
Gran Logia de Italia
Plaza Gesù Palazzo Vitelleschi


El problema planteado por el tema propuesto puede, en mi opinión, ser tratado bajo varios aspectos. Es en primer lugar necesario para nosotros tener las ideas claras en las definiciones y contenidos de los vocablos integrismo y fundamentalismo para  proseguir a un análisis y un estudio acerca él. Los dos conceptos, a menudo considerados sinónimos, son, realmente, diferentes y su aplicación, que siempre es peligrosa, se torna dramática cuando se unen. El integrismo exige un sistema de unidad que anule la pluralidad de conceptos y programas. El fundamentalismo requiere la aplicación rigurosa de los principios de origen sin cualquier concesión a la evolución o ninguna adaptación a las circunstancias y los cambios del tiempo. Sucede muy a menudo que el integrismo absorbe un poco de fundamentalismo y uno encuentra en sistemas totalitarios políticos y/o religiosos que se refieren exclusivamente a  reglas asentadas en el  pasado por la pasividad, o generalmente enfrentadas al cambio, al progreso y a la evolución, y a lo que estos traen de bueno y malo en la vida humana. Un hecho que de ahora en adelante yo llamaré sólo integrismo, por lo menos para lo concerniente a este escrito, y la consecuente degradación del hombre.

Está claro que el integrismo y el fundamentalismo están caracterizados por una intransigencia ideológica rígida en todas las formas de la vida social, política y religiosa y se niega a cualquier posición diferente. Para abreviar, uno podría decir, pero sería quizás    simplificar un poco, qué integrismo y fundamentalismo son el contrario de la tolerancia. Digo que eso es un poco para simplificar porque la intolerancia generalmente deriva de la ignorancia, del miedo a lo desconocido y a varios considerando que también causan integrismo y fundamentalismo, a sabiendas, y crece en donde la ignorancia, la miseria y la  oferta de desviaciones psíquicas encuentran una tierra fecunda al individuo o en las antecámaras que quieren deducir de él una fiesta que siempre es económica aun cuando se presenta bajo otro ropaje.

La historia y la historia de las religiones están  literalmente llena de integrismos: todos nosotros conocemos monarquías absolutas, dictaduras, y movimientos religiosos. Hoy uno tiende a hablar mayormente acerca del integrismo Hebraico, del que depende el resultado de una paz en una tierra dónde la tradición de la fe, y la reunión de sus mensajeros debe crear verdaderos territorios de paz expresa y tolerancia. Nosotros pensamos también inmediatamente en el integrismo islámico, dado que tenemos a la vista las demostraciones de una intransigencia y las consecuencias dolorosas para los hombres psicológicamente manipulados y enviados a matarse, a destruir y a destruirse en nombre de una idea y de una fe, agotando a las mujeres, a quienes  quita cualquier dignidad y cualquier respeto como seres humanos, injuriándoles el cuerpo y la mente, educando a los niños que crecen (cuando ellos tienen la oportunidad para hacerlo) con este tipo de " lección " qué los volverá personas jóvenes y adultas nutridas de la palabra guerra y tapará sus oídos por el odio. Permítasenos no olvidarnos sin embargo que el Occidente no pasa la prueba de integrismo y recalcar que el fundamentalismo es una creación del Occidente, que siempre comete el pecado de orgullo para sentirse civilizado y en la cima de todo y de todos. Debemos recordar que el fundamentalismo histórico tiene una paternidad americana desde que en 1895, en las cataratas del Niagara, un grupo de  teólogos evangelistas definió los cinco principios fundamentales de la fe cristiana.

Permítasenos igualmente no olvidarnos que antes de aparecer representado en una palabra que lo contendrá y lo simulará, el fundamentalismo surge al mismo tiempo que el hombre. ¿De hecho, cómo uno puede definir los absolutismos políticos que las monarquías de derecho divino o materialistas o las dictaduras practicaban, pasando por la exaltación de una raza? ¿Cómo puede uno llamar a los carniceros que perseguían a los librepensadores, a quienes me gusta llamar herejes en la dirección positiva de la palabra, es decir hombres que pensaron y plantearon una opción? ¿Cómo definir los modos impuestos por las Iglesias en Europa y América del Norte, y la imposición de guerras (¡qué contradicción!) en particular las cruzadas, que a todos nosotros nos presentaron como el ataque y la lucha contra el no civilizado, el infiel que se atrevió a ocupar la tumba de Cristo? (contra esos infieles, de los que occidente, que estaba detenido en su desarrollo, aprendió mucho de su civilización). Cada uno de nuestros países vivió y observó su integrismo. La Italia moderna sufrió el fascismo, que era una dictadura omnipresente que soportó el poder de una Iglesia Católica, dominante en la vida política italiana y cuyas opiniones son aún divulgadas por los medios de comunicación - incluso de izquierda - (Iglesia de la que será imposible prescindir porque su presencia es políticamente útil para sus amigos y sus enemigos). Italia aún soporta los embates contra la libertad que adelantan la hoz y el martillo, que combinan su lucha con la cruz y el Evangelio.

Nosotros, los Masones que creemos en la libertad que nuestros padres dejaron en herencia inestimable de una institución que hace su luz y su guía precisamente a esa misma libertad, no necesitamos muchas palabras para ver y entender estos integrismos violentos, qué sin decencia los políticos y los hombres de las Iglesias imponen en nuestra sociedad. Trabajar por el bien de la humanidad también es trabajar para abrir antes que todo nuestros ojos y  dar comprensibilidad a los otros, aprender y hacer aprender el uso de la libertad.

La historia nos permite aprender sobre integrismo e identificar los nuevos integrismos, aquéllos de hoy, más sutiles, más insinuados y más peligrosos, porque ellos se presentan a menudo bajo un aspecto positivo. Roger Garaudy habló sobre el integrismo de los tecnócratas y nosotros podemos comprender que el ser humano es arrollado por el Integrismo de la máquina, la técnica y la tecnología. ¿Se vuelve sobre él la víctima o el Amo? Uno podrá encontrar esto una exageración, pero al revisar la definición de integrismo dado, nosotros veremos que el hombre no tiene otra opción, si para tener o no empezó de un sistema dónde el sujeto devino en objeto. Debe formar parte de él si quiere vivir en la sociedad. Es aquí, en mi opinión,  donde empieza, el gran papel de la Masonería. Siempre me convencieron, a la luz de muchos episodios históricos que la Masonería no tiene que tratar de política y religión pero que debe formar al hombre, al Masón que será el portador de una enseñanza y una idea en el mundo político, social y religioso. La Masonería nos enseña a seguir siendo hombres, a mantenernos dueños de nosotros y a que no lo sean los objetos, a servir a la humanidad apoyando la investigación científica actual, y a no volvernos los esclavos del mundo moderno a nuestra disposición, para que el hombre sea capaz de actuar sobre él, más a menudo y más profundamente. Adquirir la libertad es tener la capacidad de decir y no decir, apagar la televisión, y de  separar la calculadora cuando nuestro trabajo no lo requiere.

Esto me lleva  a otras dos reflexiones, dictada la una por el hecho de que el Masón se debe sobre todo al trabajo en sí mismo, y la otra por el examen de las Obediencias Masónicas y de la existencia misma del Llamamiento de Estrasburgo.

Cada uno de nosotros lleva en sí mismo fundamentalismos que tenemos la práctica de llamar principios. En nuestra vida nosotros actuamos o a menudo decimos que actuamos por principios,  pero nosotros también decimos al actuar que "en teoría...   pero...". Ahora bien: ¿Qué es un principio? Es una regla, una base fundamental que se nos dio y sobre la que (podemos decirlo) nosotros construimos nuestra moral y en la que nosotros nos inspiramos para darnos una visión de la vida. Yo no hablo sobre los principios que se nos transmitieron y qué aceptamos por la tradición (y sobre el tradicionalismo, sus virtudes y defectos habría que decir mucho), a veces incluso por la ociosidad, o por la costumbre. Yo me refiero a las reglas que nos establecimos personalmente con base en el proceso de nuestra razón. ¿Por qué nosotros sentimos la necesidad de darnos principios que en un modo u otro está delimitando fronteras, habida cuenta que además  aspiramos a la libertad?. Yo creo estar en capacidad de afirmar que cada hombre siente la necesidad de poseer reglas a las que referirse, un tipo de metro con que evaluar las acciones de la vida. Eso parece absolutamente lineal y simple: yo me doy una regla y yo la respeto. ¿Dónde está problema? El problema moral nace cuando yo me llevo a decir " en la teoría... pero... ", es decir en el momento en que yo hago la excepción al principio. ¿Es correcto derogar por un momento los principios o se hace esto para ir contra nosotros? ¿Debemos nosotros ser fundamentalista y hacer nuestras opciones de los dogmas? La respuesta del Masón es inmediata porque el Masón prefiere los extremos plurales, escoge el perfeccionamiento - no la perfección - que hace viva una tradición en el progreso, que opera y actúa, mientras, dando a las cosas y a sí mismo una discusión.

Es innegable que todo se debe dar en discusión, alejando el examen provocado por debates morales, crisis de conciencia o dramas. Pero como afirma Henry de Montherlant " un examen representa un regalo del destino al hombre...  Uno de las ventajas del examen es permitirnos un buen conocimiento... el beneficio del examen no es así sólo obligarnos a ver claramente en nosotros sino obligarnos a despojarnos ". La intransigencia en los principios es imponer la esclavitud sobre nosotros mismos como afirmó Séneca, es el hombre sujetó a sus pasiones. El fundamentalismo moral se debe más que todo al miedo de perder los puntos de referencia y a la incapacidad de poder encontrar otros o de  sufrir, en la búsqueda, la posible pérdida o los cambios de ellos. El compromiso moral individual está por encima del integrismo moral.

En la historia de la Masonería existe la gran división que se ha mantenido durante siglos entre la tradicional Masonería de patente inglesa y la Masonería adogmática (el adjetivo lo tomamos en su sentido extenso) o liberal. Los Landmarks y su interpretación dogmática le impidieron a los ingleses estar presente en Lausana en 1921 y  los llevó reforzar su posición mediante la publicación el 4 de septiembre de 1929, por parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra, de los " Ocho Puntos de Londres ", que establecieron los principios (aquí está el principal dogma) para la definición y la aceptación de una Gran Logia. El artículo 8° reza ": y finalmente se determina que los Principios de las Grandes Constituciones, de los Landmarks y costumbres de la Orden serán estrictamente observados". Considerar los Landmarks y los Ocho Puntos como leyes soberanas, aisladas de tiempos, hombres y lugares equivale en la practica a la fabricación de dogmas que vienen a pesar en el espíritu de libertad, en la búsqueda de esta, y en el respeto individual que caracteriza a la Masonería.


Cerrando con respecto a los cambios, cuando estos son racionales son convenientes: La negativa de una evolución por el respeto a una Tradición, la ceguedad que proviene de no reconocer que esta Tradición es hecha por los hombres y vive y progresa con los hombres, como siempre ha sido en el pasado, es la negación Masónica del espíritu y la transformación de un crisol de ideas, de una fuente de universalidad y cosmopolitismo, que poco a poco se vuelve estéril por la falta de oxígeno, completamente aislada por un orgullo derivado de la conciencia de ser depositarios de la verdad. Nada es más contrario al espíritu Masónico que el concepto de verdad absoluta que sólo existe como un ideal del modelo de la las Ideas de Platón. Entre los Landmarks, los dos que han creado la más grande incomprensión es la presencia de la mujer en la Logia y la creencia en un Dios revelado. Nosotros no entraremos en comentarios sobre esto, pero queremos recordar la declaración del documento final de la Conferencia de Lausana de 1921 qué dice entre otras cosas:

" El propósito de la Masonería, institución tradicional, filantrópica y progresista, basada en la aceptación del principio de que todos los hombres son hermanos, es la investigación de la verdad y el estudio y la práctica de la moral y la solidaridad. Ella trabaja por la mejora moral y material, así como intelectual y social de la humanidad. Tiene como principio la tolerancia recíproca, el respeto a los otros y a sí mismo y la libertad de conciencia. Ella busca extender a toda la humanidad las ataduras fraternales que unen a los Masones en toda la superficie de la tierra ". Nosotros reconocemos en estas formulas aquéllas de la Llamada de Estrasburgo de la que celebramos la 40° Asamblea anual. La libertad absoluta de conciencia es la contestación a los Ocho Puntos de Londres; es la expresión del universalismo y la fraternidad Masónica.

Sin embargo es necesario hacer un último comentario sobre el integrismo y el fundamentalismo en la Masonería. La contestación a la rigidez dogmática inglesa no siempre ha sido el liberalismo Masónico que afirma la plena libertad para adoptar y seguir un camino. De hecho, demasiado a menudo, por un fenómeno profundamente humano, que los Masones deben rectificar, la violencia responde a la violencia y el fundamentalismo contesta al fundamentalismo, inconscientemente, por completa buena fe buena y de una manera tangible. Cuando nosotros nos definimos como Masonería adogmática debemos prestar una gran atención para no hacer del adogmatismo un dogma; es probable que el miedo a un mal nos haga entrar en el mismo mal. A menudo nosotros nos olvidamos de considerar que la Tradición Masónica, que es común a todos, puesto que progresa y se enriquece con el tiempo, difiere inevitablemente de país a país y, por una razón mas fuerte, de continente a continente.

La verdad de un pueblo, de una civilización no es necesariamente la de otro. El Masón siempre debe recordar que cada uno busca su verdad según sus métodos y no el de los otros. Muy a menudo también nosotros tendemos a transformar la laicidad en ateísmo, dejamos aspectos interpretables de la tradición simbólica para no dar ningún espacio a una posibilidad de ver en la Masonería los elementos que la relacionan con una religión. Permítasenos no olvidar el valor de los símbolos, que son nuestro idioma; permítasenos no olvidar que en un país por razones históricas y sociales  muy a menudo prospera un tipo de Masonería que solo puede ser practicada en otro, al mismo tiempo, cuando este comprende de la misma manera su espíritu, sus creencias y su educación. La Gran Logia de Italia (solo es posible para mí hablar sobre mi Obediencia) como otras Obediencias  trabaja a la Gloria de G:.A:.D:.U:., y abre su trabajo en el Evangelio de San Juan,  pero la Gran Logia de Italia es una Obediencia laica que estima que el Gran Arquitecto del Universo representa para cada uno un ideal diferente, el Gran Reloj de Voltaire en que lo sagrado y lo religioso son dos cosas diferentes.

Ellos son sólo dos ejemplos y cada uno de nuestras Obediencias son ciertamente  otros.

En conclusión quiero que se me permita hacer un llamamiento: Permítasenos ser Masones. No se olvide el ejemplo de la Masonería operativa. Demos una discusión sobre el examen de nuestros actos, nuestros pensamientos y nuestras creencias de nuevo. Descubriendo este compromiso es probable que no permitamos al fundamentalismo penetrar y vivir en nuestros talleres.

El fanatismo

El fanatismo

El fanatismo tal como lo definen en general los diccionarios, es la pasión  exacerbada e irracional hacia algo, sin que el fanático o el grupo de  fanáticos toleren su cuestionamiento o estudio del mismo. Asi que no posee  relacion con el poder, tal vez al contrario, se vincula estrechamente con  la  individualidad, por lo que expresaremos a continuacion:

Existen varios tipos de fanatismo, y se producen debido a la afinidad con  una persona, religión, ideología, o un pasatiempo entre otros tópicos.

Ejemplos de fanatismo se han dado en el terreno religioso con la defensa  de  dogmas, o la defensa de libros sagrados o de dioses, en el aspecto  ideológico político, o defendiendo un punto de vista racional o irracional específico.

Para algunos, el fanatismo es considerado un principio lógico de la  ignorancia. En casos en los cuales el fanatismo rebasa la irracionalidad,  puede llegar a grados peligrosos, como matar a un ser humano o encarcelar  a  los mismos, puede incluir como síntomas el deseo incondicional de imponer  una creencia razonable, para el fanático o para un grupo de los mismos.

Naturaleza y causas:
La palabra "fanático" viene del sustantivo fanum o phanum, que significa  templo; en efecto, fanático originalmente quería decir "perteneciente al  templo" o "persona asidua al templo"; luego, llegó a significar "protector del templo". Después, adquirió el sentido de intemperancia desmedida en la  defensa de la religión. Así pues, la noción de fanatismo se relaciona en  un  principio con la religión, pero el término abarca en realidad un campo  semántico mayor.

De manera global, podemos definirlo, siguiendo a la profesora Adela  Cortina  como "aquel tipo de persona que inmuniza sus convicciones (...) frente a  la  crítica racional" (CORTINA, A. La ética de la sociedad civil. Madrid:  Anaya  1994, pg. 84).

Desde un punto de vista psicológico, lo propio del fanatismo es el ansia  de  seguridad total de quienes, en el fondo, se sienten existencialmente  inseguros. En este sentido lo interpretan algunos psicólogos. Por ejemplo,  para Adler, el fanatismo es una compensación de un sentimiento de  inferioridad que niega la razón al otro. Siguiendo esta línea  psicologicista, Freud, en El malestar de la cultura, afirma que el hombre  se  encuentra escindido entre dos tendencias contrarias: el ansia de felicidad  y  el ansia de seguridad. Nuestra conciencia de individuos es la causa de que nos sintamos solitarios, así como la corporalidad es la fuente de males  como  las enfermedades. Por eso, para buscar la felicidad puede imponerse la  exigencia de abolir ambas facetas.

La conciencia de la individualidad se suprime mediante la atenuación de la conciencia del yo, por una parte, y mediante la acentuación del  sentimiento  de pertenencia a lo otro. Para lo primero sirve el alcohol y otras drogas,   el éxtasis sexual, etc. Para lo segundo se procede a la adhesión  incondicional a sectas y facciones totalitarias políticas o religiosas, la  entrega a un líder o a un amante posesivo. La conciencia corporal se  disminuye mediante la reducción de las vivencias corporales y la  desvalorización del mundo en donde la vida corporal se desarrolla.

También Erich Fromm, a lo largo de su prolífica obra, estudió el fanatismo  e  intentó explicarlo aunando psicología y sociología. Su enfoque se resume  en  el conocido título de su libro "El miedo a la libertad", según el cual,  todo  fanatismo es un intento regresivo de escapar del surgimiento del individuo  y  la libertad, debido al miedo que ello causa. El miedo se da ante la  angustiosa sensación de separatidad y aislamiento (soledad) al crecer, que no se resuelve de una manera sana estableciendo vínculos afectivos  horizontales con los demás. Se trata, en suma, de la incapacidad de amar.

Desde el punto de vista epistemológico, el fanático, curiosamente, se  parece  a su contrario el relativista, en la medida en que para ambos no cabe el  debate o la búsqueda común de la verdad. El fanático cree poseer la verdad de manera tajante. Afirma tener todas las respuestas y, en consecuencia,  no  necesita seguir buscando a través del cuestionamiento de las propias ideas que representa la crítica del otro.

El fanático, pues, se caracteriza por su espíritu maniqueo y por ser un  gran  enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo son terrenos donde es difícil que prospere el conocimiento y donde se parece detenerse  el  curso fluyente de la vida. Un mundo, en definitiva, contrario a la mudable  naturaleza humana que en ocasiones se diría anhela la muerte. De hecho,  para  Albert Camus en El hombre rebelde, es una suerte de nihilismo destructivo  más.

El precio a pagar por la cristalización del pensamiento engendrada por el  fanatismo resulta caro. El alejamiento de la verdad es una de ellas,  porque  para profundizar en el conocimiento debemos estar abiertos al  descubrimiento  de la parte de verdad presente en los demás, desde una humildad  intelectual  de corte socrático, con una actitud dogmática resulta difícil llegar muy  lejos intelectualmente.

Pero existe otra desventaja que tal vez resulte más contundente que la  epistemológica: que el fanatismo siempre ha conducido a guerras y a graves  desastres. Tras numerosas masacres, conflictos bélicos, limpiezas étnicas  e  injusticias se halla la intolerancia de muchos fanáticos. Esto han  coincidido en señalarlo todos los defensores de la tolerancia. El  fanatismo  es el culpable de esos males, que podrían evitarse con la universalización  de un talante fraternal que aceptara las diferencias.

Características:
Dogmatismo: Fe en una serie de verdades que no se cuestionan ni razonan  y  cuya justificación lo es por su propia naturaleza o con relación a alguna  autoridad.

Carencia de espíritu crítico: No se admite la libre discusión acerca de  las propias verdades, ni su crítica racional.

Maniqueísmo: No se admiten los detalles. Las diferencias son  consideradas  de manera radical. Además, la diversidad humana suele encerrarse en dos  categorías (buenos y malos, p. ej.)

Autoritarismo: Afán de imponer la creencia y de forzar que todo el mundo se adscriba a la misma.

Odio a la diferencia: Desprecio y rechazo de lo que escapa a unos  determinados moldes y etiquetas.

Se trata, en suma, de la incapacidad para admitir el mundo en su  diversidad  y para aprender de los OTROS. Una sociedad fanática se encuentra anclada  en  un tiempo y en una forma fija de ver las cosas. Se opone al movimiento que conduce a la verdad y por tanto, no existe en ella apenas cambios. No hay  posibilidad para el ingenio humano, para el normal desarrollo de la vida,  para el re-descubrimiento continuo del mundo y el ser humano.

En una sociedad fanática no caben otros pueblos ni la diversidad de ningún tipo, siendo mortalmente excluyente. Por eso, en ella prospera la  xenofobia  y el racismo. No admite la diferencia en su seno ni enriquecerse con  nuevos  puntos de vista. Se encierra en sí misma y no avanza.

Otros usos:
También se habla de fanatismo al referirse a los fans de estilos  musicales,  o equipos deportivos, en los que también se dan en muchos casos  situaciones  de agresividad en la defensa de unos "colores" o de una "nación".

Tomado del el Coran - Comentarios al margen
Enviado por Christine Rousset a humanidad global

EL MONJE Y EL CARNICERO

EL MONJE Y EL CARNICERO

Una vieja narración egipcia nos habla de un monje muy piadoso que vivía en el desierto. Este asceta ayunaba a menudo, había abrazado la más abnegada pobreza, y pasaba horas en serena contemplación y diálogo con el Señor. Mucha gente de los alrededores lo tenía por santo, y de él se decía que era el hombre que más cerca estaba de Dios.

Cierto día llegó a oídos del monje lo que la gente decía de él y, picado por la curiosidad, le preguntó a Dios:

–Dime, Señor, ¿es cierto lo que la gente dice de mí, que soy el hombre más santo y el que está más cerca de Ti?

–¿De veras quieres saberlo? ¿Por qué estás tan interesado? –le preguntó Dios.

–No es la vanidad la que me mueve a preguntarte esto –respondió el monje–, sino el deseo de aprender. Si hay alguien más santo que yo, debo convertirme en discípulo suyo para así poder acercarme más a Ti.

–En ese caso, hijo mío, encamínate hacia el sur del desierto y, llegado al primer pueblo que aparezca en el camino, pregunta por el carnicero. Él es el más santo.

El monje se sorprendió mucho con la respuesta de Dios, pues en aquella época los carniceros no gozaban precisamente de la mejor reputación, pero finalmente se puso en camino. Tras un par de días de viaje, alcanzó el pueblo y pudo conocer al carnicero. En él no encontró nada de extraordinario. Sus modales, de hecho, le parecieron algo bruscos. Además, observó con preocupación cómo miraba a las mujeres que acudían a su negocio: de una manera que a él no le pareció precisamente muy santa.

Cuando terminó de atender a la gente y se disponía a cerrar el negocio, el carnicero, sorprendido por la presencia del monje, le preguntó qué deseaba. El monje le contó lo que le había llevado a verlo, pero el carnicero no acertaba a comprender:

–Mire, Padre, yo no dudo de su palabra, pero me deja perplejo que Dios le haya dicho eso. Yo soy un gran pecador y no merezco tales alabanzas. Me equivoco tantas veces a lo largo del día... Pero, en fin, mi casa es su casa. Venga a cenar conmigo.

Cuando llegaron a la casa del carnicero, el monje fue invitado a esperar. Su anfitrión debía atender primero a un anciano que yacía sobre un viejo lecho. El asceta pudo comprobar entonces con qué cariño, paciencia y dedicación se entregaba el carnicero a aquel viejo enfermo. Y dedujo que Dios lo quería tanto por la manera tan entregada que tenía de cuidar a su padre.

–Se nota que quiere mucho usted a su viejo padre –le dijo el monje con admiración.

–¿Mi padre? ¡Oh, no! –respondió el carnicero–. Este hombre no es mi padre. Si está aquí es fruto de una larga historia, que a usted le puedo contar, porque al ser monje sabrá guardar el secreto. Este hombre era, en realidad, el mayor enemigo de mi padre. Le hizo la vida imposible y mi familia y yo tenemos la certeza de que fue el autor de su muerte, si bien nunca pudimos demostrarlo. Hacía muchos años que no aparecía por aquí, pero regresó al pueblo hace unos meses y, aunque mi primer impulso fue vengarme, al verlo tan viejo y enfermo sentí pena por él, lo acogí en mi casa y comencé a cuidarlo. Mi padre me había enseñado a perdonar siempre... y creo que tratar con amor a quien fue su verdugo es la mejor forma que tengo de hacerlo presente hoy, para que siga viviendo en mi corazón.

Dios-Hombre

Dios-Hombre

Soy el hombre, entre Dios y la Natura,
como un puente de luz, sobre el abismo.
En las profundidades de mi mismo,
la alegre claridad de un Sol fulgura.

Detrás del antifaz el alma pura,
esfuma con amor el egoísmo. Oculta
mi verdad con simbolismo, me siento
Creador y criatura.

Yo soy Él, él es Yo: lo que está encima
a lo que está debajo, igual se rima;
de materia y de Dios Yo soy alado.

Dios-Hombre y Hombre-Dios sin divisorio:
Arriba Soy Espíritu incorpóreo, abajo
Soy Espíritu encarnado.

Fuente: Adoum, J., Poderes: El libro que Diviniza, Ed. Kier

Por qué no soy cristiano

Por qué no soy cristiano

Así tituló el filósofo y matemático inglés Bertrand Russell sus objeciones a las enseñanzas cristianas, reunidas en una obra considerada un clásico de la creencia agnóstica. Más que un simple manifiesto, el pensador invitaba a sus lectores a dirigir una mirada cruda y directa al mundo "con una actitud sin miedo y una inteligencia libre".

El tema acerca del cual voy a hablar es Por qué no soy cristiano. Quizá sería conveniente, antes de nada, tratar de averiguar lo que uno quiere dar a entender con la palabra 'cristiano'. Hoy en día la emplean a la ligera muchas personas. Hay quienes lo entienden como que una persona trate de vivir virtuosamente. En este sentido, supongo que habrá cristianos de todas las sectas y credos; pero no creo que sea el sentido adecuado de la palabra, aunque sólo sea por implicar que toda la gente que no es cristiana —todos los budistas, confucianos, mahometanos, etc.— no trata de vivir virtuosamente. Yo no considero cristiana a la persona que trata de vivir decentemente, de acuerdo con sus luces. Creo que debe tenerse una cierta cantidad de creencia definida antes de tener el derecho de llamarse cristiano. La palabra no tiene ahora un significado tan completo como en los tiempos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. En aquellos días, si un hombre decía que era cristiano, se sabía lo que quería dar a entender. Se aceptaba una colección completa de credos promulgados con gran precisión, y se creía cada sílaba de esos credos con toda la fuerza de las convicciones de uno.

LA EXISTENCIA DE DIOS

La cuestión de la existencia de Dios es una cuestión amplia y seria, y si yo intentase tratarla del modo adecuado, tendría que retenerlos aquí hasta el Día del Juicio, por lo cual deben excusarme por tratarla en forma resumida. Saben, claro está, que la Iglesia Católica ha declarado dogma que la existencia de Dios pueda ser probada mediante la razón sin ayuda. Éste es un dogma algo curioso, pero es uno de sus dogmas. Tenían que introducirlo porque, en un tiempo, los librepensadores adoptaron la costumbre de decir que había tales y cuales argumentos que la razón podía esgrimir contra la existencia de Dios, pero que, claro está, ellos sabían, como cuestión de fe, que Dios existía. Los argumentos y las razones fueron expuestos con gran detalle y la Iglesia Católica comprendió que había que ponerles coto.

EL ARGUMENTO DE LA CAUSA PRIMERA

Entre estos argumentos quizás el más fácil y sencillo de comprender es el argumento de la Causa Primera. (Se sostiene que todo cuanto vemos en este mundo tiene una causa, y que al ir profundizando en la cadena de las causas llegamos a una Causa Primera, y que a esa Causa Primera le damos el nombre de Dios).

Ese argumento, supongo, no tiene mucho peso en la actualidad, porque, en primer lugar, causa no es ya lo que solía ser. Los filósofos y los hombres de ciencia han estudiado la causa y ésta ya no posee la vitalidad que tenía; pero, aparte de eso, se ve que el argumento de que tiene que haber una Causa Primera no encierra ninguna validez. (Puedo decir que cuando era joven y debatía muy seriamente estas cuestiones conmigo mismo, había aceptado el argumento de la Causa Primera, hasta el día en que, a los dieciocho años, leí la autobiografía de John Stuart Mill y hallé allí esta frase: "Mi padre me enseñó que la pregunta "¿Quién me hizo?" no puede responderse, ya que inmediatamente sugiere la pregunta "¿Quién hizo a Dios?". Esa sencilla frase me demostró, y así lo sigo creyendo, la falacia del argumento de la Causa Primera. Si todo tiene que tener alguna causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, igual puede ser el mundo que Dios, por lo que no hay validez en ese argumento. Es exactamente de la misma naturaleza que la opinión de aquel indio de que el mundo descansaba sobre un elefante, y el elefante sobre una tortuga; cuando le dijeron: "¿Y la tortuga?", el indio dijo: "¿Y si cambiásemos de tema?". El argumento no es realmente hasta mejor acá que ése. No hay razón por la cual el mundo no pueda haber nacido sin causa; tampoco, por el contrario, hay razón por la que no haya podido existir siempre. No hay razón para suponer que el mundo haya tenido un comienzo. (La idea de que las cosas tienen que tener un principio se debe realmente a la pobreza de nuestra imaginación.) Por lo tanto, creo, no necesito perder más tiempo con el argumento de la Causa Primera.

EL CARÁCTER DE CRISTO

Ahora tengo que decir unas cuantas palabras sobre un asunto que creo que no ha sido suficientemente tratado por los racionalistas, y que es la cuestión de si Cristo era el mejor y el más sabio de los hombres. Generalmente, se da por sentado que todos debemos estar de acuerdo en que era así. Yo no lo estoy. Creo que hay muchos puntos en que estoy de acuerdo con Cristo, muchos más que aquéllos en que lo están los cristianos profesos. No sé si podría seguirlo todo el camino, pero iría con Él mucho más lejos de lo que irían la mayoría de los cristianos profesos. Recuérdese que Él dijo: "No hagáis resistencia al agravio; y si alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuelve también la otra". No es un precepto ni un principio nuevos. Lo usaron Lao-Tse y Buda quinientos o seiscientos años antes de Cristo, pero este principio no lo aceptan los cristianos. No dudo de que el actual primer ministro, por ejemplo, sea un cristiano muy sincero, pero no les aconsejo que vayan a abofetearlo. Creo que descubrirían que él pensaba que el texto tenía un sentido figurado.

Luego, hay otro punto que considero admirable. Se recordará que Cristo dijo: "No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados". No creo que ese principio sea muy popular en los tribunales de los países cristianos. Yo he conocido en mis tiempos muchos jueces que eran cristianos sinceros, y ninguno de ellos creía que actuaba en contra de los principios cristianos haciendo lo que hacía. Luego Cristo dice: "Al que te pide, dale: y no le des la espalda al que pretenda de ti algún préstamo". Ése es un principio muy bueno.

El presidente ha recordado que no estamos aquí para hablar de política, pero no puedo menos que apuntar que las últimas elecciones generales se disputaron en torno a lo deseable que era dar la espalda al que pudiera pedirnos un préstamo, de modo que hay que suponer que los liberales y los conservadores de este país son personas que no están de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, porque en dicha ocasión, se apartaron definitivamente de ellas.

Luego, hay otra máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy popular entre algunos de nuestros amigos cristianos. Él dijo: "Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres". Es una máxima excelente, pero, como dije, no se practica mucho. Considero que todas estas máximas son buenas, aunque un poco difíciles de practicar. Yo no presumo de practicarlas; pero, después de todo, no es lo mismo que si se tratase de un cristiano.

COMO LAS IGLESIAS HAN RETARDADO EL PROGRESO

Se puede pensar que voy demasiado lejos cuando digo que aún sigue siendo así. Yo no lo creo. Baste un ejemplo. Serán más indulgentes conmigo si lo menciono. No es un hecho agradable, pero las iglesias le obligan a uno a mencionar hechos que no son agradables. Supongamos que en el mundo actual una joven sin experiencia se casa con un sifilítico; en tal caso, la Iglesia católica dice: "Éste es un sacramento indisoluble. Debéis permanecer juntos durante toda la vida". Y la mujer no puede dar ningún paso para no traer al mundo hijos sifilíticos. Eso es lo que dice la Iglesia Católica. Y yo digo que eso es de una crueldad diabólica, y nadie cuya compasión natural no haya sido alterada por el dogma, o cuya naturaleza moral no sea absolutamente insensible al sufrimiento, puede mantener que es bueno y conveniente que persista ese estado de cosas.

Éste no es más que un ejemplo. Hay muchos medios a través de los cuales, en la actualidad, la Iglesia, por su insistencia en lo que ha decidido llamar moralidad, inflige a la gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios. Y claro está, como es sabido, en su mayor parte se opone al progreso y al perfeccionamiento de todos los medios capaces de disminuir el sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar moralidad a un escaso número de reglas de conducta que no tienen nada que ver con la felicidad humana; y cuando se dice que se debe hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha humana, estima que es algo que no tiene nada que ver con el asunto. "¿Qué tiene que ver con la moral la felicidad humana? El objeto de la moral no es hacer feliz a la gente".

EL MIEDO, FUNDAMENTO DE LA RELIGIÓN

La religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo. Es en parte el miedo a lo desconocido, y en parte, como dije, el deseo de sentir que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a uno en todos sus problemas y disputas. El miedo es la base de todo: el miedo a lo misterioso, el miedo a la derrota, el miedo a la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En este mundo, podemos ahora comenzar a entender un poco las cosas y a dominarlas un poco con ayuda de la ciencia, que se ha abierto paso frente a la religión cristiana, frente a las iglesias, y frente a la oposición de todos los antiguos preceptos. La ciencia puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde con el que la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos.

LO QUE DEBEMOS HACER

Tenemos que mantenernos en pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo mediante la inteligencia y no sólo sometiéndonos al terror que emana de él. Toda nuestra concepción de Dios es una concepción derivada del antiguo despotismo oriental. Es una concepción indigna de hombres libres. Cuando en la Iglesia se oye a la gente humillarse y proclamarse miserablemente pecadora, etcétera, parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respeten. Debemos mantenernos en pie y mirar al mundo a la cara. Tenemos que hacer de nuestro mundo el mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que el que esos otros han hecho en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita conocimientos, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita esperanza en el futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos que sea superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.

* Conferencia pronunciada el 6 de marzo de 1927, en el Ayuntamiento Battersea, bajo el auspicio de la Sociedad Laica Nacional londinense.